Violencia de género

La violencia de género, como la dirigida contra los más débiles, el bullyng, cualquier expresión de segregación racial, la desigualdad misma, etcétera, se corresponden con profundos atavismos culturales y éticos, que padecemos como sociedad.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*

Esto porque quienes la manifiestan fueron objeto de burlas y agresiones en algún momento, y encuentran en el sometimiento físico de, para el caso una mujer, el medio para superar los profundos traumas y los inconfesables complejos de inferioridad que padecen.

Siendo como somos, una sociedad huérfana de todo y desiguales, somos además en consecuencia profundamente acomplejados, lo que podemos descubrir en lo rígida, vertical, intolerante y conservadores que somos, donde, por ejemplo, abrazamos y reproducimos la misma idiosincrasia hacia los demás, que nos excluye a nosotros del desarrollo y progreso al que como ciudadanos tenemos derecho.

Los hechos, para el caso, evidencian que tanto el sistema educativo como la propia familia, son instituciones que han fallado en la tarea de construir personalidades en la ciudadanía, que valoren al otro como un igual, lo que implícitamente incluye a todos los otros, indistintamente su género, clase social, credo, color y origen, lo que en cambio no sucede.

Esto porque tanto la escuela como la familia están desnaturalizadas en buena medida, pues la primera existe para reproducir la mediocridad del sistema, perpetuándolo, lo que se puede constatar comprobando que la validez de la formación en el sistema educativo formal no es reconocida más allá de nuestra frontera, mientras cualquier profesional de cualquier otro país es bienvenido en el ejercicio de su profesión acá en el país, en la presunción de que la formación en el extranjero es superior.

Un crudo efecto del malinchismo que padecemos pues se nos ha inducido.

En el caso de la familia, con raras excepciones, ésta es presa de su propia descomposición, pues reproduce estos males culturales, naturalizándolos, oponiéndose a cualquier revisión de sus consecuencias, y agravándolo en la medida de pertenecer y ser militante del pentecostalismo, donde el libre pensamiento es reprimido y la intolerancia, el verticalismo y el patriarcado lo consolidan.

Los que somos mayores aún recordamos cuando a finales de los 70’s todavía dominó el tabú sobre los vicios familiares, y que suponía que nadie, ni las autoridades policiales y hasta las judiciales se entrometieran, pues era supuestos un particular dominio del patriarca, una excepcionalidad, donde la ley solo aparecía respondiendo al derramamiento de sangre.

Manifestaciones de tales aberraciones fueron los tratos a los hijos fuera del hogar, y la expresión aún vigente de “si nada debe nada teme», referida a que el indiciado no tiene por qué huir, cuando en realidad no existe ninguna garantía para este.

Cómo en aquellos días.

Entonces no son leyes más draconianas que carezcan de vencimiento lo que superará tal cultura, sino atajarla como el mal social que es, realizando el debido abordaje de estos atavismos culturales para poder superarlos a través de un modelo educativo característicamente constructor de la equidad, como la consecuente sociedad que por justicia acabe con la desigualdad.

*Educador salvadoreño

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