Vientos preocupantes soplan en América Latina. La pandemia trajo muerte y dolor a miles de familias, y también aceleró el deterioro democrático en varios países de la región. En lugar de ser ocasión para que pusieran en el centro de su quehacer a la población, muchos políticos se valieron del sufrimiento y la angustia generalizadas para aumentar la corrupción, violar los derechos humanos y profundizar el autoritarismo.
El politólogo venezolano Moisés Naím sostiene que los nuevos líderes de tendencia autoritaria llegan al poder mediante elecciones razonablemente democráticas. Una vez en él, destruyen o someten a todas las instituciones estatales de control, de modo que el Ejecutivo gobierne sin atender a la ley, obrando a su antojo. Todo esto lo hacen a través de las tres pes: populismo, polarización y posverdad.
El populismo de esta época puede ser tanto de izquierda como de derecha, y se caracteriza por instrumentalizar las necesidades de la mayoría de la población para beneficio de intereses muy particulares. El populista se reviste de la ideología que le conviene, incluso se presenta como neutral. Por lo general, dice representar a un pueblo noble, sufrido, explotado por una élite depredadora y abusiva. Y a partir de ello polariza: divide a la sociedad entre buenos y malos, entre quienes defienden al pueblo y quienes buscan destruirlo, quienes apoyan el proyecto que el líder representa y los que no creen en su discurso. El populista exacerba las discordia, incita al odio y a la violencia a través de la posverdad.
Para el líder autoritario, no hay un criterio objetivo de verdad, la evidencia y la razón no importan, lo único que vale la pena atender son las emociones y las versiones de cada quien. La posverdad se manifiesta con crudeza en las redes sociales, que también sirve como instrumento para amplificar la polarización. De lo que se trata es de inventar mentiras o medias verdades, manipular la información. Y así se van cerrando los espacios de convivencia democrática. Cuando se juntan las tres pes, populismo, polarización y posverdad, se comienza a gestar el continuismo, es decir, seguir en el poder comprando y manipulando personas, instituciones y leyes. En la otra cara de la moneda, cuando la ciudadanía decide asociarse o unirse para defender la verdad y la institucionalidad, algo de por sí normal en una democracia sana, se le condena como que se tratara de un delito.
En este contexto, las sociedades viven en un auténtico mar de desinformación y se reduce o suspende el ejercicio de la ciudadanía. Gran parte de la población renuncia al pensamiento crítico, se desconecta de los asuntos públicos y se refugia en la esfera de la vida privada. Es lo que los teóricos llaman la despolitización de la gente. La evidente corrupción, las violaciones a los derechos humanos, la burla a la ley, aunque estén a la orden del día, no mueven a nada. Así pues, muere la motivación a la movilización y a la coaligación. Si el autócrata tiene todo el poder y puede hacer lo que quiere, es mejor no meterse en problemas, ni individual ni colectivamente.
En definitiva, lo que está pasando en el país no es un mal exclusivo nuestro y tampoco pura coincidencia. El Salvador sigue la senda que han recorrido otras naciones hacia la dictadura, el aislamiento y la crisis permanente. Que la mayoría de la gente no lo vea o no lo entienda así, no lo hace menos grave.
Editorial UCA