Elio Masferrer Kan*
Francisco estuvo en Kazajstán, participando de un Congreso de Religiones y Tradiciones diversas. Para quienes vivimos en América Latina nos resulta difícil ubicar a Kazajstán en el mapa. Este país fue parte de la Unión Soviética y se independizó cuando fue disuelta. Tiene una gran diversidad étnica y la etnia mayoritaria son los kazajos (63.1%), rusos (23.1%), uzbekos (2.8%), ucranianos (2.1%), alemanes (1.3) y existen además alrededor de 16 grupos étnicos minoritarios (7.2%) que descienden de los habitantes históricos de la región. Los rusos llegaron como resultado de la expansión soviética, que implantó una dependencia semicolonial, a la vez que transformaba a Kazajstán en una cárcel para los deportados por Stalin, un gulag. Eso explica la presencia de ucranianos y alemanes del Volga.
Los kazajos tenían su propia religión, fueron inicialmente convertidos al cristianismo ortodoxo, luego al islam y durante la ocupación soviética construyeron una versión muy peculiar de sistema político y aparato burocrático. Recientemente desplazaron por corruptos a los funcionarios de la época soviética y entró una nueva generación de funcionarios basados en la honestidad.
El país es uno de los mayores productores de petróleo a nivel mundial y ha tenido una discreta apertura a los occidentales interesados en sus recursos naturales. No tiene salida al mar y debe llevar buenas relaciones con las potencias regionales de su entorno: China y Rusia. Uno de los problemas que tiene es evitar la expansión del fundamentalismo islámico que podría llegar del cercano Afganistán.
La estrategia político-religiosa del gobierno es impulsar una versión moderada del islam, con una perspectiva ecuménica que acepta la diversidad religiosa, los cristianos ortodoxos son rusos y los católicos son los descendientes de los deportados por Stalin que decidieron quedarse a vivir en este país, alrededor del 2% de la población (ucranianos y alemanes), también hay protestantes de origen anabaptista. Existe además una pequeña comunidad judía que decidió no migrar a Israel en 1990 y que es considerada como parte de las tradiciones locales.
La lucha contra la corrupción y las estrategias de austeridad gubernamental necesitaban legitimarse con un evento multi-religioso, que reflejara la diversidad local y la proyección internacional de este joven país que está en la esfera rusa, aunque muy interesado en dejar clara su independencia de Putin, iniciada la guerra en Ucrania rechazó involucrarse; a la vez que da guiños a China y no deja de extender la mano a Occidente, manteniendo excelentes relaciones con Israel y Turquía.
En medio de esos equilibrios geopolíticos, la presencia de Francisco, en el Congreso de Religiones y Tradiciones era la “cereza del pastel”, a su vez, a Francisco le convenia para enviar mensajes de concordia a los ortodoxos rusos, con quienes se reunió; a los chinos, quienes no tienen religión de estado, aunque necesitan tener una política religiosa, con quienes está interesado en negociar para respaldar a los católicos de ese país.
Francisco sigue los pasos del legendario misionero jesuita Mateo Ricci, quien construyo hace 450 años una lectura china del catolicismo, que en chino es “La religión del Señor del Cielo”, a la vez que rescata a los mártires católicos del estalinismo, muchos de ellos de rito greco católico ucraniano.
En términos internos del catolicismo romano fortalece los acuerdos del Concilio Vaticano II, que planteaban el diálogo entre las distintas religiones e incluso con los no creyentes. Francisco demuestra una vez más que puede dialogar con religiones no cristianas y no monoteístas, con todos los creyentes e incluso con los no creyentes de los socialismos asiáticos, como el Gobierno Chino, interesado en consolidar la “Ruta de la Seda”, al cual le envió mensajes discretos en la conferencia de prensa que da regresando a Roma. Su participación en este evento le permite además controlar a la derecha católica interesada en revertir los acuerdos del Concilio.
Francisco una vez más muestra audacia, firmeza y la dinámica de quien tiene un gran proyecto para la institución milenaria y que necesita sacarla de los problemas que arrastra, no niega su historia, la asume con responsabilidad, mirando siempre hacia la construcción del futuro de una iglesia misionera.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH