El 2 de abril de 1982 los militares argentinos desembarcaron en las Islas Malvinas (o Falkland Islands) que eran considerados “territorios en litigio”, con el Reino Unido, por las Naciones Unidas (ONU).
Elio Masferrer Kan*
Las Islas habían sido ocupadas en 1833 y los pobladores argentinos expulsados y sustituidos por ingleses, los kelpers. Esta situación invalidaba la posibilidad de realizar un referéndum, invocando el principio de autodeterminación.
La Junta Militar, que había implantado una brutal dictadura, estaba muy desacreditada y urdió el desembarco para tener popularidad y estructurar una salida política “patriótica”. Ingenuamente, los militares argentinos pensaban que tendrían cierto apoyo del gobierno norteamericano, en reconocimiento al respaldo que había dado a la represión de las guerrillas centroamericanas, y que Londres quedaba “muy lejos”. Un grave error geopolítico en un mundo globalizado.
Los Estados Unidos tenían una alianza estratégica con Inglaterra y la OTAN, en su confrontación con la Unión Soviética (URSS), y no respaldaron a la Junta militar en esta aventura bélica. Vivíamos en plena Guerra Fría y los soviéticos estaban siendo sancionados por el Bloque Occidental por su involucramiento con el Gobierno comunista de Afganistán, a quienes apoyaban con tropas. Los Estados Unidos respaldaban a los talibanes fundamentalistas para disputarles el país. Argentina y Brasil habían aprovechado la crisis y vendían cereales a la URSS rompiendo el bloqueo.
Margaret Thatcher, la primera ministra británica, y el Partido Conservador pasaban también por una crisis de popularidad, resultado de una crisis económica, y la Armada inglesa estaba muy preocupada por las reducciones presupuestales. El desenlace es conocido: Thatcher derrotó a los militares argentinos y se consolidó en el poder, obtuvo sucesivas reelecciones y ocupó el cargo hasta 1990. La victoria militar en el Atlántico Sur le dio “carisma” para realizar importantes reformas económicas en el Reino Unido, derrotando y quitándole poder a los sindicatos, la base social del Partido Laborista. La primera ministra fue rebautizada como la “Dama de Hierro”.
La invasión (o recuperación) de las Malvinas fue condenada en el Consejo de Seguridad de la ONU y Argentina fue conminada a retirarse de las islas y llegar a un acuerdo diplomático. Los ingleses hundieron el Crucero Belgrano matando a más de 440 marinos en el naufragio, aunque estaba fuera de la zona de exclusión. El saldo fue más de 3000 muertos, mayoritariamente soldados argentinos con escaso armamento y nula experiencia militar, más de 350 veteranos argentinos de los Malvinas se suicidaron. El Movimiento de los Países no alineados votó en contra de Argentina. En su lógica, la estrategia de una confrontación militar sólo beneficiaba a las grandes potencias.
En 1977 se había firmado el Tratado Torrijos-Carter que devolvía a Panamá la soberanía sobre el Canal de Panamá, aunque los Estados Unidos mantenían el control militar, no olvidemos que Carter era demócrata y Joe Biden ya estaba en el Senado (y en la Comisión de Relaciones Exteriores). Carter no pudo reelegirse, aun así, era un modelo de negociación diplomática.
Poco le duró el éxito al General Torrijos, ya que durante la presidencia del republicano Regan tuvo un lamentable y nunca aclarado accidente de aviación en 1981, donde perdería la vida. Su sucesor y mano derecha tampoco tendría un buen final: la invasión norteamericana a Panamá para detener al General Noriega en la Navidad de 1989 que produjo más de 5000 muertos en su mayoría civiles. Bush (papá) y Regan salieron favorecidos por estos resultados y por varios años se consolidó la hegemonía republicana.
La Federación Rusa ha invadido Ucrania revindicando los derechos de la minoría rusa en ese país. El Oso, que suele simbolizar a los rusos, dio un “manotazo”. A los antropólogos nos interesa la lógica del poder (y de los poderosos). Algunos analistas recurren a enfoques psiquiátricos de los poderosos, no los descarto, pero considero que es un error analítico. El asunto es que “están donde están”. Debemos entender que existe una lógica de las superpotencias (y de sus líderes) que disponen de capacidad nuclear para destruir varias veces la vida en el planeta. Esta lógica es la que nos preocupa y ocupa.
La gran pregunta es ¿Cuáles serán los costos en vidas humanas, en destrucción de estructuras civiles, en traumas para los sobrevivientes? Para los poderosos son “daños colaterales”.
*Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.