No hay ninguna diferencia con las estaciones del tren.
Por: Francisco Parada Walsh*
En unas, me he subido en el primer vagón, y también estuvieron junto a mí algunas o muchísimas personas que poco a poco se fueron quedando, sea en el pasado o sea en el vagón del olvido; el tren debe continuar la marcha.
Mi primavera fue hermosa, hubo dolor como debe ser pero eso quizá hizo que empezara a dar bellísimas plantas, las orquídeas florecían con grandes gajos de flores.
En un abrir y cerrar de ojos entré al verano, época calurosa en mi vida, tiempos de muchos cambios tanto físicos como emocionales y sentía que los días no avanzaban y fue un verano confuso, demasiados cambios, demasiados, de la seca a la meca y admiro a las personas que siguen en su maceta, donde los plantaron y no se han movido ni la lluvia ha causado estragos; llega el otoño, es el momento actual que vivo, poco a poco las hojas empiezan a caerse, mueren, vuelven a la tierra.
Así como las hojas cambian de color, así mi cabello se encanece, es inevitable esta etapa y menos detenerla; debo reflexionar qué, cómo, cuándo, dónde está mi corazón pues todo es tan pasajero que antes de marchitarme debo conocerme, debo siquiera cuestionarme si el viaje en el tren de las estaciones valió la pena; si haber dejado marcharse a algunos vagones fue lo correcto o si me equivoqué y no abordé ese vagón de la felicidad.
Parece que estoy a tiempo aunque no lo creo, soy demasiado existencial, no vivo de optimismos fasos ni inventados sino de experiencias que marcan mi rumbo; el tren se acerca poco a poco a su meta, ya no hay boletos, debo bajarme, me aferro a mi asiento pero es imposible quedarme, las luces se apagan, no encuentro la salida, todo es oscuro, todo es nebuloso y ahí estoy, en una estación de trenes y no sé para dónde agarrar, estoy solo, nadie me espera, debo caminar bajo la lluvia de ese invierno que me señala que las estaciones pasadas nunca volverán, solo debo disfrutar este momento, como tiene que ser, dejar el pasado atrás y no voltear mis pensamientos hacia ese futuro incierto y traidor.
Todo es ahora, todo; a lo lejos veo caras conocidas, son mis seres queridos, los amigos del alma, todos aquellos que se me adelantaron ahora me saludan, sus rostros son borrosos, no los distingo, levanto mi mano pero no tengo seguridad quién es aquella, quién es aquel; me acerco empapado y poco a poco está una mujer quien me abraza tan fuerte, es mi madre, es ella, el momento tan esperado llegó.
Veo a unos jóvenes, son mis hermanitos, árboles de quince y catorce años que me robaron el corazón; de lejos me observa un grupo de gente, son todos mis amigos, dejan que bese tiernamente a mis hermanos, no hay palabras, solo amor y vuelvo a mirar a mi madre, es ella, es mi madre a quien tanto amo que me abraza, que me besa; me acerco al grupo de amigos, todos están felices de verme, igual lo estoy yo.
Nos saludamos, el tren está a oscuras; intento levantar mi maleta y es mi madre quien me dice que aún no debo tomar mi equipaje, que hay otra estación, se llama Amor y debo vivirla, debo disfrutarla y sentir que todo el viaje valió la pena, que aun, a pesar de los dolores ganaron los amores y que, en ese largo recorrido dejé profundas huellas, al final no lo sé, si de amor o de odio.
No creo que el odio anide en mi vida, no, soy de amor y paz y quizá mi tren debió detenerse en Woodstock y poder cantar las canciones de Santana, de Joe Cocker y de tantos y seguir en ese mundo de amor y no lo que vivo actualmente donde la humanidad ha quedado al descubierto como lo peor que habita este planeta y viviendo en la mayor soledad, no puedo escaparme de la maldad, del dolor, de la muerte del inocente.
No vine a este mundo a ver caer las hojas, vine a ser feliz y si no puedo ser lo feliz que anhelo, por lo menos, buscar algún remanso de paz, con no joder a nadie seré feliz, una meta algo hueca pero tiene peso en mi vida y por lo tanto, en mi muerte.
*Médico salvadoreño.