Porque entonces debo volver al útero materno, al seno de mi madre, a la pureza de la vida.
Por: Francisco Parada Walsh*
¿Para qué deseo revivir los mejores recuerdos mientras me abaten pesares en mi vida? Berlín, mi ciudad natal es un lugar donde fui inmensamente feliz, quizá no lo pueda demostrar con palabras, no las encuentro pero también fui inmensamente infeliz, no hay palabras para describir ese dolor y ese sufrimiento, por eso no debo volver a donde fui feliz; debo dejar ese lugar que repose, solo en mi mente existen esos lugares y sé que si regreso a donde fui feliz nunca volveré a encontrar ese sentimiento, todo será nostalgia, recuerdos de un bello pasado al que no puedo volver, bancas de un parque que me miraban pasar, cafetales donde corría como loco, ya desde pequeño tenía la locura como fuente de mi felicidad, ríos y quebradas que eran nuestros santuarios y tantos bellísimos recuerdos.
De a poco quizá busco otros puertos donde creo que encontraré la felicidad, busqué la felicidad en mi montaña embrujada y me di cuenta que la felicidad no es de la montaña sino que es mía, y solo yo puedo cuidar esa felicidad, nadie más.
Vivo un presente demasiado real, el futuro poco me afecta pero sí mi pasado donde quizá sigo siendo el niño canoso que describí en un anterior articulo; quizá la risa de un perro y el ronroneo de una gatita me dan esa felicidad que no encuentro en mi hermano, poco a poco el hombre se aleja del hombre y se encierra en sí mismo, la calidez de una conversación es cosa del pasado, se ama y se odia por las redes sociales y eso no es ser feliz.
Deseo que la vida que me queda sea para llegar a un puerto, tirar anclas y nunca buscar la felicidad en otros lugares, no encontraré la felicidad en los labios de una mujer ni en la copa de vino que en vano limpia mis venas, tampoco en la belleza de un mágico paraje sino que debo bucear en mi interior y buscar esa esquiva felicidad en mis adentros y solo así, el viaje habrá terminado; sino, aun en el cielo o en el infierno deberé seguir un peregrinaje que debe cesar, debe terminar en esta vida, solo así, puedo volver y sumergirme en las profundidades de mi yo y encontrar esa felicidad que solo depende de nosotros.
La vida es breve y en esta locura que se vive donde la muerte es lo único seguro, debo amarrar uno de mis tobillos a un viejo roble y tratar de ir por el mundo en la búsqueda de la felicidad, sé que puedo darle la vuelta al planeta pero a la vez sé, que esa soga me ata a mi lugar, por más que me aleje siempre volveré a mi génesis, a mi origen y nada depende de otros, todo depende de mí, solo de mí.
Pero ¿Qué es ser feliz? No lo sé, la felicidad es tan personal, demasiado íntima y a veces es tan superficial, es la nada.
Me duele ir a mi ciudad natal, quizá al final gane el dolor al amor, la tristeza a la felicidad, a los ocho años maduré cuando murieron mis hermanos, desde ese momento mi vida cambió totalmente y entendí que una palabra, un acto que se realice lleva implícito un poder infinito y no podemos esperar ser una sociedad sana si tenemos a las rositas y a los clavelitos regándolos de malos ejemplos y quizá algún día podremos llegar a tener una sociedad feliz, aunque lo dudo.
Tristemente somos una sociedad sado masoquista donde nos inocularon el odio y la violencia y no el amor, la compasión, la caridad y el respeto. No debo buscar la felicidad en mi pasado y menos en mi futuro, todo está a aquí y me pregunto, siempre me pregunto: ¿Qué pasaría si muero dentro de diez minutos? Viene una sonrisa a mis labios, suena el tapón de una botella de vino que en vano limpias mis venas y me respondo que debo morir feliz, sin trabas con el otro, sin odios, sin resentimientos.
Así, puedo morir en paz, eso solo depende de mí. Es mi elección. Como todo en la vida.
*Médico salvadoreño