El periodista salvadoreño dirige El Faro, proyecto periodístico de investigación que lucha por contar lo que sucede en uno de los territorios más violentos del mundo.
Por: Fernando Belzunce*
Carlos Dada (Lovaina, 1970) dirige El Faro, el proyecto periodístico que fundó hace 25 años en uno de los lugares más violentos y corruptos del mundo.
Más que vivir, parece que lidian con un país tomado hace décadas por las bandas y castigado por diversos gobiernos corruptos. El Salvador cumple ahora diez meses sumido en un estado de excepción tras la ruptura del pacto oculto entre el Ejecutivo de Nayib Bukele y las maras. Ya van cientos de muertos y unos 60.000 detenidos en una situación donde apenas quedan resquicios democráticos. El Faro, una vez más, se presenta como el testigo más incómodo y el enemigo a batir.
– Ya les han acusado oficialmente de evasión de impuestos.
– Cada vez es más difícil seguir manteniendo El Faro en El Salvador.
– ¿En qué condiciones trabajan sus periodistas?
– Contamos con medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Son públicas. Estamos en una situación de claro riesgo contra nuestra vida y contra el ejercicio libre de nuestra profesión. Están consignadas amenazas con coche bomba contra el periódico, amenazas de muerte contra nosotros, controles, campañas de deslegitimación, criminalización de nuestro trabajo, persecución de nuestras fuentes informativas… Nos han seguido incluso con drones.
– ¿Los ha visto cerca?
– Claro. Un día vi entrar un dron por la ventana de mi apartamento. Tengo un ventanal que da al volcán de San Salvador, muy hermoso, y me gusta verlo mientras escribo. De repente vi entrar un dron a través de él. Estuvo un momento y salió.
– También intervinieron sus teléfonos en 226 ocasiones con el sistema Pegasus, que solo puede ser contratado por gobiernos.
– Los momentos de mayor intensidad en la activación del Pegasus giraban alrededor de nuestras revelaciones sobre el pacto que Bukele hizo con las pandillas y con escándalos de corrupción. Estaban tratando de entender no solo qué queríamos publicar, sino con quién estábamos hablando y qué información nos daban.
– ¿Qué hicieron?
– Publicamos un editorial que se titulaba ‘A nuestras fuentes’. Nuestra primera obligación era ponerles al tanto de la situación. Hicimos todo lo posible por protegerlas, pero un agente del Gobierno podría tener información sobre ellas. Nos obligó a diseñar nuevos mecanismos de comunicación. Se ha complicado mucho la labor.
– ¿Cómo consiguen que tanta gente se juegue incluso la vida para contarles lo que ha visto?
– El nivel de confianza con la fuente se logra de dos maneras. La primera, siendo absolutamente honesto y hablando de frente, dejando claro que no se trata de una relación de amistad. La segunda es el compromiso de guardar su identidad y protegerla. Este es el acuerdo. Si uno cumple, la fuente mantiene la confianza.
– Usted localizó en un país que nunca ha revelado a Álvaro Rafael Saravia, uno de los militares que participó en el asesinato de monseñor Romero, lo que terminó de desencadenar la guerra civil. Su compañero Óscar Martínez cuenta en un libro que usted corregía sus declaraciones. Que cuando él decía: «Ellos mataron», usted le corregía: «Ellos no. Ustedes mataron».
– Sí, es que uno no puede hacer concesiones. Nos reunimos muchas veces antes de que me dejara escribir una sola palabra. Fue muy complicado por la situación en sí, el lugar en el que estaba… No le quise engañar. No podía hacerle creer que era su amigo o su secretaria y que iba a poner todo exactamente como él lo dijera cuando no lo iba a hacer. Y parte de ganarse la confianza de las fuentes es eso. Cuando él ya vio que yo hacía lo que le decía que iba a hacer admitió la grabadora y luego, después de otras visitas, incluso admitió que llevara cámara y a un fotógrafo.
– Tienen proyectos para expandirse por Centroamérica. ¿Cómo es ser periodista en la región más homicida del mundo?
– Nos obligó a todos a diseñar un espacio de procesos, no solo para protegernos, sino para publicar historias con el mayor rigor posible. En El Salvador en particular, pero en Centroamérica en general, tal vez con la excepción de Costa Rica y Nicaragua, no existe tradición periodística. Nos tocó básicamente a base de prueba y error y mucha reflexión interna. Tenemos unos protocolos de seguridad muy claros.
«Horror y miseria humana»
– Están muy expuestos a la violencia.
– A veces es emocionalmente muy desgastante porque chocas contra el horror y la miseria humana cada vez que sales a la calle a hacer reportajes. Y somos una redacción a la que le gusta mucho caminar y ver las cosas con sus propios ojos. Nos toca mucho ver una violencia que no termina de adquirir sentido, por más que se lo buscamos en cada cobertura.
– Han demostrado que el presidente rompió una tregua oculta con las pandillas en marzo, lo que desencadenó unos 70 asesinatos en un fin de semana y la declaración de un estado de excepción que dura hasta hoy. ¿Cómo es hacer periodismo en esta situación?
– Es muy complicado, sobre todo porque nos enfrentamos a un régimen que tiene mucho apoyo popular. Es el presidente con mayor respaldo popular de América Latina. Sus campañas contra nosotros han sido efectivas.
– Bukele ha anunciado que se va a presentar a la reelección en 2024, algo que prohíbe la Constitución.
– El único paso que falta para que El Salvador se convierta en dictadura es la reelección inconstitucional. Eso tendrá lugar casi sin lugar a dudas en febrero del próximo año. Hemos confundido mucho que la democracia reside en el voto y se nos olvida que la democracia es, por encima de todas las cosas, un sistema de pesos y contrapesos. Cuando ya no hay contrapesos eso no es una democracia.
– Sus investigaciones han ido mucho más lejos que la propia justicia.
– Sí y lamentablemente no creo que sea por falta de capacidad de la justicia.
– Han probado masacres policiales y abusos de todo tipo.
– El principio de justicia en El Salvador está absolutamente tergiversado. Todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Bajo el régimen de excepción, los policías pueden detener sin orden judicial. La población carcelaria se ha duplicado en unas cárceles ya hacinadas. Las violaciones a los derechos humanos son abundantes.
– ¿Por qué le apoya la gente?
– Porque durante estas tres décadas de democracia que teníamos en El Salvador el Estado no tuvo una sola presencia en sus vidas. Su vida no sólo no mejoró, sino que encima sus comunidades fueron tomadas por bandas criminales que les pusieron una pistola en la cabeza. La democracia para ellos es una cuestión absolutamente abstracta, no significa nada. Y Bukele, que sigue perfectamente el manual del populismo, encuentra un enemigo común anterior a él para destruirlo con el aplauso de la población. Para mí es absolutamente natural.
– Usted suele decir que el periodismo no se debe a su público, sino a sus principios.
– Hace años publicamos una investigación que demostraba que en la Policía había grupos de exterminio que detenían a presuntos pandilleros y en vez de remitirlos a la autoridad les pegaban un tiro en la cabeza. La reacción de muchísima gente fue insultarnos y amenazarnos por destaparlo. Y también es perfectamente natural. Es muy difícil esperar que la gente que vive amenazada por las pandillas lo entienda y nos apoye. Pero cuando la autoridad encargada de velar por el Estado de derecho es la que lo violenta ya estamos en la ley de la selva. No podemos basar nuestro trabajo en las emociones de la gente. Nuestro trabajo no es un concurso de popularidad.
– Publicaron audios que muestran el pacto oculto del Gobierno con las pandillas e incluso probaron la excarcelación ilegal de un líder de la Mara Salvatrucha. ¿Estas informaciones no han tenido repercusión?
– El presidente Bukele y sus asesores, muchos de ellos venezolanos, instalan la agenda de la discusión pública. Cuando sacamos las primeras publicaciones nos acusaron de mentirosos, pero eso atraía la atención de mucha gente. Ahora el Gobierno opta por el silencio con nuestras investigaciones. En cambio, en Estados Unidos han dado paso a la inclusión de algunos funcionarios salvadoreños en listas de sanciones. Hay documentos oficiales detrás de esas investigaciones.
– El Gobierno se cierra a la comunidad internacional y ustedes se proyectan más al exterior.
– Hemos hecho investigaciones conjuntas con The New York Times y otros medios americanos. Eso nos ha dado presencia y credibilidad. Publicamos temas en inglés para que tengan acceso personas que toman decisiones que afectan a El Salvador. Es muy importante. El Faro en inglés no se limita solo a traducciones, sino que hay producción propia y un boletín.
«Los narcotraficantes»
– ¿Se siente más amenazado por el Gobierno, por las pandillas o por la policía?
– Se le olvidan los narcotraficantes…
– ¿A quién teme más?
– Ya no sabemos. Mauricio Funes fue el primer presidente que hizo un pacto oculto con las pandillas. Cuando lo destapamos, la Mara Salvatrucha y el Grupo 18, cuya enemistad es la causante de la mayor parte de las muertes, publicaron un comunicado conjunto, algo insólito. Tenía diez puntos y, en resumen, pedían a la sociedad una oportunidad, pero el primer punto me amenazaba a mí de muerte y el tercero amenazaba a El Faro. Eso fue un gran problema. El crimen se les podría atribuir. Ahora cualquiera puede matarnos.
– ¿Cree que las condiciones tan extremas en las que trabajan les ha hecho crecer periodísticamente?
– Lo que más nos ha hecho crecer ha sido la constante y obsesiva reflexión sobre el oficio periodístico. Somos muy autocríticos. Muy duros. Tenemos una reunión semanal en la que despedazamos nuestras publicaciones.
– Hacen un periodismo original en Latinoamérica.
– Nos gustaba la investigación periodística y la crónica y al final terminamos haciendo una combinación de las dos cosas. Para esto ha sido fundamental la Fundación Gabo que dirige Jaime Abello, nuestra casa, un lugar de encuentro, de formación y de complicidades. Ha sido clave en el desarrollo del periodismo narrativo en América Latina. Y también ha sido importante la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de investigación que organiza Ipys, que nos permitió mejorar nuestros métodos.
«La calle»
– ¿Le compensa el tipo de vida que lleva debido al periodismo?
– Esa es una pregunta tremenda. A ver. Cuando has resistido ya tanto tiempo el periodismo es lo que termina dando sentido a tu vida. He dado clases también. Fui profesor en la Universidad de Yale y fue una experiencia muy interesante, pero no es a lo que me quiero dedicar. La calle es una profesión vital para mí. Creo que es el caso de todo el equipo de El Faro.
– ¿Qué es lo más complicado de la etapa que viven?
– Probablemente lo más complicado sea nuestra reflexión acerca de para qué sirve el periodismo. Esto es fundamental. ¿Para qué sirve? Porque El Faro cumple ahora 25 años y después de este tiempo te das cuenta de que el país no está mejor.
– Se cuestionan si lo que hacen sirve para algo…
– Es que la pregunta surge casi de manera natural en estas situaciones límite. Al final encontramos respuestas, pero la pregunta permanece. Hacemos periodismo a partir de una posición muy sencilla y es asumir una posición crítica ante el poder. Es así de fácil. Yo creo que eso es ser periodista. También he de incluir a la ciudadanía en un ejercicio semejante porque la democracia requiere de ciudadanos críticos. Pues bien, más de 25 años después no solo no lo hemos logrado, sino que hay una ciudadanía aún menos crítica que la que había.
– Muchos lectores les acompañan y quizás tengan otra mirada gracias a ustedes.
– Sí. Son nuestros lectores. Son muchos y muy fieles. No es poca cosa.
*Tomado de El Correo, publicada Domingo, 29 enero 2023