La Rosa y el Mangle

Mientras arreglaba el jardín, me detuve ante la belleza de una rosa roja, cerré los ojos y en un santiamén estaba volando, pocas veces ha sucedido en mi vida que un olor me transporte a determinadas situaciones, a ciertos lugares, al pasado, a un pasado hermoso.

Por: Francisco Parada Walsh*

Así, mientras olía esa rosa vino el recuerdo de mi amada madre, jardines que he podado, abonado y disfrutado; cerraba los ojos con todas mis fuerzas y ese aroma no me permitía ver la realidad, seguía pensando en Bogotá, en Turrialba y en otros lugares, y entendí cómo un aroma nos puede hacer viajar a recuerdos maravillosos.

Mientras estaba en Bogotá, no tenía loción y decidí robarle un poco a mi cuñado, una loción Jean Marie Farina e inmediatamente estaba de regreso a El Salvador, no hubo necesidad ni de presentar el boleto aéreo ni abordar un avión, sencillamente ese olor me hizo viajar hasta una lindísima experiencia que ese aroma me regaló.

Amo las plantas, así como los gatos son mis amigos, así, cada planta ocupa un lugar en mi jardín y en mi alma; no soy de comprar plantas caras, no, acá en la montaña abundan tantísimas flores que basta detenerse, arrancarlas con amor y esperar unos días y ya, tengo otra amiga; le robo a la montaña flores sencillas, plantas enormes que han pasado siete años de no tener la presencia de un ladrón de rosas, son macollas de orquídeas que se deben abrazar con los dos brazos, y las traigo, les platico, les hago ver que nada les faltará y que estaré pendiente de sus cuidos; no es locura pues he visto varios reportajes científicos que explican claramente cómo las pantas y árboles se comunican entre sí; no podemos ser el único reino que habla, somos malos por esencia y un jardín me da paz, muchísima paz.

Hay un viejo refrán que dice: “Si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres ser feliz una semana, cásate; si quieres ser feliz un año, ten un hijo y si quieres ser feliz para toda la vida, cultiva un huerto”; mientras escribo, espero que mis girasoles iluminen mis días oscuros, que su belleza apabullante me dé ánimo para empezar esa vida que cada día se debe amar; y más lejitos sembré chipilín, no puede faltar ese arroz con tunco, delicia no de chicos sino de grandes y pervertidos, y que sea ese chipilín el que le dé potencia a este comensal; por otro lado he sembrado árboles frutales, no sé qué pasará si cuando alcancen la mayoría de edad se llevarán bien o se odiarán pues todos quedarán apretujados, dudo que llegue a disfrutar de un aguacate, de un limón, de una naranja, no, ya seré historia pero me remiro en esos arbolitos, por el momento son pequeños niños que, dependerá de mí ser un buen tutor o árbol que nace torcido, sus ramas nunca endereza.

Recuerdo que hace unos veinte años, mientras visitaba a mi tata empezó a habla r de sexo e hizo ver que el olor natural de la vagina era, es y será algo delicioso, lo comparó con la brisa de un manglar que golpea a nuestra nariz, y aun, quizá bajo algún recuerdo o hechizo cerró los ojos cual si el olor estuviera en sus bulbos olfatorios, inspiró profundamente y movía las manos como queriendo que la brisa vaginal, llenara su ser; mientras, la dama de él y mi ex esposa solo se miraban, sabía que eran otras locuras de mi tata por tan solo ganas de joder.

Pero le doy la razón, entre ese cautivante olor de la rosa que me hizo viajar a mi pasado, prefiero que sea la marisma, el olor a mangle el que me arrulle por la eternidad.

*Médico salvadoreño

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