Lecciones de Vida

Cuando era joven me hicieron creer tanto una sociedad que no es sociedad y mi familia, que las lecciones más importantes las recibiría en un aula, sentado en el mayor silencio, escuchando las peroratas de algún docente, a veces decente, a veces indecente ¡Gran Error!

Por: Francisco Parada Walsh*

Las mejores lecciones de vida las he aprendido en la calle Esperanza con la avenida Perdida; es en ese diálogo que se tiene con un amigo, con un hombre mayor, con un niño y sobre todo con el desconocido, a ese que creemos inferior a nosotros porque él es campesino y yo, el doctor non plus ultra, quizá el médico a palos, o tal vez apenas un ser inferior que ante el débil económicamente hablando, siente ser superior y quizá ese hombre sencillo solo diga: “Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”.

Recientemente cuando corría como caballo desbocado iba pendiente dónde llevaba el celular, fueron fracciones de segundo cuando revisé la bolsa y ya no estaba, sabía por dónde podría estar pero no lo encontré, quizá no me importe tanto lo que ese teléfono contenga sino la dificultad económica para comprar otro; empecé mi camino de regreso, y pensé llegar a una casa vecina donde me han brindado todo el apoyo posible y cariño a borbollones; mientras caminaba y aun intentaba encontrarlo, venía en dirección opuesta un hombre, de lejos no lo conocía y ya cuando estaba cerca de mi le pedí de favor que me permitiera hacer una llamada para ver si con el ring ring encontraba a ese bandido que ya no quiere ser mi esclavo cuando todo es al revés; y ese hombre, ese hombre que calzaba botas de hule (Algo que cuando vine por primera vez en el 2013 a mi montaña embrujada  no entendía el uso de las botas de hule, ahora las uso como lo más normal ante semejantes lodazales y nacimientos de agua que debo sortear); ese sencillo hombre no dudó ni por un momento en prestarme su táctil y pude comprender que adolece de algún retraso mental, mientras él me ayudaba a buscarlo, al fin pudimos capturar al dueño de mi vida e inmediatamente le dije que pasara por mi sencilla clínica y que le regalaría algún medicamento que necesitara.

Decidí regresar a mi puerto y entendí que sin esa sencilla ayuda ese teléfono estaría perdido o en manos de otros; no escribo para destacar bondades o enaltecer a mi persona sino que ese sencillo hombre con un déficit mental me enseñó que todos necesitamos de todos y ¿Cuántas veces he evitado a alguna persona por su apariencia física, por su pobreza, por su desgracia? Quizá muchísimas, y fue ese hombre de nombre José quien me dio una bofetada de cariño, de servicio y comprendí que nadie es más, nadie es menos (Eso lo tengo presente en cada día de mi vida) sin embargo ese día sentí que aun, el corazón es un ente que no bombea sangre, no sé qué hizo que este hombre se compadeciera de mi angustia y no puede ser que un órgano que mide lo que mi puño es en tamaño tenga tales cualidades sino que debe haber algo más en nuestras vidas, no lo sé, quizá los valores que nos inculcaron, esa sensación única que se vive cuando se hace un favor, quizá por ahí va la cosa, pues de lo poco que he aprendido en toda mi vida es que dar es mejor que recibir y quizá ahí resuma mi existencia; no atesoro nada, no tengo nada, vivo de la nada y entender que, dignificar al otro es un mandamiento divino, no debo esperar que me pidan un favor, algún dinero, algún medicamento, no, eso es humillante; prefiero tocar las puertas de cada casa, sé que otra pandilla perruna me recibirá y ese es el timbre y entrego lo que corresponde a cada familia del donativo recibido, y no cuento esto por echarme flores, es lo menos que deseo, cuando escribo bloqueo al ego y escribe un hombre desnudo, totalmente frágil, sencillo, hermano, a veces llorón, a veces alegre y no puedo olvidar a un mentor que tuve el privilegio de ser su alumno, fue el Dr. Ulises Flores, padre del ex presidente Francisco Flores quien en una ocasión que debía pagar el local de la Plaza San Benito solo llamé y le dije a su secretaria que necesitaba hablar con él, que me hiciera un espacio en la agenda ya que atravesaba un problema, cuando mi mentor llegó a su oficina, sencilla oficina donde nadie creería que el padre de un presidente trabaja, hombres sencillos, desapercibidos y a la vez grandes seres humanos e inmediatamente recibí la llamada que esperaba, era su secretaria, Doña Sonia quien me decía que podía llegar, apenas me senté frente a mi mentor, alguien tocó la puerta, era su secretaria que traía un sobre, se lo dio a él y Don Ulises me lo entregó; él me dijo: Sé que por esto venís, y te daré un consejo: “El que da a tiempo da dos veces”, me encantó esa frase y la tengo clavada en mi frente, en mi diario vivir donde una vez alguien me pide un favor, estoy presto a servirle, a prestarle ese dinero maldito, nadie me ha fallado y aun, les hago ver que si necesitan más de lo solicitado pues con gusto le puedo prestar más dinero.

El hombre sencillo con sus botas de hule y el padre de un ex presidente, hombre preparadísimo en la universidad de Chicago, los famosos “Chicago Boys” sencillamente hicieron lo mismo, dieron, me sirvieron sin esperar nada a cambio, nada.

Sirva este ejemplo que lo único que me llevaré quizá sea tan solo un agradecimiento o una confusa oración religiosa y no más, todo habrá terminado y cuando quiero alcanzar mi mayor felicidad no es el LSD ni la cerveza la que me lleva a ese nivel, esa hermosa y cálida sensación solo la vivo cuando doy algo; quienes me conocen lo saben, vengo de una familia donde un tío mío llegó un día sin camisa, y cuando mi abuela le preguntó por qué llegaba así, el, simplemente dijo: Se la regalé a un señor que estaba en el portal La Dalia. No conocí a mi tío, pero con su ejemplo, es como que viviera en mí.

*Médico salvadoreño

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