La literatura erótica, el tema de una nueva editorial

Por Laura Gómez:

Al observar la trayectoria de los escritores uruguayos Ercole Lissardi y Ana Grynbaum podría decirse que dieron pasos importantes a partir de ciertas ausencias en el campo cultural. No encontraban demasiadas escenas literarias en las que los personajes mantuvieran relaciones sexuales sin omisiones, entonces se pusieron a escribirlas. No encontraban las casas editoriales adecuadas que pudieran tratar sus obras como esperaban, entonces decidieron fundar su propio sello, Los libros del Inquisidor (cuyos ejemplares se distribuyen en Montevideo y Buenos Aires). No encontraban textos críticos que abordaran sus obras en profundidad y retroalimentaran su producción, entonces se aventuraron a escribir algunos ensayos para aportar herramientas conceptuales sobre el género del que ambos son cultores: la literatura erótica.

Ana distingue erótica de pornografía y señala que la primera se vincula con el deseo y la segunda, con el sexo. “Escribir sobre el deseo y la atracción, eso que une a las personas con el cuerpo involucrado, es un desafío y también ha sido muy estigmatizado. Es paradójico: parece que hoy todo se puede decir pero no es así. Lo que nos interesa es el encuentro entre las personas, ese tipo de atracción que puede cambiarle a alguien la vida por completo, más allá del vínculo sexual”, dice Grynbaum, y advierte sobre las omisiones salvajes que suele haber cuando las relaciones entran en el terreno de la intimidad. Ercole, por su parte, sostiene que la elipsis fue decisiva en el descubrimiento de su vocación como escritor de erótica: “Fue una cosa terrible que padecí durante mi adolescencia. La censura en los ’60 funcionaba en serio, tanto en películas como en libros era inevitable el momento de la elipsis. Esto se convirtió en una especie de neurosis para mí, estar esperando y después… la tijera”.

Una de las cuestiones fundamentales a la hora de analizar la erótica es el uso de las palabras. ¿Hay términos permitidos o prohibidos dentro del género? Aparece, por ejemplo, el problema de las traducciones: los lectores pueden ser sorprendidos por vocablos como polla o coño en medio de una escena subida de tono. “El cine siempre fue un terreno más permisivo, pero la literatura está cargada de esta idea del arte puro con mayúsculas. Se confunde con la corrección. No sé qué palabras son las que hay que usar pero evidentemente no son las que usa la gente común”, dice Ana.

“Hay un problema muy fuerte con la palabra –agrega Ercole–. Parece que algunas no se pueden decir porque suenan demasiado fuertes o desagradables. Ese peso se ve alivianado en la literatura extranjera por efecto de la traducción. Las palabras traducidas por españoles o mexicanos son diferentes a las nuestras y hay una especie de velo que las vuelve mucho más livianas. A mí no se me ocurrió nunca utilizar otras palabras más que las que se usan en la vida real, pero también es cierto que muchas personas no pueden usarlas ni siquiera en su vida cotidiana. El problema es cultural: no hay espacio para la ficción o la palabra erótica”.

En este registro en general y en sus novelas en particular, la imaginación y la fantasía cumplen un rol esencial. Lissardi no duda: “La imaginación es absolutamente todo en mi vida. Desde chiquito imaginaba mundos locos y cualquier cosa podía dispararme la imaginación. Para mí escribir un libro es interrogar una imagen que se te impone y no se puede borrar de la cabeza. Son las imágenes las que cuentan historias”. En su novela más reciente, El Ser de Luz y la Diosa Idiota, el protagonista es un viejo escritor obsesionado por dos relaciones que tuvo y terminaron. Él se vale de su imaginación para mezclar ambas y crear una insuperable, perfecta, eterna. Grynbaum plantea un matiz en esa hipótesis y sostiene que se escribe desde un realismo que incluye a la imaginación porque “la vida real de las personas está llena de fantasía, entonces es realista reflejar esa dimensión. En el terreno del deseo uno no ve objetivamente a las personas: cuando las deseás, las ves maravillosas; si te decepcionan, las odiás y las ves monstruosas”.

En el prólogo a una selección de ensayos de Lovecraft, Marcelo Burello habla sobre la histórica degradación de aquellas obras que producen efectos físicos ostensibles como la risa, el llanto, el temor o la excitación y sus respectivos géneros: la comedia, el melodrama, el terror o el arte erótico. Cuando se les consulta por el vínculo con categorías como el terror, ambos declaran que no suelen leer ese tipo de textos y señalan la necesidad de contextualizar el boom de ciertos géneros: el policial, por ejemplo, aparece con la urbanización y el fenómeno de la delincuencia, la pornografía surge como reacción a la censura. “Después de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de los genocidios practicados impunemente en Europa, los Estados no tenían autoridad moral para juzgar la vida de las personas o decirles cómo debían vivir. Eso condicionó la explosión de ciertos productos culturales en los cuales el sexo tenía un lugar privilegiado”, explica Ercole.

Además de los libros de ficción que lanzaron recientemente en Buenos Aires (Tres novelas familiares de Grynbaum y El ápice de Lissardi, además del ya mencionado), escribieron ensayos: Ana La cultura masoquista –sobre el BDSM rioplatense– y Ercole La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet. Además, la pareja escribió a cuatro manos Erotopías. Las estrategias del deseo, en el que acuñaron ese concepto para analizar distintos objetos de arte. “El único libro profundo sobre la erótica es el de Bataille y es de 1957 –dice el autor–. Acá no hay discurso: si no se dicen cosas que yo quisiera poder oír acerca de mis libros es sencillamente porque los críticos no tienen las herramientas conceptuales y no saben qué decir. ¿Qué se puede opinar sobre esto que es medio cochino? Mejor no decir nada”.

Lissardi se define como narrador y explica que su decisión de lanzarse a escribir ensayo tiene que ver con esa ausencia de conceptos para generar una retroalimentación entre su obra y la crítica. En relación a ese punto, Grynbaum afirma que los dos piensan mejor cuando escriben ficción porque también la conciben como un pensamiento acerca de la realidad. “No siento tanto esa distinción entre ensayo y ficción. Entiendo que a los efectos del mercado resulta útil, pero en Erotopías nosotros rompemos bastante esas fronteras”.

Cuando se les consulta por los nuevos modos de vincularse y la virtualidad impuesta en la cuarentena, expresan posiciones distintas: Ana muestra interés por el tema porque cree que “estamos mutando y cada vez somos más cyborgs, hay cosas que cambiaron con la pandemia y todavía no sabemos los efectos”; Lissardi, en cambio, dice: “En mis libros todos los personajes se relacionan directamente, sin ninguna mediación. Me interesan dos subjetividades que por la fuerza del deseo se encuentran, se exploran y tratan de comprenderse”.

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