Llegará. No sé quién reconocerá mi cuerpo, no lo sé, ni quién reconocerá mi alma, no lo sé; sin embargo todo será una mentira, una burla a la vida, apenas un papeleo obligatorio que afirme y valide que ya no existo, pero ¿Cómo podrán reconocerme si ni yo mismo me reconozco?
Por: Francisco Parada Walsh*
Realmente no sé quién soy, no soy ni Jorge ni Francisco, ni mis apellidos son Parada ni Walsh, esos nombres que dieron origen a una farsa no son reales, son apenas una marca de la vida, así como le ponen un fierro al rojo vivo al ganado, lo mismo hicieron conmigo.
Esos nombres y apellidos son como banderillas clavadas en mi lomo para reconocerme de otros, para cuando me llamen entre una multitud y que pueda entender que es a mí a quien llaman, eso es todo.
Pero ¿Cómo puede llegar medicina legal a reconocer mi cuerpo si a pesar de tener cincuenta y ocho años no me reconozco? lo intento pero no puedo, no sé quién soy, me veo al espejo y no soy ese, soy otro totalmente distinto, quizá moriré y nunca llegaré a reconocerme y menos a conocerme.
Día a día cambio, así como arrugas surcan mi rostro, también arrugas surcan mi alma, entonces día a día soy otro, ayer pensaba diferente a lo que en este preciso momento que escribo viene a mi mente; menos podrán reconocer mi alma, no, todo es un trámite engorroso que deben cumplir; esa dicotomía entre cuerpo y alma, pero ¿Qué es el alma? Y ¿Quién debe reconocer mi alma? Pueda ser que dios envíe a un ángel o el diablo mande a una diabla, todo es un misterio, todo; solo sé que mi alma pesa 21 gramos, en eso se traduce mi existencia, mi vida.
Cada día intento reconocerme, en otras ocasiones solo quisiera conocerme pero no puedo, que Jorge sea amigo de Francisco, siquiera eso, pero no logro que sean amigos; ya solo el peso de ser hombre en un mundo tan difícil me conlleva esfuerzo, menos ser alguien reconocido, no, solo quiero existir, vivir.
Mi reconocimiento debería realizarlo yo, decir desde un lugar desconocido: Ese es Jorge Francisco Parada Walsh, hombre común, lleno de errores, de miedos, de sueños incumplidos; hombre común, lleno de frustraciones, traumas, confusiones.
Hombre común, lleno de esperanzas perdidas, de vinos pendientes, de abrazos fugaces; quizá tan solo así mi reconocimiento tenga algo de verdad, mientras, todo es confuso, un papeleo donde confirmarán que abandoné este mundo perverso como pocos; no sé cuál será la causa de mi muerte, quisiera morir de un infarto, que el corazón ya no soporte bombear más sangre, pueda ser que muera por amor, me quedo con que mi causa de muerte sea por amar, si, amar a mi prójimo, a mis rosas, a mis gatos, a mis perros; luego todo será recuerdo, ni triste ni alegre, solo un recuerdo más.
La niveladora universal no perdona, solo espera, tiene la paciencia del mundo, mientras, creo en ser deidad, en jugar a dioses, en que mi ego se convierta en un furioso perro para morder al otro, creyendo en esa pésima costumbre de creer ser diferente, nada más alejado de la realidad.
Al final, mi reconocimiento será parte de esa cadena de impersonalidad y de que nada me pertenece, paradójico, nunca había pensado en ello y ni el momento de mi muerte será mío; que sean otros los que afirmen que he muerto, que firmen el acta donde deben poner la causa de mi muerte, causas sobran porque he muerto estando vivo, me han reventado a balazos de dolores, de ofensas, de egoísmo, por eso, el momento de mi muerte será uno más en mi vida, uno muere cuando no sueña, cuando miente, cuando cierra los ojos ante la magia de un vino, morimos cuando dejamos de amar, sea amar a mis gatos o amar a la mujer, no digo a la mujer bella, todas son bellas; así que mi reconocimiento será otra mentira más en la vida, estaré vivo aunque luzca flácido, inerte; estaré vivo y sé que solo el que deja de soñar y de amar, es el que muere…
*Médico salvadoreño