Mientras escribo llueve a cántaros. No disfruto la lluvia como cuando era niño, poco a poco fui dejando mi piel de felicidad y me convertí en un hombre aburrido, y aun, intento día a día que sean mis perros y mis gatos los que traigan alguna alegría a mi vida, a veces lo logran, bueno, casi siempre.
Por: Francisco Parada Walsh*
Quizá porque siempre estoy pensando en el mañana y dejo de vivir el ahora; así la lluvia trae más pena que dicha, me preocupa una gotera, que el camino esté en malas condiciones, que los derrumbes y tantos monstruos que revolotean en mi mente; sin embargo hay una lucha a muerte entre la alegría y la tristeza, deseo caminar bajo la lluvia, mojarme, sin miedo a nada, volver a ser niño, volver a ser feliz y debo admitirlo, mi terquedad prevalece, aun con tormentas con sapos y culebras intento no abandonar mi caminata matutina, quizá quienes realmente disfruten ese paseo sean los perros bandidos, que cual forajidos que persiguen a la diligencia que lleva el dinero de un pueblo a otro, ellos corren, ellos ríen, ellos disfrutan, ellos mantienen su pureza ¡Así quisiera ser! Pero no puedo, a veces creo que todas esas tormentas no son regalos de dios sino que son todos los ríos maternos, todas las lágrimas de las madres de los desparecidos, de los detenidos, de los marginados, de los pobres que no saben que son pobres y que de cada casa de una madre llorosa empiezan las lágrimas a recorrer cunetas, vaguadas, acequias, hasta convertirse en riachuelos, luego se embravecen y rugen, hay dolor, hay luto y su fuerza es mayor, representa cada gota al amor más grande, al amor materno y cada lágrima gime; desembocan en un mar bravío, furioso, histérico y dios, ante tal acto de amor las recoge en sus manos, bebe esa agua divina y la deja caer para que empapen los labios de sus seres amados, de esos jóvenes desaparecidos que gritan pidiendo los encuentren, tienen la boca seca, y sirve esa lluvia para que tomen agua, para que sepan que, nunca serán olvidados y es el llanto sagrado quien se convierte en truenos, en relámpagos que iluminan nuestras oscuras vidas, sabedores que en esta tierra fértil en maldad, poco importa la lluvia divina.
Quisiera que después de regresar de mi paseo, poder ser otro, siquiera, tan siquiera pensar en ese joven que murió en los pabellones de los condenados por ser pobre, entonces me pregunto ¿Cómo podemos ser una sociedad sana si ni la muerte de un joven nos sacude? Tal vez somos diferentes, mal nombre tenemos, siempre insisto en que ese altivo país llamado El Salvador debería ya no llamarse ni El Pinochini de América ni El Salvador de Qué sino que viene a mi mente un nuevo nombre, debemos llamarnos Enfermedad o Insania; recuerdo cuando cercanos me han dicho que no escriba cosas duras, que lo que publico son cosas demasiado fuertes y les hago ver que esa es la vida, esa es mi vida y que, gracias a ese dolor que puedo sentir, lograr mimetizarme como la mantis con una rama es que vivo, es que escucho atentamente a la lluvia porque siempre trae secretos, siempre me cuchichea: “Somos las lágrimas de las madres de los presos”, viene otra tormenta y se acerca a mi oído y me dice: “Somos las lágrimas de los ochenta mil muertos que dejó la guerra civil”; parece que todo olvidamos y estoy de acuerdo, y pareciera que es mejor el olvido que el recuerdo, claro, se vive mejor, se respira mejor, se bebe mejor; ese no es mi mundo, ni lo quiero; quiero un mundo inundado de lágrimas, de dolor, de compasión, de fraternidad, de entender el dolor de perder a un hijo y que, en esas tormentas que ya no me alegran, viene la vida, viene la esencia del ser, que es tan solo sentir siquiera una pizca del dolor ajeno.
Soy un maldito masoquista, me encanta el sufrimiento, no los látigos ni calzo ropa de látex sino entender que cuando moví unos trozos de madera había un cangrejito con sus ojos saltones, me dijo que me callara, que estaba escondido de sus asesinos, que había regresado a la tierra, que como una ostra, de tantas lágrimas rodadas se forma un cangrejito y que lo dejara en paz, que él buscaría a su familia, que él le daría un fuerte abrazo con sus tenazonas a su madre que no duerme, que no vive, que pasa día y noche esperándolo.
*Médico salvadoreño