Recientemente vino a mi casa una perra amiga, “La Vaquita”, es esa mezcla entre dálmata, criollo o “aguacatero” y tantos genes más que la hacen tan bella, tan especial.
Francisco Parada Walsh*
Cuando la vi temblorosa y que no llegaba al plato de comida, puse más atención e inmediatamente supe que le habían dado “veneno”; mientras, la inyecté con un potente esteroide poco a poco fue mermando su ánimo, sus fuerzas, su lucha; el vómito era incontrolable, el temblor y la imposibilidad para ponerse de pie, también lo era; decidí acostarme junto a ella, la abracé y la tuve por tres horas junto a mí, decidí ver al cielo o a las nubes y contarle un cuento, todo es diferente y le tuve que hacer algunos cambios a aquel viejo cuento del “chuchito que se cagó adentro” y le cambiamos al “hombrecito que se cagó adentro”.
Mientras le contaba el cuento no podía entender cómo el reino humano puede ser tan perverso, tan desleal, tan sicópata; esperaba que muriera junto a mí y la bandida no estiraba la pata; decidí envolverla en una vieja sudadera y la entré a mi cuarto, ya no quería ver esos jadeos, esa rápida y dificultosa respiración; mientras miraba a mi amiga de mil batallas ir perdiendo la batalla lágrimas bajaban por mis mejillas; no entendía el dolor y el sufrimiento que somos capaces de ocasionar, preparar algún bocadillo y empaparlo de lannate no es de una mente sana y esperar a la presa, que la víctima en su inocencia crea que comerá un manjar ¡Eso somos!
De repente, literalmente logró sacar sus patitas delanteras y las estiró, pensé que era el adiós, solo creí que era la despedida pero no, “La Vaquita” se sacudió, puso pies o patas en polvorosa y se fue a refugiar a la soledad, al verla caminar me alegré, pensé que el medicamento había surtido efecto y le di algo de comer e inmediatamente empezó a devorar concentrado y crema; ella es una perra vecina, tomó rumbo a su casa y me sentí tan feliz de haberle salvado la vida a una miembro de mi pandilla canina pero no podía sacar de mi cabeza cómo podemos ser capaces de matar a inocentes animales por el simple hecho de que somos la raza superior.
Ese día entendí que en este mundo los animales nos llevan años luz con relación a la bondad, a la evolución y sí, nosotros estamos adelantadísimos cuando se trata de engañar, envenenar, mentir, matar. Si calco eso a la vida que llevamos, podemos ver cómo engañar es un arte, el que mejor engaña es el líder, es el “vivo”; el que mejor envenena la mente del pueblo sea político, religioso o común mortal y el que mata nuestros sueños, esperanzas e ilusiones está en un pedestal.
Es un ídolo. Estoy feliz de que mi “vaquita” siga siendo miembro fundadora de mi pandilla, lloré ante el sufrimiento, ante la impotencia de sentir perderla, ante la maldad de mi gente y pensé en el karma, en ese bumerang que regresa sin preguntarnos si no gusta o no lo que nos regresa, solo llega y en una esquina del ring de la vida puse a mi amiga y en la otra esquina senté al humano.
No hay forma que un animal haga algo por el simple acto de maldad y fue entonces que mientras miraba a mi amiga agonizar, le dije a la oreja: “Oye “Vaquita”, cuando muera y cruce el lago de sangre y Dios te pregunte si me porté bien contigo y si la raza humana merece vida eterna, solo responde que somos pura mierda, no pierdas el tiempo en salvar mi vida, yo, represento a la especie inhumana y no merecemos ni por cerca el cielo ni el infierno, sino penar por la eternidad. Nunca ser felices, a diferencia de ustedes, que donde llegan, solo llevan alegría, fidelidad y el amor más puro que existe en el mundo”. La “Vaquita” solo se me quedó viendo, imagino que pensó: “Este viejo ya está loco!
Médico salvadoreño