Son mis compañeros cuando escribo. Son horas de amorosa soledad y de ese silencio que me arrulla siendo uno de los momentos más felices de mi vida; esa soledad es buscada, debe existir un deseo en mi corazón para que, las teclas terminen cansadas, fundidas de tanto que las fastidio.
Por: Francisco Parada Walsh*
Casi siempre que escribo, son horas continuas de pensar, de hilvanar ideas, a veces viene a mi mente tan solo un título y sé que todo será como piezas de dominó, todo caerá no sé si en su lugar pero todo ya está armado.
A veces detengo el afán, es un gato quien me busca, esa es la esencia de estos felinos y debo aprender de ellos, son libres y quizá quieren criticar o felicitarme, apenas entiendo su ronroneo, lo dejo estar, es más importante el gato que lo que escribo; a veces solo quieren que lo acaricie y en un zas desaparece de mi vista y debo terminar, hay muchísimos títulos esperando para salir al mundo mientras yo no quiero ser parte del mundo.
Parece que vivo en un paraíso pero es un lugar algo raro, aun, en el paraíso tengo mis demonios que no dan tregua a mi vida, entiendo que será mi mente quien decida ser libre y disfrutar ese silencio, esa soledad o escuchar las diatribas y puteadas de los diablos, ya las diablas hermosas son cosas del pasado; mi presente a veces es mágico, increíblemente fascinante y cuando pienso en la realidad, mi realidad y la realidad de cada persona viene una congoja, un sufrimiento que me abate ante esa impotencia de no poder hacer nada, pero nada por otro.
Me refiero a ayudas tangibles, de bla, bla, bla está lleno el mundo y debo rehacerme, inventarme, y sobre todo saber quién soy, dónde estoy, por qué estoy, cuándo estoy, qué estoy y no perder el rumbo de mi brújula porque no quiero ni deseo cambiar por un momento mi soledad y mi silencio por multitudes y ruidos; dejaría mi esencia entre esos atolladeros de personas, muchos sin rumbo más que saben que deben caminar pero no hacen camino, van a la nada, a un desfiladero llamado pobreza, indolencia, confusión y muerte.
Pueda ser que el ruido me guste, quizá deba interactuar con más personas pero siendo honesto, prefiero el miagado del gato y el ladrido de un perro que el ego del hombre, sé que escogí este modo de vida, no sé quién es el cuerdo o el loco, y realmente acepto que no estoy en mis cabales, ese mundo perfecto de los perfumados y cuerdos no es para mí; la soledad es mía, solo mía y nadie puede entrar en ella y el silencio quizá sea un don de Dios que me permite ser yo.
Por historia, el ser humano es un animal gregario, busca la compañía, básicamente pertenece a una manada o rebaño y apartarse de esa manada no es fácil, fui condicionado a pertenecer a un grupo, se les llamaba clases sociales y entre otras mentiras que he sufrido por la vida, mi hicieron creer que por ser hijo de un médico, ir a estudiar inglés en Beverly Hills y estudiar en un colegio donde habían muchos compañeros con dinero, debía por ende pertenecer a la clase media alta ¡Qué mentira más grande! Y qué tristeza que me llevó más de cuarenta años entender que todo era mentira y a la vez me alegra saber quién soy en realidad; ese saber me lo da la soledad y el silencio.
Al verme en un espejo, no soy ese, ese hombre no es mi realidad, apenas es piel y no logro divisar la verdad ni la mentira, ni sueños ni esperanzas, nada, nada, todo es falso, como ese hombre que se ve en el espejo; debo escarbar en las profundidades de mi alma para conocer a ese hombre y entender que, moriré y nadie conocerá mi verdadera historia, igual que le pasará a todo ser humano, nadie nos conoce nuestra esencia, es el miedo más grande que puede un ser humano soportar, ese miedo supera a la misma muerte por eso quiero mi soledad y mi silencio para que, apenas yo me conozca.
*Médico salvadoreño
