Toca a mi puerta. Mi aliento, ese hálito de vida se debilita a cada segundo; quizá escribir mis sentires resulta agobiante, aburrido o no dudo que de ser un existencialista empedernido, apenas hay un paso para caer en un pesimismo que me hunde.
Por: Francisco Parada Walsh*
No puede haber felicidad en mi vida si en este momento hay una persona asesinada en un centro penal, no me importa lo que algunos cercanos dicen que escribo sobre el dolor, que eso de “mi hermano” es bla, bla, bla.
Sé que no puedo cambiar las cosas como quisiera pero con tan solo lanzar una oración al cielo por el descanso del alma de un salvadoreño que su único pecado es ser pobre, creo que he cumplido; deben las iglesias mundiales agregar tal fatal destino a la lista interminable de pecados, jamás imaginé que ser pobre es lo que valida una captura, la muerte y la tortura.
Básicamente somos una sociedad enferma como pocas, ni llegamos a sociedad, apenas un grupo, un conglomerado sin nada en común, donde nada nos sacude, nada; lo que se está viviendo es gravísimo, aparte de que un estado ocupa la violencia como eje central para aniquilar al que se le ponga enfrente, tristemente, repito, es ese pobre el que lleva todo adverso, lleva las de perder, perder la vida misma.
¿Cómo puedo ser optimista o tener aliento si anegamos nuestras tierras de sangre? Esa sangre es un tipo de sangre muy especial, diferente a todas, es Sangre tipo “P”, sangre del pobre, ese que históricamente se lo ha llevado putas y si no desahogo mi dolor, me convierto en parte del torturador, no sé si en el barril con hielo, en el lazo que lo ahorca, en la macana que lo revienta, no lo sé, no lo sé.
Viene a mi mente el por qué evadimos todo, los placeres nublan la razón, los placeres hacen olvidar el dolor y ese es el común denominador que tenemos, y tristemente si nada conmueve al salvadoreño, es cómplice por omisión.
Soy testigo mudo de la felicidad de muchas personas que se regodean de lo que el ejecutivo no ejecuta, sino que ordena sádicamente a que surjan generaciones de torturadores y por supuesto, de torturados.
Ambos, pobres, vienen de familias pobres, su futuro es seguir siendo pobres, solo que el poder que da la muerte es adictivo, cada día la maldad se perfecciona, se goza, se disfruta; realidad de realidades y ¿Será la muerte y la pérdida de fe lo que aceita nuestras miserables vidas? Cada quien debe contestarse ¿De qué sirven tantas iglesias y capillas si mientras el grito de dolor del torturado es silenciado por el cantar de las campanas y de los falsos cánticos? ¡De nada! Más opio, más sin rumbo y mientras nuestro país cae a pedazos no somos quienes siquiera abordamos un tema social, no nos gusta hablar del dolor ajeno, de la tragedia que vivimos.
Tristemente hasta que la muerte no toque a alguien cercano, seremos simples espectadores de uno de los espectáculos más dantescos que un país pueda vivir; pero no importa, subamos el volumen de la indiferencia, que nos cobije la indolencia, que la muerte gane a la vida.
Prefiero mi desaliento, prefiero una oración por el pobre, prefiero tener el privilegio de entrar a atender a un paciente a una casa pobre que ser un médico de la crema y nata, en un tiempo lo fui sin embargo eso no me cambió, siempre en mi bitácora, el pobre fue, es y será mi preferido
Como los tiempos cambian, en mi vida imaginé la realidad que vivo, soy un pobre más, ser médico no me hace diferente, al contrario, me permite meterme en esos pasajes oscuros de miseria, de pobreza, del güisquil chuponeado, de esos tres tiempos de frijoles, cuajada, tortillas y café; esa es la realidad que vivo y si de algo estoy agradecido es ser recibido con las primicias cuando entro a la casa de ese pobre como yo.
Que ese pobre se acuerde de mandarme una panita con sopa de gallina es lo que me hace ser humano, sentir y respetar profundamente al pobre y solo en esos momentos es que mi aliento vence al desaliento, luego todo es tristeza, oscuridad, dolor, gritos, oraciones moribundas como el mismo moribundo que muere, todo por ser pobre.
*Médico salvadoreño