El ex presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández (JOH), fue capturado en su casa en Tegucigalpa, bajo acusaciones de narcotráfico y otros delitos de crimen organizado; y en menos de un mes de haber dejado el cargo, el ex mandatario podría ser extraditado hacia Estados Unidos.
JOH, ex líder del derechista Partido Nacional, acumuló mucho poder como gobernante durante casi una década (2014-2022), controló todos los poderes estatales (Ejecutivo, Asamblea Nacional, Corte Suprema de Justicia y Tribunal Supremo Electoral) y puso a su servicio a las fuerzas militares y policiales.
Este enorme poder le permitió a Hernández reelegirse ilegalmente en el cargo, violando la Constitución y a través de un escandaloso fraude electoral en 2017.
Con semejante poder era impensable que el ex presidente catracho algún día saldría esposado de su casa. Por tanto, tal situación debería ser un ejemplo para aquellos gobernantes que concentran poder y actúan como si éste fuera eterno.
Los gobernantes deberían utilizar el poder, sus facultades legales y el respaldo popular para resolver los problemas de su país y atender las demandas de la población, en vez de utilizarlos para enriquecerse, actuar con prepotencia, violentar derechos humanos, destruir instituciones o perpetuarse en el cargo.
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele ha optado por el camino equivocado, parecido al que siguió Hernández en Honduras: la ruta del autoritarismo, la corrupción y la vinculación con el crimen organizado.
En nuestro país Bukele ha desmantelado la institucionalidad, cerró la transparencia y rendición de cuentas, ha tomado el control de todo el aparato estatal, canceló la separación e independencia de poderes, instrumentaliza a la Fuerza Armada y a la Policía y buscará reelegirse como presidente en 2024 a pesar de la prohibición constitucional.
Bukele -y cualquier otro gobernante anti democrático como él- debería verse en el espejo del ex presidente hondureño. La suerte de JOH es la confirmación de lo efímero, temporal y pasajero del poder absoluto.
El mandatario salvadoreño debería revertir el deterioro democrático que ha causado su gestión autoritaria, usar el poder que tiene para resolver los problemas nacionales y aprovechar el respaldo social para impulsar las transformaciones estructurales progresistas que sus antecesores no pudieron o no quisieron realizar.
Así, Bukele tendría un lugar digno en la historia salvadoreña. De lo contrario, podría terminar como JOH, aunque esto ahora le parezca imposible, como le parecía a su homólogo hondureño hace ocho años.
Editorial Arpas