¡“Solo cuento contigo, no me falles” dijo el loco mirándose al espejo! Recientemente decidí pasar consulta con mi siquiatra, mi amigo, un Maestro que cual debe enseñar lo mejor, sé que es mi roca cuando empiezo a entrar en esa puta depresión.
Por: Francisco Parada Walsh*
Temas innombrables, somos seres perfectos, no hay errores en las vidas ajenas, a diferencia de la mía que me desnudo ante mí y soy un despojo de inseguridades, de egos trastocados, de traumas, de apariencias y de tantísimos errores que quedan al descubierto cuando me veo al espejo de la vida.
Los días empezaban a teñirse de grises, no había alegrías, solo dudas, tristezas, recuerdos, la culpa me abrazaba y antes de tocar fondo busqué al que sabe, a mi Maestro Dr. Francisco “Paco” Paniagua.
El motivo principal de la consulta era que mucho guaro me estaba hartando, con eso de escribir no sé si tomaba para quitar los cerrojos del alma o si cada cerveza por artículo escrito era una forma de auto gratificación, al final no lo sé, nunca ha sido mi vida tomar, soy de comer pero en ese cambio de prioridades, poco a poco sentí que perdía el rumbo, ejemplo claro: Si escribía diez y ocho artículos y debía revisar la ortografía, tarea que demora, decidía tomar una cerveza por cada artículo revisado, claro, nunca me he tomado esa cantidad de cervezas; poco a poco entendí que no me gustaba esa conducta, y que ante una enfermedad progresiva y adictiva como es el alcoholismo preferí dejar todo a un lado y buscar ayuda; empezamos con consultas virtuales con una duración de 40 a 45 minutos, debía cumplir mi objetivo y le fui claro a mi médico que abstemio, primero muerto que dejar de saborear una pilsener, una copa de vino o cualquier bebida que libere mis temores. Él lo aceptó.
Al cabo de tres meses de estar en control, quizá solo a mí se me ocurre decirle que me sentía bien y que ya no deseaba quitarle su tiempo, le hice ver mis agradecimientos y le dije: “Doctor, desde este momento me doy el alta”; conversando con un gran amigo, aparte de la risa que le dio la decisión que tomé, me dijo: Definitivamente que está loco, pues darse el alta usted solo, confirma que no está loco, sino reloco.
“Lo mejor será que bailemos ¿Y que nos juzguen locos Señor Conejo? ¿Usted conoce cuerdos felices? Tiene razón, bailemos.
Las personas vivimos parte de nuestras vidas fingiendo ser cuerdos, esa imagen de perfección me choca, adoro las conductas sinceras, esas que salen del alma, que no tienen miedo a las reglas de la vida sino que crean sus propias normas, sé que no soy normal, vivo en un mundo tan diferente que, gracias a estar rodeado de ríos, flores, gatos y perros he aprendido a amar, a platicar con mis gatos a saludar a las plantas, a evitas pisar una hormiguita; así es mi vida, por eso me di el alta, entendí que debo de guardar la locura para ser feliz, no me interesa ser cuerdo y mucho menos quedar bien con alguien, demasiada breve es esta vida para perder un segundo poniéndome una máscara sea de éxito, belleza o poder; no, es el fracaso, la vejez y la nada mis apellidos y suenan bien a mis oídos.
Ser loco no es para todos, no, eso de “nacer para triunfar” pero ¿Qué es el triunfo? cuando eso me es irrelevante, es en esas esquivas conversaciones con mis cercanos que entiendo que dejaré muchas cosas por hacer pero qué hermoso es tomar la decisión personal de darme el alta; sé que mi doctor debe haber gozado con mi disparate sin embargo, no quiero la perfección sino lo inusual, lo contradictorio, lo sencillo y quizá en ese mundo mágico que es mi locura, sea inmensamente feliz y lo soy; felicidad que no la comparto con cualquiera, no, porque vivir en el mundo de cuerdos es fácil, complicado es vivir en el mundo de locos y en una sociedad que margina al diferente, sobre todo el estigma de las enfermedades mentales es un ancla para la gente común y aceptar que adolezco de depresión y lucho incansablemente por salir de ella y en varias ocasiones le he ganado la batalla, ahora, aceptar que era “Cerveza por artículo” es igual, el juzgamiento y la condena de una sociedad hedonista como pocas y ver en el otro las desgracias de uno mismo hace que esa frase que encontré en las redes sociales “Solo cuento contigo, no me falles” es lo que me sirve de ungüento para el alma; con o sin depresión la cruz se carga sola; se viene solo y nos vamos solos; y tristemente las vidas blanqueadas quizá solo me vean pasar, ellas sentadas y aburridas en las bancas del parque de la vida y yo, bailando bajo la lluvia.
Me di el alta y contarlo no me avergüenza, al contrario, me causa gracia porque solo cuento conmigo y no me fallo. Pero dime ¿No te da miedo la locura? Por favor ¡Es lo único maravilloso en esta sucia vida de mierda! ¿No te parece? Alejandra Pizarnik. Diarios.
*Médico salvadoreño