El Hombre Cerdo

Gran diferencia. Defino al hombre cerdo que aun, sabedor de su naturaleza humana, se comporta como un cerdo. No busca trufas, sino que se revuelca en las fétidas heces que el dueño de la granja reparte cada mañana.

Por: Francisco Parada Walsh*

El Hombre Cerdo, un animal de costumbre sabe que comer tal forraje es incompatible con su esencia divina de ser humano pero no puede hacer nada; ese Hombre Cerdo disfruta hartarse hasta reventar de esa porquería que el amo lanza, al final, ese pestilente alimento es el dinero donde poco le importa al Hombre Cerdo devanarse en la porquería, quitarle el alimento a otro Hombre Cerdo con tal de que su grasosa barriga aumente hasta reventar, esa mantecosa panza no es más que las cuentas del banco que el Hombre Cerdo ve cómo crecen día a día; por momentos se abanica con las fétidas heces del dueño de la granja creyéndose intocable; no importa la procedencia de esos baldes cargados de excremento sino que aun, los Hombres Cerdos se pelean entre sí hasta la muerte con tal de comer y comer más heces.

Sabe que en la creación es un hombre pero poco le importa convertirse a cerdo, aun, con el conocimiento que siempre será un apestoso cerdo y no pueda volver a ser humano. Muchísimos se identifican fácilmente, pueden portar finísimos trajes, lujosísimos vehículos y dinero en abundancia pero para el otro Hombre Cerdo es fácil reconocerse, la pestilencia es insoportable, los colmillos que salen del hocico no se pueden esconder, la caprichosa cola es inevitable no verla, una maraña de cartílagos que hacen imposible que el lujoso traje italiano pueda cubrir; se saludan con un “oinc, oinc”, el otro Hombre Cerdo lo reconoce en el momento, ambos apestan.

La piara es infinita, parece más una misteriosa logia donde el ajeno a ese estamento es una minoría; todos, abren sus hocicos para que ese pestilente mazacote salga hasta por sus narices, sus ojos, sus oídos. Aparentan ser pulcros hombres, la mayoría tiene familia, esposa e hijos que poco a poco pasan de lechones a esos marranos que a pesar de su gran tamaño, no deben ser sacrificados, ellos dan su vida por el amo mientras el dueño de la porqueriza les siga lanzando las heces que, en realidad son miles de dólares pero que el Hombre Cerdo ya no sabe lo que le lanzan.

El solo abre el hocico, pide más y más y siempre el dueño de esa pútrida granja tiene ayudantes que se encargan en palear  tan  apestoso alimento. El Salvador se ha convertido en una granja, donde los Hombres Cerdos, las Mujeres Cerdos y los Niños Lechones viven felices, aun, o ignorando el daño infinito que le ocasionarán a la Patria Cerdo, a sus lechones descendientes, y así mismos.

Eso somos, una patria que no es patria, una porqueriza que no es porqueriza, es una fosa séptica donde los gases que emanan los desechos entorpecen y embrutecen más, aún más al Hombre Cerdo. De por sí ¡Bruto! Tristemente para pescar hay que mojarse el trasero y parece que nadie quiere dar más, es el opresor quien lanza de vez en cuando algunos granos de maíz a una piara que sabe que son personas pero a la vez, también son unos asquerosos cerdos.

En esa dicotomía vivimos y morimos conocedores de nuestra realidad ya que no se les puede lanzar perlas a unos Hombres Cerdos pues, no saben su valor, no saben qué son, apenas les importa gruñir como obesos y asquerosos marranos que, mientras llega a sus trompas las heces fétidas de su patrón, poco les importa SER; muchísimos no volverán a ser hombres,  a lo más que llegarán es a ser Cerdos Hombres, siempre miserables, siempre revolcándose en ese barro pestilente, en esa miseria donde un balde de heces, se engulle como un hambriento, una orden se obedece cual perro-cerdo amaestrado y empieza el lechón-cachorro a querer imitar a su padre, a su madre que, felices, quizá una transitoria felicidad los vuelve locos, nunca se hartaron tantos desechos, ahora, su capacidad de analizar está anulada, solo dicen “oinc, oinc, patrón quiero más de sus pútridas heces”.

*Médico salvadoreño

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