Normalmente se usa para sujetar o someter a una persona que adolece de un trastorno siquiátrico y que, ante su agresividad se le coloca una camisa de fuerza.
Por: Francisco Parada Walsh*
En la tierra de Feliciano Ama, la camisa de fuerza se le debe colocar al país y no para someter sus fuerzas y sus brazos sino debe ser una camisa de fuerza que aprisione nuestro cerebro, nuestra mente de tanto odio que vivimos.
Es increíble a lo que hemos llegado, pero no debe de extrañarnos; si como salvadoreño no sé qué hace 200 años éramos apenas un departamento de Guatemala y de un disparo en la pata nos arrancaron cual el dedo colgante ¿Qué podemos esperar? ¡Nada! Si apenas tenemos algún recuerdo de que hubo guerra civil que dejó más de ochenta mil muertos y que a un ejecutivo, eso poco parece importar, poco podemos hacer.
La gracia de esta desgracia es que mientras me hierve la sangre cuando escribo sin embargo un lector adverso entra en profunda crisis catatónica, y no entiende que son “los mismos de siempre” que se sirven la porción más grande del pastel, en esos niveles no hay enemistades, solo sociedades. Tristemente mi pluma no tiene tinta sino bilis, eso enfada a otro y sigue el eterno juego de pobre contra pobre, el infinito duelo donde todos perdemos, menos aquellos.
Esa camisa de fuerza debe soltársela a esas palabras rocambolescas que ametrallan nuestra banderilla, que Dios sea dios y no, un verbo sino un sustantivo (Recuerdos de Arjona), que La Unión sea el sueño de nuestra patria, que todos halemos en el mismo derrotero, aun, si decidimos ser como el buey de la barranca, que, todos caigamos de geta en ese acantilado y si no, que salgamos bien librados, que no puedo entender cómo se puede matar a un joven solo por el placer de la maldad; y debe ser la Libertad, la que, una vez sin camisa de fuerza, grite, luche, nos dé una identidad, aunque sea una máscara azulita pero algo a nada, que, todos, sin excepciones, forjemos una nación diferente. Debo aclarar, que no solo se mata de una forma violenta, sino cuando se roban sueños, se destruye la identidad, se vulnera el futuro y tantas formas más de asesinar a un pueblo. No sé qué droga he consumido.
La cerveza me da euforia pero no me da el derecho de escribir sueños y pesadillas. ¿Dónde estás camisa de fuerza? ¡Estoy en tu mente, estúpido! No has entendido que, aunque seas libre, eres tú el que deseas ser esclavo, hablas de Dios pero profanas su nombre por tu indolencia, no, no te engañes visitando iglesias, capillas y viajando a la tierra menos santa, no, tú no amas a tu prójimo, te amas, es muy diferente, por eso, sigue tu camino, pobre católico ateo, sueñas que perteneces a una sociedad que es un pegamento que aglutina a todos, cuando, ni tu solo puedes ser unido, eres un animal cual diablo, con largos cachos, como un guanaco, pero más pareces un borrego que te esquilman, te explotan y tú infeliz ¡Aun das las gracias por tu desdicha! Ustedes, país que no es país, no necesitan ni que les pongan ni que les quiten una camisa de fuerza, lo que necesitan es un poco de educación, pero de la buena, que te digan la verdad; una buena pócima de amor propio, que sí, está escaso en esta sufrida tierra; conocer la historia desde que los inventaron hasta que los masacraron; y que sea una nueva tierra, fértil no de cadáveres sino de cultivos, una tierra que dé frutos y no putos, que, haya comida para cada mesa salvadoreña y no deban emigrar esos jóvenes que, al sentirse escupidos, no tienen opción. Pero todo esto es un sueño, deben pagar con sufrimiento, fuego en el averno ese valiverguismo donde poco les importa el otro, menos ustedes. Camisa de Fuerza, estás en la mente de tantos, no eres tú el problema, lo son ellos, los hijos de Roque Dalton.
*Médico salvadoreño