Soy un hombre atormentado

“Es propio de las almas anchas y profundas atormentarse: las tempestades ocurren en el mar, no en los charcos”. Fernando Savater. Soy un hombre que vive atormentado y ni por cerca soy un alma ancha y menos, profunda.

Por: Francisco Parada Walsh*

Cuando converso con un gran amigo le menciono que no sé a qué corriente pertenezco, si al existencialismo o al pesimismo (Invento mío) pero no vivo feliz, siempre hay algo que me estruja, siempre encuentro el dolor más cerca que el amor y por supuesto que también hay un nivel de paz cuando escribo, alimento a mis perros, me detengo a contemplar una bellísima orquídea y de vez en cuando me refugio en la música y en esta vejez me encantan los tangos, música dolorosa, visionaria y profética; sin embargo sufro por los jóvenes desaparecidos; lloré tantas veces cuando sabía de la muerte de un colega que fue masacrado por la indolencia de este gobierno, lloraba, lloraba; quizá de las pocas virtudes es que desde niño empecé a cultivar la empatía, todo gracias a mi madre y siempre, siempre he visto un mundo diferente al que en apariencia vivimos, siempre; sin embargo es el mismo hombre que me cuestiona, me juzga, me atormenta cuando me dice: “Agárrala al suave”, “No escribas sobre cosas dolorosas pues te va a afectar”, en primer lugar me importa un bledo esos fríos y huecos consejos y en segundo lugar, cuando siento el dolor ajeno entiendo que estoy vivo, que al sufrir entiendo al mundo, por cierto que es un mundo malo, demasiado malo; le di voz a cada colega fallecido no por ego sino por dolor y tormento, entiendo qué es perder a un miembro de la familia y sé el dolor que queda sentado para siempre en la silla; por eso me imaginaba los pesares de las familias de un médico, de una enfermera, de un personal de mantenimiento que su ausencia no es grande, es infinita y sí lloré; paradójicamente fui feliz, no es una felicidad morbosa sino repleta de dolor, algo contradictorio sin embargo es el tormento el que rige mi vida; no lo cambiaría por nada, no vivo en la superficie del mundo, ni soy la piel perfecta sino que buceo en lo más profundo del alma y quizá en vez de un epitelio, sea un hígado que derrama bilis amarga, que tiene metástasis de cariño al corazón y por ahí va mi vida; no anhelo ni por cerca un protagonismo, al contrario, que sean los brincos gatunos los protagónicos; y cuando hablo con el ligero de alma siempre me dice: “Cómo podes escribir cosas tan feas? Le hago ver que esa es la vida, que vivo en un mundo diferente al de ellos o al de él y que, al contrario, cuando me empapo de dolor su efecto es más demoledor que mi vino, que mi ron, que mis cervezas, aun, que la belleza pasajera de una mujer, no vivo en ese nivel instintivo sino que trato, busco y olfateo al débil, al olvidado, al paria; ¡Si yo soy un paria! Ni cerca aspiro a la nobleza cuando su apestoso olor me derriba; algo que hubiese querido es tener algunos reales para dar más; recuerdo cuando tenía los veintipicos de años que, mi sueño era hacer un comedor para ancianos y que, en los televisores vieran películas de Pedro Infante, de sus contemporáneos, que escucharan la música de ellos y no lo pude hacer; aun, lo anhelo.

Sueño con un albergue para animales, en un pequeño hospital que atienda a la población de la zona alta sin necesidad de viajar, de ser sangrados por inescrupulosos médicos, sueño con que la comida de las diferentes franquicias y hoteles  y que debe ser destruida se me envíe, se me regale para que, se sirva dignidad en un plato caliente, algo que no se encuentra en el menú tradicional. Recuerdo que hace unos veinte años, visité a Don Ulises “La Pepa” Flores, padre del ex –presidente Francisco Flores, al pobre es fácil darle paja y quizá eso pensó cuando me dice: Lo único que tú tienes es tu respiración y tus pensamientos, de ahí nada es tuyo”, no, es una verdad más fisiológica que real, sin embargo le increpé: “Dice Ala a Mahoma que antes de juzgar a una persona debemos estar siete días y siete noches en los mocasines del otro”  y hagamos algo, cambiemos de lugar, usted debe vivir mi vida, pagar mis recibos, comprar mi comida, y ver que le sobre para pagar la vigilancia y yo, viviré sus vida”, empezó a toser, lo noté no molesto sino contrariado, y no tuvo argumento qué refutar.

Atormentado, atormentado, no importa si seré un alma en pena, no importa, solo que no deseo un estado de Nirvana ni una vida que baja las gradas sin dolores, al contrario, quiero ser un salmón que siempre va en contra corriente, debe sufrir para desovar y una vez cumplido el objetivo quizá morir, no espero vivir largos años, solo que las tormentas de la vida me sacudan el barco, que me lo inunden, que sea el naufragio una opción a llegar a puerto seguro pues quizá aprendo más, y que sea el tormento mi apellido.

No soy masoquista sino un simple hombre que ve en los ojos de su hermano el dolor, el hambre, la pobreza, la muerte y sé, que un día puedo ser yo el que viva eso; invierto en mi muerte mientras no invierto en mi vida, no porque desee un cielo lleno de ángeles y estar libre de pecado y vivir en un paraíso que no existe, sino, que, me importa más estar en la memoria de un perro, de un gato que aman de verdad y no, terminar lleno de medallas de la vida como premios recibidos por haber evitado el dolor; no, eso no lo quiero, al contrario, sé que serán gusanos los que se darán un festín con mis despojos humanos y sencillamente, cumplí el ciclo de la vida.

No soy charco ni océano, soy un hombre común, demasiado común que es feliz con la nada y no le gusta el todo; es el dolor, el tormento del otro, que me hace seguir mi lucha, y debo aclarar que aun, a mi edad soy estúpidamente ingenuo, creo en la gente, creo en un mundo mejor; no creía en la maldad y aun, veo en mi prójimo el lado bueno de las cosas cuando, en esencia, somos malos.

Creer que puedo cambiar el mundo solo aparte de utópico sería una locura, no, me conformo con recibir el tormento con todo el amor del mundo y seguir siempre caminando en la avenida Tormento con la calle Eterno, no deseo la felicidad como se nos vende, no, eso es mi máscara, detrás de esa máscara está francisco, ese loco que  regala consultas, dinero a sus pacientes y no lo cuento por echarme flores, no, jamás, sino por lo cálido que siento el alma cuando me desprendo de lo que más vuelve loco al mundo como es el dios dinero.

*Médico salvadoreño

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