Por Stéphane Douailler.
El joven haitiano fue responsable de una obra brillante y comprometida, que fue interrumpida tras su asesinato. Un día de abril de 1961, en una playa del noroeste de Haití o torturado en un centro de detención (lo ignoramos hasta el día de hoy), moría una joven promesa de la política y la literatura. Buscado por la policía del dictador François Duvalier, había desembarcado clandestinamente desde Cuba con algunos compañeros: a todas luces, alguien le había fallado.
Este hombre que intentaba volver a pisar su país natal luego de haber huido sólo unos meses antes, Jacques Stéphen Alexis, fue el autor de una notable obra literaria, pero no fue por esta que se le negó la entrada a su tierra. Poco antes, Alexis había estado en La Habana, Moscú y Pekín (donde fue recibido por Mao Zedong) y acababa de fundar un nuevo partido en Haití, el Parti d’Entente Populaire, con el fin de contrarrestar, mediante una alianza política sin precedentes, el continuo desastre que representaba para el pueblo la coalición que dirigía el país sirviendo los intereses de una vieja casta feudal isleña y de los desenfrenados intereses empresariales de Estados Unidos.
Este año, centenario de su nacimiento, se nos presenta no sólo como una oportunidad para proyectar la vida y el legado de Alexis sobre una pantalla memorial; es también una ocasión para interrogarnos sobre ese mismo haz luminoso proyectado: una historicidad singular que sabe que todo podría haber resultado de otra manera, y que le exige entonces a este saber que ordene la intuición que lo auspicia bajo la forma de alguna pregunta perenne.
Alexis es uno de esos actores que aparecen de vez en cuando en los escenarios políticos de la historia, con el doble rostro del hombre de letras consumado y del que responde a la llamada de las responsabilidades y luchas que exige su tiempo. La posibilidad de construir ese entredós duradero es una de las preguntas que la obra y la vida de Alexis introducen, ya que él mismo fue lo suficientemente constante para que de eso surgiera una especie de historia.
En enero de 1946, tuvieron lugar en Puerto Príncipe los llamados Cinco gloriosos. Reformulando los Tres gloriosos que en 1830, “segunda revolución francesa”, lograron deponer al último rey borbón luego de que suspendiera la libertad de prensa, en Puerto Príncipe fueron días de huelga e insurrección contra un presidente que dirigía entonces un gobierno al borde del colapso económico, que esperaba salir de él reprimiendo a la oposición y que fue obligado por el movimiento social a huir de manera precipitada y vergonzosa. Durante estos acontecimientos Alexis estuvo en las primeras filas de la revuelta, junto al pintor y fotógrafo Gérald Bloncourt y al poeta René Depestre, con los que fundó el periódico La Colmena. Órgano de la nueva generación. Su cierre por parte de las autoridades el día en que publicó en su portada una conferencia pronunciada por André Breton lanzó a la calle a jóvenes poetas y revolucionarios, al mismo tiempo que reforzó la creencia en los poderes liberadores de una nueva poética y, en especial, la del surrealismo. En un momento en el que el marxismo gozaba de cierto auge a nivel internacional, difundiendo palabras y categorías como una lengua común del movimiento comunista (una lengua compartida por toda una generación haitiana gracias a Jacques Roumain),1 los experimentos surrealistas en el frente poético pasaron a escoltar y acompasarse al deseo de revolución.Apoyá nuestro periodismo.
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Así, el choque entre las palabras y los estados de conciencia fruto de este encuentro orientó a la joven generación hacia una segunda comprensión del anticolonialismo. A todas las razones para rebelarse contra las depredaciones imperialistas del capitalismo occidental se agregó la de la destrucción ciega e imbécil de las riquezas del espíritu humano albergadas en los pueblos considerados primitivos.
Algunos años más tarde, Alexis, estudiante de neurología en París que acababa de publicar su primera gran novela, Mi compadre el general Sol, recibió la responsabilidad de hablar en nombre de los creadores haitianos en el primer Congreso de Artistas y Escritores Negros que la revista Presencia Africana y su fundador, Alioune Diop, habían convocado a mediados de 1956 en la Sorbona. Alexis tomó la palabra justo antes de Frantz Fanon y Aimé Césaire, frente a Jean-Paul Sartre, Pablo Picasso y Joséphine Baker, y no tardó en comprender la importancia de dicho encuentro. Consciente de que daría el pistoletazo de salida a una acción general que declaraba obsoleto el orden colonial, elaboró una propuesta movilizadora bajo el título “Prolegómenos a un manifiesto del realismo maravilloso de los haitianos”, invitando a intelectuales y artistas de cada pueblo negro a adoptar un programa de trabajo unido. Este programa iría más allá de los testimonios que buscaban “hacer vibrar todas las respiraciones”: estaría dirigido hacia una transformación partisana y combativa del mundo apoyándose en las realidades vividas y compartidas por los pueblos, sus tradiciones y los nuevos valores que estaban forjándose.
El tono comprometido asumido por Alexis se correspondía con el esperado del representante de un país que fue el primero en liberarse de las cadenas de la esclavitud. Asimismo, en un nivel más general y decisivo, respondía a la concepción de la “libertad haitiana” de Alexis: una libertad que habría quedado a la espera de asumir su lugar junto a las sucesivas contribuciones a la investigación racional de lo real hechas por el socialismo francés, la economía política inglesa y la filosofía idealista alemana. A esta célebre serie propuesta por Marx se añadiría la experiencia singular pero potencialmente universal que Haití habría sabido construir encontrando en sí mismo las fuerzas y los medios para nacer como una nación libre.
Así, la intervención de Alexis sobre el “realismo maravilloso” de los haitianos hacía referencia a una reapropiación de estas fuerzas históricas. Por un lado, se alimentaba de un programa de investigación y reorientación cultural de la sociedad haitiana que Jean Price-Mars y Jacques Roumain habían emprendido hacía más de 15 años al crear un Instituto y una Oficina de Etnología, y, por otro lado, lo dotaba de una base teórica. Su intervención les proporcionaba a las obras de la cultura, en virtud de su larga vida, una cuota de autonomía dentro de las determinaciones sociales que justificaba considerar a los pueblos y a las masas como las verdaderas fuentes de un cambio del que serían, a partir de un trabajo singular y subjetivo, potencialmente depositarias. Desde la noche de los tiempos, la cultura era para Alexis como un tesoro continuamente enriquecido de formas populares originales a las que se podía recurrir en cualquier momento, como si de un nuevo órgano se tratara.
La comprensión introducida por el entredós de lo político y lo poético en la conferencia del primer Congreso de Escritores y Artistas Negros como un programa objetivo sobre un saber para la acción tomó, a contrapelo, una dirección más personal en la obra de Alexis.
Mi compadre el general Sol, ya publicada, y Los árboles músicos (acaso por entonces también concluida) buscaron penetrar en los procesos también “maravillosos” de la conciencia de sus personajes, procesos que conducen a sus héroes literarios a verdades vivientes. El repertorio de formas descubierto por la etnología, ese que tras los descubrimientos europeos de las artes primitivas había motivado a André Breton a ir a Haití y a entusiasmarse, junto a Wilfredo Lam, por el pintor Hector Hippolyte, no era un museo que la mirada poética iba a revelar, ni tampoco uno que Alexis pretendiera dejar en estado de indeterminación política (una mirada que sería razón de polémica con el llamado “surrealismo espontáneo” invocado por sus antiguos amigos).
A contrario, para vivir una segunda vida adecuada a las condiciones de la liberación humana, los “tesoros de humanidad” acumulados por la creatividad popular requerían, para el autor, un trabajo de rememoración que recuperara sus capacidades, acalladas o aún inéditas, de transfigurar las escenas interiores en las que los sujetos acceden a las verdades políticas que les conciernen.
Las tramas de sus libros y las palabras interiores de sus personajes se sumergen en la realidad “maravillosa” del archipiélago caribeño, capaz de poner de manifiesto la presencia luminosa de las fuerzas y los hálitos de vida que acechan y habitan el mundo natural, y abren cada vez más, sobre este espacio olvidado en proceso de ser retomado sistemáticamente por la literatura (por Aimé Césaire o Alejo Carpentier), el abanico de posibilidades dentro del que una existencia puede transcurrir para añadir a la trayectoria en la que la vida la ha lanzado alguna verdad política.
Antes de que le pusiera fin en una playa haitiana una traición tan estúpida como la que expuso a Arquímedes a un espadazo brutal, el autor habría quizás podido desarrollar sus explicaciones sobre el rol de la consciencia y de la memoria, tal como había comenzado a hacerlo en la primera entrega de una ambiciosa tetralogía que no pudo terminar de escribir, y de la que sólo conocemos En un abrir y cerrar de ojos y parte de La estrella absenta.
Siguiendo la estela de Mi compadre el general Sol, la tetralogía había elegido una relación amorosa y la escena pública e íntima que esta instituye para explorar los resortes lógicos del devenir verdadero de una vida y la adscripción de esta verdad a un sentido político. Recordemos que el prefacio de Sartre de 1948 a la Antología de la nueva poesía negra y malgache, de Léopold Sedar Senghor, perseguía el mismo objetivo al vincular sus análisis a una reminiscencia de Orfeo y Eurídice. Sabemos que, en el mito y en los ecos que se hacen de él, Eurídice encarna una presencia tanto más muda cuanto más le corresponde hacer cantar a toda la naturaleza a través de la voz de Orfeo. Es aquí donde algo quizás fundamental cambia con Alexis.
En su tetralogía, como nuevos Orfeos (sabemos que Sartre había apoyado sobre esta figura la díada política y poética de la negritud), los dos héroes masculino y femenino se sumergen en los laberintos de una rememoración inaudita que rompe los lazos con todos los dramas conocidos. La rememoración de los personajes de Jacques Stéphen Alexis se desarrolla, en dichas obras, a través de tormentas indisolublemente externas e íntimas que conducen tanto a las profundidades de las capacidades sensibles del ser y del pensar como hacia el puerto vislumbrado de subjetividades desconocidas introducidas por su prosa. Así, la pareja que forman sus héroes hace surgir una estancia dada a una humanidad liberada en el corazón del horizonte más grande de todas las cosas, cumpliendo el proyecto de dar un lugar para la libertad tan recuperado como nuevo.
Cada una de las palabras de esta tetralogía inconclusa, a la que sólo podemos acercarnos suponiéndola, nos falta.
Stéphane Douailler, profesor emérito de la Universidad París 8. Traducción de Martín Macías Sorondo.