Será mi Tíbet, el Himalaya, será el fin de mi vida. Entiendo que subí a la zona alta más del país con el propósito de servir en la escuela del cantón Las Pilas a los jóvenes y niños ante el alarmante número de suicidios durante el 2011, que superaron las veinte víctimas y quizá la montaña sea una bellísima mujer que me cautivó desde el día en que la conocí.
Por: Francisco Parada Walsh*
Del 2013 a este día, he tenido más felicidades que tristezas y así como me costó llegar a mi montaña, así me costó dejar los egos y apegos a los que la vida me tenía sometidos; me importaba ser alguien aunque mi alrededor fuera la nada, gran contradicción pero mi vida actual está rodeada de tomates, berro, rábanos, ejotes, repollos, gatos, perros, el pájaro león y no dudo ni por un segundo que mi interacción con ellos es de respeto, de amistad, de que todos entendimos que somos parte de un todo y como tal, para que ese todo funcione, debe haber un equilibrio entre mi interior y el corazón de un perro y con el rábano pelo largo, en esa instancia todos somos iguales y nadie es más que nadie, todos venimos a cumplir alguna función, alguna función.
En mis momentos de confusión ha sido la montaña la que me ha prodigado cariño y eso me une más a ella, y es ella la que como mamá gallina cuida a sus polluelos que, son los pacientes que atiendo, ese niño que es mi amigo, el hombre que en la faena se escapó a volar un dedo y es mi responsabilidad atenderlo con esmero, respeto y agradecimiento es mi hermano; luego ese hombre viene con una java de tomates, una bolsada de chiles verdes y tantas cosas más; atender y suturar algún perro es una de mis mayores satisfacciones y eso dice que, mis prioridades son tan diferentes a las que un día, fue mi epicentro del yo.
Poco a poco empiezo a entender que los árboles hablan, que los animales son seres superiores a la raza humana y que, un río cristalino es mi vida; cuando camino o corro tengo un árbol amigo al que toco, él es mi meta, lo saludo, le doy las gracias por esperarme y mientras tomo agua, es la pandilla perruna que descansa, me despido de mi amigo árbol y toca regresar a la que creo es mi casa, digo “creo” porque nada es mío; mientras en el camino rodeado de helechos y orquídeas cuando menos lo imagino tengo frente a mí a una vaca y a su ternero, sé que las vacas son más inteligentes que yo y la saludo, “Adiós señora Vaca, cuídese y cuide a su ternerito”, ella solo me ve, sé que entiende lo que le digo; mientras camino, no hay perros ni amos alfa, todos somos dominados por el amor, y llegamos a la quebrada, un manantial donde los perros aguan, y a veces me llevo una cerveza, la destapo y en el mayor silencio escucho al agua correr hacia la mar, me encanta el sonido de un río y cuando deseo, me llevo un jabón, una toalla y busco la caída de agua más grande y me siento en una piedra, me baño con una agua tan helada que congela mis malos pensamientos, mientras, los perros chapalean como niños en esas bellísimas pozas; ¿Cuáles eran esos oasis en mi antiguo epicentro?: Quizá “El Oasis Cervecero”, alguna película, un restaurante y a pesar de esa multitud de perfumados, me sentía vacío, totalmente, era incapaz de sentir, era un alma anestesiada.
Ahora, mi alma, cada día más vieja se reconforta con descansar en la hamaca y ver las montañas de Honduras de dolores, mientras “La comandante Colitas” se para en sus dos patitas traseras para dormir en ese vaivén de la hamaca, pobre amiga, hasta ella cayó en tal sopor por culpa de la sopa de pitos.
No me gusta San Salvador, esa jungla no es para que la habiten animales sino humanos, así como pasa día a día, mientras cientos de miles de carros se pelean, es la mujer que se levanta tarde, esa que se pintarrajea la boca, creyendo en la belleza, nada más ajeno al humano y empieza esa lucha por llegar al lugar de trabajo aunque odie su trabajo; no, aquí apenas manejo, solo por urgencias como es atender a un paciente a su casa o ir a comprar cervezas.
Así, mi montaña es mi casa, soy el árbol, el pájaro, el tronco seco, el pino, el pájaro, soy ellos y ellos son Francisco.
Algo raro pensar que puedo ser un árbol, quizá lo entienda al ver que, mientras creía ser un ser superior, talaba ese árbol con desprecio, será su madera la que cubrirá mi cuerpo al morir; ese pájaro al que una vez desplumé, será quien cante alguna canción no triste, no, estoy aburrido y aun muerto sé que me deprimiría al oír a las plañideras llorar, no, quiero una canción de cuna, quizá me gustaría “Dormite niñito, cabeza de ayote, que si no te dormís te come el coyote”, esa sería una canción de cuna ante la muerte y la canción de vida debe ser I can´t Get No satisfaction ; y poco a poco las cortinas del teatro de la vida se cierran, aparecen unas letras en la pantalla: The End.
*Médico salvadoreño