Dr. Francisco Parada Walsh*
No lo podía creer, mientras le puyo la barriga a las teclas de mi computadora, de repente veo a mi gata dar un salto doble con cara de triple y que la condenada queda colgada de la hamaca, pensé que por sus largas y delicadas uñas no podía soltarse, pero vino a mi memoria que para estas fiestas navideñas todas mis gatas asistieron al salón de belleza para estar más bellas que de costumbre y mientras me levantaba de mi sofá, quizá estaba poseída por una diabla del teibol que de repente empieza a dar vueltas por aquí, otras por allá, subía hasta lo más alto de la hamaca y en una forma sugestiva se deslizaba entrelazando una pata con los lazos de la hamaca.
No sabía qué hacer, pensé que era solo un arrebato de un gato pero al día siguiente vuelve a pasar lo mismo; mientras mi gata calenturienta se lucía pude escuchar el aplauso de todos los gatos hermanos, es más, la gritería era indescriptible, todos al unísono gritaban: “Que se repita”, “Otra vez”, “La más santurrona salió más puta”; ante el éxito de mi gata decidí contratar a mi perro el General Ranger para que cobrara la entrada y que fuera el perruno más bravo quien diera. Todo estaba listo para la inauguración, pasé dejando hojas volantes en cada casa que hubiese gatos, pensé que quizá a la hora de la acción toda la inversión quedaría perdida; llegado el día, no podía creer lo que sucedía, era una fila tan larga de gatos pichones como viejos, la entrada costaba un dólar con derecho a una chela y de boca tendrían derecho a un plato de y amborguesas milanesos.
No cabía un gato en mi cuarto, ya con un par de cervezas entre pecho y espalda y ante la ausencia de la estrella del espectáculo empezaron a aplaudir, sentía que todo se vendría abajo pero no, de la nada aparece mi gata teibolera y de un brinco está surcando los cielos, dejaba poco a la imaginación; el frenesí aumentaba, no sé si mientras no estuve mi gata picarona ensayó algunos pasos subidos de tono; todo era una locura, las cervezas se acabaron, inmediatamente mandé a mi perro Tomy Costillas a traer veinte cajas de cervezas y un quintal de whiskas; algunos gatos, los más atrevidos se acercaron a poner algunos billetes en una liga que mi gata teibolera llevaba en su muslo; tanto ella como yo estábamos felices; los gatos se embolaban mientras la estrella se deslizaba de la hamaca a un tubo que yo no sabía si lo podría usar; las hormonas estaban alborotadas y ante tal descontrol se le ocurrió al locutor decir que habría una risa, que el premio sería un baile privado con mi gata picarona, toda la concurrencia aplaudió y se oye por los parlantes: “Mesa que más aplauda, mesa que más aplauda, le mando, le mando, le mando a la niña”, eso volvió loco a todos los gatos, algunos se sacaban las garras, otros lloraban y a los más malandrines poco les importaba ser sacados del antro pues mientras mi gata bailaba, no desaprovechaban oportunidad para tocarle las nalgas. Parecía que más que enojarse como que el relajo le gustaba.
Mientras hubo un pequeño receso le pregunté a mi gata teibolera cómo se sentía, no pudo ocultar su alegría, en sus medias tenía tanta plata más que un diputado del partido oficial; el negocio era que las ganancias se repartirían de forma equitativa, en mis adentros pensé que al fin saldría de esta infinita pobreza. Todo parecía normal, de repente se acerca el General Ranger con su rostro pálido por lo que pregunté qué pasaba, apenas alcanzó a decir: “Ahí está la policía, dicen que en régimen de excepción los bailes en barras están prohibidos”; mientras pensaba qué decir y hacer, empiezan a entrar decenas de corpulentos hombres, pensé que sería una redada de gatos como nunca ha sucedido pero no, todos pidieron una cerveza y mi gata teibolera empezó a desnudarse, no lo podía creer, tanto gatos como policías reían y babeaban ante tan bello espectáculo.
*Médico y escritor salvadoreño.