De continuar el rumbo emprendido por la OTAN, con EE. UU. a la cabeza y la Unión Europea a remolque, no cabe la menor duda de que una guerra de dimensiones impredecibles puede estallar, si Occidente sigue usando a Ucrania como carnada
De continuar el rumbo emprendido por la OTAN, con EE. UU. a la cabeza y la Unión Europea a remolque, no cabe la menor duda de que una guerra de dimensiones impredecibles puede estallar, si Occidente sigue usando a Ucrania como carnada.
Al respecto, la vocera rusa de Exteriores, María Zajárova, ha afirmado que «la OTAN se está acercando a una peligrosa línea de confrontación militar directa con Rusia».
Al margen de las divergencias de criterio en torno a Ucrania, lo que es indudable es la capacidad de respuesta –diplomática, militar y negociadora– con que cuenta Moscú, y la firmeza de su Gobierno, de sus fuerzas armadas y en especial de su presidente Vladímir Putin, comprometidos con no dejar que continúen cometiéndose crímenes contra ciudadanos de origen ruso que, mayoritariamente, viven en varias regiones ucranianas.
¿Alguien pensó que Moscú iba a permitir que fuerzas de la OTAN, dirigidas por Estados Unidos y utilizando a las autoridades de Kiev, y la tendencia fascista de algunos grupos de poder y militares ucranianos cercaran a Rusia y desataran una guerra desde la frontera?
Es incoherente y hasta bochornoso, en la coyuntura internacional actual, emplear cifras astronómicas de dólares en armas para avivar esa guerra.
También lo es el uso de sanciones económicas, comerciales y de todo tipo contra Rusia, creyendo que las mismas harían colapsar la economía de Moscú y, a la vez, debilitar su fuerza militar.
Con los 42 300 millones de dólares para la compra de armas que han sido enviadas a Kiev por Occidente, podría remediarse una buena parte de los problemas que afectan a la humanidad, como las enfermedades, hambrunas o el desempleo que aqueja a millones de parados en los propios países que hoy sirven a los intereses de Washington.
Que muchas naciones de la propia UE se hayan involucrado en la guerra, a instancias de Estados Unidos, también es una muestra fehaciente de la orfandad de quienes no se quieren dar cuenta de que subirse a ese carro tiene ya su efecto bumerán. Europa se queda sin el petróleo y el gas que le ha suministrado Rusia a precios mucho más baratos que los que hoy le ofrece Estados Unidos, que, además, siempre será un gas más inseguro, contaminado y caro.
Las alarmas están disparadas en las naciones europeas. El frío está a las puertas y, en muchos casos, ya atraviesa las moradas de los habitantes del Viejo Continente. Las protestas populares se hacen cotidianas, mientras se tambalea el entramado político y administrativo.
Quizás lo ocurrido el jueves en Londres, con la dimisión de la primera ministra, Liz Truss, pueda ser una advertencia para un continente que da señales de necesitar un liderazgo basado en la independencia, la soberanía y la no alianza con quienes hacen de la guerra un modo de vida.