Huy! Jamás imaginé que de los diferentes estratos sociales que me enseñaron cuando era niño y adolescente hubo una clase social que nunca la mencionaron, esa clase social se llama “Los que vivimos de fiado”, esos que no somos ni de acá ni de allá, ni chicha ni limonada, simplemente existimos, quizá apenas sobrevivimos sin embargo las cadenas de la pobreza, de ir siempre contra la corriente más pareciéramos que somos salmones, siempre en la lucha, siempre contra la vida y buscamos un lugar solo y apartado para desovar porque valor nos sobran, nos sobran, nos sobran.
Por: Francisco Parada Walsh*
Mientras escribo, escucho, veo y siento la lluvia, ya no me agrada que llueva, me da miedo una gotera, pues así como tengo el techo tengo el alma agujereada de deudas, de incertidumbres, de a dónde iré a fiar.
Claro, el ego que me da ser doctor sirve de escudo y aparento ser un hombre solvente, me bajo de un carro europeo, una buena colonia y todos me creen, aquí no soy yo el engañado ¿Cómo puedo engañar a la vida? Son los otros los engañados; en mi vida imaginé vivir de fiado, que debo diez dólares acá, que veinte en la tienda, que debo las cervezas, en fin, debo hasta mi alma ya que ni dios ni el diablo me la quieren comprar.
Claro, el mundo vive de fiado, no dispongo de una tarjeta de crédito y lo que me da el chance a que me fíen es mi palabra ¡Nada más falso que mi palabra! Pero así se ve en las películas donde la palabra tiene honores, pasos y redobles; ¡Los que vivimos de fiado! Somos millones, el mundo vive de fiado pero a mí no me importa el mundo sino ver mi refrigeradora con algo de “conqué”, que la que llamo alacena disponga de un par de paquetes de macarrones y hay que salir a fiar las salsas de tomate, las cremas, las esperanzas.
Nunca cruzó por mi vida y mi mente que en mi vejez llegaría a vivir de fiado, quizá soy una amenaza para algunos conocidos, algún paria para alguien que cree que la vida es estática cuando no es así; comparo andar dos mil dólares en la bolsa como algo común, hablo de hace veinte años, podía comprar casi todo lo que quería, ahora andar veinte dólares es una alegría, una felicidad de saber que por ese día no viviré de fiado.
Al final me parece hermoso eso de pagar aquí y deber allá, son pequeños cursos de supervivencia donde he aprendido a que mi sonrisa permita ganar la confianza de mi futuro acreedor; eso de vivir de fiado no estaba en mi programa de vida, no, ni por cerca sin embargo esa es mi realidad; me causa gracia el nombre de esa clase social “Los que vivimos de fiado”, no sé en qué momento mi vida colapsó, me destripó y nada puedo hacer, nada.
Día a día veo cómo todo me es más adverso, una vida carísima que pone de manifiesto que el hambre le gana a la pena, tratar de no salir, evitar detener la mirada en un aparador, hay cosas que ya no están a mi alcance, mañanas tristes sin saber el rumbo que mi vida tomará, de un día para otro el mundo me sacude, me aprieta el pescuezo y me arrincona gritándome tan fuerte “Vives de fiado, ¿Qué necesitas saber para que entiendas que eres un pobre más? Y te falta, morirás más pobre de lo que en este momento estás”.
Vivir de fiado, vivo de lejitos, el dinero es un poderoso caballero, nadie sucumbe a la pobreza, nadie quiere estar cerca de un pobre, muchos se alejaron, otros se alejarán y solo me quedan los gatunos y los perrunos que no saben que tanto ellos como yo vivimos de fiado, cada día el pasto se acaba sin embargo no me hacen mala cara, no, son tan fieles a la riqueza y más a la pobreza; son siete perrunos, tres míos y cuatro del mundo que vieron en mi rancho un puerto donde recalar, para todos hay, para todos.
“Los que vivimos de fiado” es un mundo entero, acepto mi condición y parte de alejarme de la urbe es que ese consumismo ya no exista más en mi vida; cuento y recuento mis prendas de vestir, casi todos son regalos de un amigo, historia son aquellas combinaciones entre un pañuelo y un corbata, zapatos de vestir de los colores que deseaba, tenía mi zapatero, hoy apenas tengo unos tres pares de zapatos y aún siento que tengo demasiado, siempre a” Los que vivimos de fiado” nos entierran otros que viven de fiado, ya tilinte como paleta, qué importa si me mi última morada sea una sencilla tumba, no quiero nombre, no, que mi epitafio sea “Aquí descansa uno que vivía de fiado”.
Aceptar mi condición no desmerita, al contrario, sería un desgraciado si mintiera, cansa mentir; sin embargo pueda ser que aún me falte estar más jodido, no entro en desesperanza, solo me dejo llevar por los riachuelos de la vida, nadie tiene nada, todos tenemos todo, al fin del viaje, todo se queda, es como querer entrar armado a un burdel, la pistola se queda afuera, así es el cielo y el infierno cuentan algunos conocidos, está prohibido entrar con lo que amamos tanto en esta vida, todo se queda, todo, todo; solo seremos apenas alimentos de otras especies.
*Médico salvadoreño