Un día posterior a tu viaje al planeta Nirvana, sabía que tu vendrías a verme, no a decirme adiós, sino un “Te Amo Pancho”, “Me encuentro feliz”, “Ya nos veremos”; esperaba por ti pero nunca imaginé en que forma vendrías, mientras cortaba unas rosas para adornar mi sencillo comedor, aparece un pájaro con un plumaje bellísimo y empieza a cantar; no, su canto superaba al gran José Alfredo Jiménez, y empecé a buscarlo.
Por: Francisco Parada Walsh*
Él, brincaba de rama en rama hasta que estuvo cerca de mí, y en ese momento supe que eras tú, yo, las flores, tú, el pájaro que como lucecitas de navidad cambiabas de todos los colores; no tuve miedo sino que invadió a mi alma una inmensa alegría y comprendí que la amistad es eterna, que, siempre seremos amigos y solo te pido que cuides no de mí, sino de mi gente, de mis gatos, de mis perrunos y de un brinco nos volveremos a ver.
Pienso en que quisiera ser cuando muera, si un gato, un perro, una mariposa, un colibrí o una brisa cálida, no lo sé pero no quiero ser ese mismo Francisco que se atormenta a él mismo y a propios y extraños.
Mientras dabas pequeños saltos de rama en rama, apenas podía ver tu color, eres de un color azul oscuro, luego cambiaste a verde esperanza, de pronto ya no eras un pájaro sino un gato negro, si, como “El Gato Negro Cachimbón”, de un salto felino estabas a la par mía, rozaste tu cola y te llamó la atención las bellísimas rosas que había cortado; entre las almas no hay nada imposible y menos entre una amistad verdadera y no me sorprendió que a pesar de ser un gato me preguntaras cómo estaba, te respondí que muy triste, demasiado y que, tu muerte me dolió tanto; no quitabas la vista de una rosa roja, fue entonces que te pregunté por qué te llamaba tanto la atención esa rosa; me dijiste que ahí, en esa rosa está la belleza y el dolor y que, todos debemos gozar y sufrir, sufrir por las heridas de las espinas y gozar por la belleza de la rosa; quizá no te entendía, como todo gato vago, ya le andabas volando ojo a mi harem de gatitas, no se pudo ocultar la atracción por la gata más promiscua que tengo, “La Bandida”, ella empezó a ronronear y a dar vueltas de gato, y tú, embelesado ya ibas tras ella cuando te dije: Bueno, mi amigo, ¿A qué has venido? ¿A verme o a corretear gatas picaronas? Pude ver aquella sonrisa tranquila que te iluminaba la vida y mi vida; diste un miagado que casi me dejas sordo y me dijiste que tu visita era para verme, para platicar, que todos los Apóstoles andan por La Palma comprando vino, chicharrones y fritada y que, ante tu nobleza, permitieron que los acompañaras a lo que nosotros llamamos tierra, ellos la llaman “El verdadero infierno” y que, ante una gata tan coqueta, no te caería mal echar un buen polvo; sé, que a pesar de tu condición divina, una devanada gatuna sería lo mejor para ti, no para mi gata, esa es su vida y sí mi hermano gato, envidio a esa condenada.
Tú sabes mi hermano que la música es mi vida y a lo lejos escuchaste a Caetano Veloso, y empezaste a miagar: “Dicen que por las noches no más se le oía…” al ver tus dotes musicales no pude quedarme callado y te dije que no cantas mal, que no dudo que en el cielo la pasas a toda madre, y fue que me interrumpiste en forma que no dejó de molestarme: No Pancho, no hay cielo ni infierno, cada quien vive en lo que merece, eso de los apóstoles no es como te lo han hecho creer, es aquí donde tú decides tu destino, con tus obras, con el amor al prójimo, a los animales; no, llegué al cielo y esperaba algo diferente pero no, si hay cierta paz ¡Sería el colmo! Pero nada de lo que sucede aquí no se vive allá; lujuria, codicia, gula, y no son siete pecados capitales ¡Son infinitos! Pensé en encontrar a personas puras, cristalinas, inmaculadas pero no, fui llegando y en una mesa estaban reunidos un montón de ex presidentes salvadoreños y narco traficantes, eran las risotadas, guaro de sobra, coca hasta para aspirar la línea del Ecuador y unas edecanes de muerte; al final, no salía de mi asombro; por eso he venido a verte y no será la primera vez, solo te queda servir, fíjate que tanto apego a mis cosas en la tierra y no pude llevarme nada y ni siquiera pude despedirme de mi gente.
Sirve, sirve, sirve. Estaba confundido, mi amigo Salvador, gato en ese momento sabe que ya los apóstoles van pa´ arriba y en un abrir y cerrar de ojos es ese bellísimo pájaro, en su canto me dice que debe irse, que él es el guía, todos vienen bolos y que debe cuidar más de Santiago que de los demás.
Revolotea sus alas, entiendo que me dice cuánto me quiere, me permite que lo acaricie, le doy un beso fraterno en la cabeza, sus ojos negros no ocultan lágrimas, ambos lloramos ¡Vuela, vuela mi hermano!
*Médico salvadoreño