El sábado 22 de enero fue la beatificación de los sacerdotes Rutilio Grande y Cosme Spessotto, asesinados por abrazar la causa de los pobres en El Salvador. También fue beatificados los laicos Manuel Solórzano y Nelson Lemus, compañeros martiriales del padre Grande.
El jesuita Rutilio Grande fue masacrado, junto con sus dos acompañantes, por un escuadrón de la muerte de la extrema derecha, el 12 de marzo de 1977, mientras iba a oficiar misa a El Paisnal, al norte de San Salvador. Su asesinato conmovió profundamente a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien también sería asesinado tres años después y declarado Santo de la Iglesia Católica en octubre de 2018.
Y Cosme Spessotto, franciscano de origen italiano, fue asesinado en San Juan Nonualco, departamento de La Paz, el 14 de junio de 1980, mientras oraba antes de celebrar la eucaristía. Días antes advirtió su inminente asesinato y escribió que “morir como mártir sería una gracia que no merecía”. En la misma nota perdonaba anticipadamente a sus asesinos y pedía por su conversión.
Como escribimos en este espacio editorial, el 30 de octubre de 2021, tras conocer el anuncio dado por el Papa Francisco, la beatificación de ambos mártires tiene dos interpretaciones. La primera es “la validez de la memoria y la historia en un país cuyo gobierno menosprecia a las víctimas, niega el acceso a archivos militares que contienen información sobre crímenes de la guerra civil y pregona relatos negacionistas que califican como “farsa” a los Acuerdos de Paz”.
Y la segunda tiene que ver con “el avivamiento de la esperanza por un país democrático, justo, incluyente, equitativo y pacífico, en un contexto de grave regresión democrática, imposición de políticas monetarias inciertas, pactos gubernamentales con grupos delincuenciales, desmedido endeudamiento externo, manejo oscuro de fondos públicos y discursos de odio contra quienes disienten del relato presidencial”.
Hoy vale decir también que el 22 de enero no es una fecha cualquiera; y es muy probable que El Vaticano haya tomado en cuenta su gran relevancia histórica para beatificar a estos cuatro mártires -precisamente- ese día.
El 22 de enero de 1932 inició la rebelión indígena-campesina que culminó trágicamente en el genocidio perpetrado por Maximiliano Hernández Martínez. Sobre los cadáveres de los 30 mil masacrados, el régimen oligárquico militar inició la dictadura de 50 años que culminó con la guerra civil y los Acuerdos de Paz en enero de 1992.
Y el 22 de enero de 1980 sucedió la manifestación popular más grande de la historia del país, cuando más de 250 mil personas marcharon por las calles de San Salvador. La gigantesca movilización -que fue calificada por monseñor Romero como una “preciosa fiesta de pueblo”- pudo haber tomado el gobierno si se hubiera dirigido a Casa Presidencial, pero se dispersó con los primeros disparos de los esbirros del régimen.
Así que enhorabuena el 22 de enero. Celebremos a los mártires y conmemoremos la rebelión de 1932 y la gran marcha de 1980. Es el turno de la memoria.