Por Geraldina Colotti.
En este junio de cumbres (sobre todo cumbres de los poderosos), también tuvo lugar el Club Bilderberg 2022. Del 2 al 5, en el secretismo habitual, se encontraron en Washington los principales decisores, los que mueven las palancas del mundo globalizado: comandos de la CIA, de la OTAN, de la política, de las finanzas, de la industria, la academia, el periodismo… Se reúnen todos los años desde 1954, cuando el multimillonario norteamericano David Rockefeller fundó el club de la élite mundial.
Este año también estuvo presente el exsecretario de Estado Henry Kissinger, criminal de guerra y «Premio Nobel de la Paz», aún en la brecha a los 99 años de edad. Como experto en “legitimacy”, la teoria del realismo en la legitimación, basada en la búsqueda del beneficio por la hegemonía y no en los principios y en la moralidad, Kissinger ya en el Foro de Davos dijo que sería un error «querer humillar a Putin» en el conflicto en Ucrania. Los europeos cometerían un «error fatal» al perder relaciones con Moscú y permitirle establecer enlaces cada vez más sólidas con China.
Los temas discutidos por el Club, comunicados a la prensa, reflejan las preocupaciones de la burguesía mundial por sus negocios en el contexto del conflicto en Ucrania y los escenarios que abre. La «perturbación del sistema financiero global», la «desglobalización», los «desafíos de la OTAN»…fueron algunos temas del debate. Para los maniobristas norteamericanos, se trata de entender en qué términos seguir explotando el «truco» en que se basa el proceso de «colonización financiera» puesto en marcha por Estados Unidos a partir del 15 de agosto de 1971, con el fin de los Acuerdos de Bretton Woods.
El Informe de Perspectivas Económicas Globales del Banco Mundial predice los próximos dos años de crecimiento global “cercano a cero” y una década de “crecimiento modesto debido a la débil inversión en la mayor parte del mundo”, y el aumento de los precios. Señala que la situación recuerda a la década de 1970, la época de las dos crisis del petróleo, de 1973 y 1979, y la consiguiente desaceleración del crecimiento y aumento de los precios.
Condiciones hoy agravadas por las consecuencias de la pandemia y el conflicto en Ucrania, lo que ha provocado el aumento de los precios de algunas materias primas y ha alimentado la inflación. La amenaza de la estanflación global -una mezcla simultánea de altos niveles de inflación y recesión- podría tener efectos particularmente severos en el sur global, donde el ingreso per cápita este 2022 se mantiene casi un 5% por debajo de los niveles previos a la pandemia, dice el Banco Mundial.
La inflación persistente, advierte el Informe, aumenta las posibilidades de que la Reserva Federal y otros bancos centrales eleven drásticamente las tasas de interés para enfriar la demanda, como sucedió a fines de la década de 1970, pero eso podría conducir a una crisis global «más punitiva» y crisis financieras en algunos mercados emergentes.
El Banco Central Europeo también está intentando frenar la inflación cuatro veces por encima del umbral fijado, aumentando las tasas de interés, pero tratando de no «traumatizar» a los inversores en bonos como sucedió en julio de 2011 con la crisis de la deuda periférica y la deflación en Europa. Quienes, por supuesto, quedarán «traumatizados» serán los sectores populares, pero a los banqueros les da igual. Al contrario, descargarán las pocas subidas que tendrán que soportar en las hipotecas para la compra de las casas de los trabajadores.
En la complejidad del mundo globalizado, y a la luz de los cambios en el modo de producción, desencadenados por los desarrollos tecnológicos y de la información, las guerras económico-financieras del tercer milenio con sus correlatos conflictos armados, por lo que se refiere a los EE.UU, tienen que ver con la defensa de la hegemonía del dólar y la competencia con el euro, y con el surgimiento de un sistema descentralizado y multipolar, hoy favorecido por la misma innovación tecnológica hasta ahora controlada por ellos.
Puede ser útil centrarse en el proceso de desarrollo de la hegemonía del dólar tras el fin de los acuerdos de Bretton Wood, la devaluación de gigantescas cantidades de billetes verdes que se lanzaron a circular en el planeta, y el dominio de los monopolios que, además de debilitar la potencialidad productiva de las naciones, provocaban un encarecimiento de los precios según su propia ganancia.
Desde entonces, desde que Washington abolió el papel que jugaba el oro en los intercambios comerciales, reemplazándolo por el crédito puro (papel moneda o billete), Nixon y la Reserva Federal aseguraron una posición sólida al dólar atándolo al petróleo, consiguiendo que regulara todas las transaciones: primero con Arabia Saudita, luego con el resto del mundo. Desde entonces, han pilotado cambios en la economía, en el contexto de la gran división industrial del trabajo a nivel mundial, haciendo de la globalización del dólar la esencia de la globalización económica.
Un sistema en el que EE. UU. produce billetes verdes y el resto del mundo produce los bienes que se intercambiarán con esos billetes. La guerra en Vietnam fue financiada por la impresión de dinero inorgánico para cubrir un déficit fiscal en aumento, que ha seguido siendo una característica constante de los Estados Unidos. Mientras tanto, se iban agotando las políticas económicas keynesianas, aplicadas en las dos décadas del boom de crecimiento. El ciclo expansivo se agotó, con graves consecuencias para los niveles de producción y de empleo, sin que las políticas tradicionales antinflacionarias pudieran contener la inflación.
La economía real norteamericana se ha paulatinamente mudado fuera del país, en aquellas zonas del sur donde es posible lograr una alta explotación del trabajo vivo, por lo tanto una alta ganancia, y la industria nacional se ha despotenciado. Exportar dólares implica importar una gran cantidad de productos de otros países y mantener así un déficit en cuenta corriente. De esta manera, cíclicamente, Estados Unidos pudo bajar o subir las tasas de interés como grandes compuertas de agua, asestando golpes fatales a quienes se habían beneficiado de la anterior «inundación» de billetes verdes. Sin embargo, tal modelo de supervivencia nacional implica tener siempre un superávit, para evitar el déficit en la cuenta de capital.
Con una tasa de ahorro casi inexistente, para mantener su estilo de vida y el «status» de super-potencia, necesitan un flujo neto diario gigantesco, y por lo tanto tener siempre un superávit de cuenta de capital. El capital exportado al resto del mundo debe tener entonce un retorno, a fin de proporcionar nuevamente el dinero para comprar productos globales. Si miras las guerras libradas por los gobiernos estadounidenses en los últimos veinte años, puedes ver cómo han sido diseñadas para este propósito: porque si el capital no regresa, los bancos deben seguir imprimiendo dinero y el dólar se devaluará.
Así, por un lado, el gobierno Usa dona dólares a través de sus propias instituciones internacionales, mientras que por otro recupera los que antes dispersó a través de bonos del Tesoro. ¿Y cómo asegurar que el capital regrese? En parte, ofreciendo puntos fuertes de crecimiento económico, impulsados por la innovación tecnológica (ante, el intento de reindustrialización de Obama y luego de Trump, ahora la “transición verde” de Biden): un intento muy parcial, considerando la crisis estructural del modelo capitalista y el nivel alcanzado por la economía virtual.
Y por tanto, vuelve el mecanismo colonial consolidado a lo largo de todos estos años, siendo el complejo militar-industrial un motor voraz de todo el esquema: es necesario crear crisis y conflictos, incluso armados, en áreas competidoras, asegurándose de que dejen de ser atractivas para los inversionistas, y convenciéndolos al menos del mal menor, incluso en un momento en que la recuperación económica de los Estados Unidos no es suficiente para atraer de nuevo a los capitales del mundo. Washington utiliza sus «inigualables medios militares para arrear el capital como un rebaño de ovejas», dice el analista chino Qiao Liang, al explicar en sus escritos «la ley cíclica del índice del dólar».
Entre un recorte y un aumento de las tasas de interés, dice, al final la economía global cambió, y todos aquellos que durante el período de «inundación» se «beneficiaron» del dólar, cuando se cerraron las compuertas, sufrieron un golpe muy fuerte. Esto sucedió en América Latina a principios de la década de 1980, la primera vez que Estados Unidos utilizó su «truco financiero». Luego, la guerra de Malvinas y la crisis regional que siguió, provocaron el retiro masivo de inversionistas.
Ante la crisis financiera que estalló en América Latina, la Reserva Federal elevó las tasas de interés, lo que dejó a los inversionistas sin más remedio que buscar bonos del gobierno federal de EE. UU. y otros activos financieros. Después, los Estados Unidos regresaron a América del Sur y, gracias también a la actividad de los «fondos buitres», se apoderaron de prósperos negocios que se habían convertido en papel de desecho. En el siguiente ciclo, el objetivo fue el Sudeste asiático. Ahora, se escenifica el contraste entre el dólar y el euro, el ataque a Rusia en el enfrentamiento global entre EEUU y China.
Se recordará que, en noviembre de 2000, tras el lanzamiento del euro, Saddam Hussein expresó su intención de regular las transacciones petroleras con la nueva moneda europea, cuestionando así la hegemonía del dólar. Sabemos cómo terminó la guerra asimétrica desatada por Bush hijo, y cómo, tras la caída del gobierno iraquí, el nuevo gobierno puesto en la silla de mando por la «democracia» norteamericana pronto volvió a imponer con un decreto el regreso del dólar en el comercio petrolero local.
Y se puede compartir el análisis de Liang, también cuando lee la guerra de Kosovo, iniciada en marzo de 1999 como una fuerte advertencia a la naciente moneda, el euro, lanzada oficialmente el 1 de enero de 1999. Tras 72 días de bombardeos, también lanzados por las fuerzas aéreas de la Unión Europea, y alimentados por la sucia guerra mediática que acusó al gobierno de Milosevic de haber masacrado a 90.000 albaneses en Kosovo, no sólo se derrumbó el gobierno yugoslavo, sino que cayó un 30% el tipo de cambio entre euro y dólar.
Hoy, la propaganda bélica intenta responsabilizar de la crisis global a la «guerra de Putin», llegando incluso a confeccionar «listas de prohibición» de los que no están de acuerdo, como se está haciendo en Italia. En un guión bien probado en otros escenarios, comenzando por la Venezuela bolivariana, se intenta ocultar el efecto perverso de las «sanciones» que los gobiernos europeos han impuesto a Rusia, incluso obtorto collo, y incluso contra sus propios intereses, para cumplir con los pedidos del amo norteamericano, que va a medir su hegemonía en la próxima cumbre de la OTAN en Madrid.
Según la FAO, las sanciones internacionales impuestas a la Federación Rusa pesarán incluso sobre los ingresos de los agricultores rusos porque, aunque Moscú es un exportador neto de fertilizantes, su agricultura depende especialmente de las importaciones de semillas y pesticidas, principalmente de los países europeos.
Rusia y Ucrania abastecen a muchos mercados con importantes materias primas. Rusia es el mayor exportador mundial de trigo, Ucrania el quinto. Juntos, los dos países representan alrededor del 30% de las exportaciones mundiales de trigo, el 20% de maíz, fertilizantes minerales y gas natural, y el 11% de las de petróleo. Los precios de estos productos han aumentado considerablemente desde el inicio del conflicto, a raíz de las «sanciones» impuestas a Moscú a instancias de Washington. La FAO ya advirtió sobre la posibilidad inminente de una crisis alimentaria para aquellos países en desarrollo que dependen en gran medida de Rusia y Ucrania y que, ya probados por la pandemia, no pueden permitirse costos tan altos para obtener alimentos y energía.
Para pagar las consecuencias de la crisis, en términos de aumento de los precios de los alimentos y servicios, de la consiguiente depreciación de los salarios y la pérdida de trabajo, serán, como siempre, los sectores populares, comenzando por los pueblos del sur, objeto, a su pesar, del lucrativo negocio de la «ayuda humanitaria» y la «reconstrucción de posguerra».
Estamos, por tanto, en presencia de un poderoso y complejo momento de reposicionamiento del equilibrio de poder a nivel internacional. Un marco en el que cobra mayor importancia la acción coordinada de aquellos países que habitan un continente rico en recursos y cada vez menos dispuestos a concebirse como el «patio trasero» de Estados Unidos, osea América Latina. Así se vio en la Cumbre de las Américas, llamada con razón Cumbre de la Exclusión, desertada por la mayoría de los países latinoamericanos progresistas, en desacuerdo con la decisión de excluir a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En este contexto, la gira euroasiática que realiza el presidente Nicolás Maduro cobra aún más importancia. Un viaje para fortalecer las relaciones Sur-Sur y los acuerdos financieros a través de la diplomacia de paz, combinada con la justicia social: en la perspectiva de que un mundo cada vez más multicéntrico y multipolar conducirá a la caída del último imperio y acelerará el crepúsculo del capitalismo.