La cantinela del régimen contra las organizaciones de derechos humanos es una muestra de debilidad y de pobreza intelectual. Si está tan seguro de su posición política y de su popularidad, por qué presta tanta atención a unas cuantas organizaciones que lo señalan por violar sistemáticamente los derechos humanos.
Por: Rodolfo Cardenal*
Si está tan convencido de la eficacia de la soberanía nacional, por qué pierde el tiempo y gasta energías en los organismos internacionales. Si está persuadido de estar habilitado para ejercer el poder absoluto, las diatribas contra las instituciones nacionales independientes es un desvarío.
Tal vez el origen del malestar sea el temor de que ese discurso acabe por penetrar en la opinión pública y encienda la chispa de una movilización popular masiva. Si una porción significativa de los actuales seguidores locales del régimen toma conciencia de la contradicción entre sus derechos civiles, políticos, sociales y humanos, y la realidad que experimenta diariamente, la popularidad presidencial puede comenzar a resquebrajarse. Otra posibilidad, sin excluir la anterior, es la susceptibilidad frente a la crítica y la disidencia, propia de figuras inseguras y con poco bagaje intelectual para defender sus ideas y sus decisiones. Son personalidades acostumbradas a ordenar y a ser obedecidas automáticamente, tal como revelan los tuits de los funcionarios.
Sea lo que sea, el hecho incontrovertible es que el Bukele autoritario, antidemocrático y violador de los derechos de la ciudadanía ya es un referente obligado de la prensa internacional. Bukele figura en compañía de los Bolsonaro, los Maduro, los Díaz-Canel y los Ortega latinoamericanos. Un artículo de The Economist del 18 de junio, dedicado a la criptocracia, concluye que “una moneda volátil y un líder volátil sugieren un futuro volátil para El Salvador”. Ningún otro mandatario nacional, ni siquiera los coroneles de la dictadura, había recibido semejante distinción. El sarcasmo contra la prensa internacional y la institucionalidad internacional contribuye a confirmar ese juicio negativo sobre el presidente que quiso ser cool. De ahí que sea un desgaste innecesario insistir en la descalificación y el insulto. La forma más eficaz para modificar esa imagen negativa es cambiar el rumbo de la gestión gubernamental. Pero, por ahora, eso no es posible. La vanidad y el orgullo, combinados con la inseguridad y la impaciencia, son obstáculos insalvables.
Además de las limitaciones personales, las circunstancias lo desaconsejan. En Washington, la posición de Bukele está muy comprometida. Sobre él se cierne, amenazadora, la sombra del expresidente de Honduras, extraditado y sentado ante un tribunal estadounidense, acusado de varios crímenes. Según fuentes gubernamentales estadounidenses, algunos de los colaboradores más cercanos de Bukele podrían ser inculpados, en un tribunal de Nueva York, por “actividades criminales transnacionales graves”; en concreto, tráfico de drogas, secuestro, tráfico y trata de personas, asesinato, extorsión y chantaje. La acusación se fundamenta en las declaraciones de varios testigos salvadoreños, recabadas en los últimos meses por una fuerza de tarea. Los testimonios de los líderes de la MS-13, cuya extradición Bukele niega, podrían ampliar la acusación hasta alcanzar la cima del poder presidencial. Por eso, a uno lo envió a Guatemala y a otro lo resguarda en una casa de seguridad. Estos líderes son la excepción del régimen de excepción.
Washington ha dejado entrever también que no duda de la relación de la tregua con el descenso de los homicidios ni de la participación directa de Bukele. La filtración no es un descuido de funcionarios inexpertos, sino un mensaje para él y los suyos. Washington tiene claro que el plan de control territorial es una patraña y que la represión es insostenible. Y deja claro el futuro que aguarda a Bukele y los suyos si se mantienen en sus trece. Estos tienen las de perder, al igual que el expresidente hondureño y su hermano. Es cuestión de tiempo. Las fuentes aseguran que Washington valora el momento oportuno para iniciar la acción judicial.
Sin embargo, no todo está perdido. La negociación con Washington es una salida. Si Bukele aceptara extraditar a los criminales reclamados por la justicia estadounidense, respetar la institucionalidad democrática y sacrificar a los corruptos más connotados de su entorno entregándolos a la justicia, Washington tal vez mire hacia otro lado y haga borrón y cuenta nueva. No sería la primera vez, y lo suele hacer sin asco. Bukele, en cambio, obtendría la legitimidad derivada de Washington, el refinanciamiento que necesita desesperadamente y quizás, incluso, hasta le toleraría la reelección.
El dilema de Bukele es la ruina nacional y personal, o la negociación. No rectificar implica fracasar a corto plazo y, probablemente, enfrentar a un juez estadounidense a mediano plazo. Negociar exige una buena dosis de modestia y de oportunismo político, cualidades que ya practicó cuando negoció la tregua. Sus colegas ya han marcado el camino. Desde hace un tiempo, Washington sostiene conversaciones tanto con Maduro como con Ortega. Y ha relajado las sanciones a Cuba.
*Director del Centro Monseñor Romero.