Dadas las condiciones de la mujer en nuestros países, deberíamos celebrar el año de la mujer, y si fuera necesario el quinquenio de la mujer, para erradicar de una vez por todas las estructuras sociales y las pautas culturales que las relegan a una situación de desigualdad con respecto a los hombres.
Por: José María Tojeira, S.J.
No es posible que las personas que se ganan el afecto por su dedicación al cuidado amoroso de lo humano sean golpeadas gravemente en su dignidad o queden marginadas en derechos básicos. Según la agencia de la ONU para apoyar los derechos de la mujeres, “una de cada tres mujeres en el mundo ha experimentado alguna vez violencia física o sexual a lo largo de su vida”. Aunque no es cuestión de discutir si en El Salvador la proporción del acoso y la violencia es mayor o menor al promedio mundial, las investigaciones y las denuncias que existen dejan claro que la situación es injusta y que las diferentes formas de abuso están bastante generalizadas.
Además de las deformaciones culturales que llevan a la violencia o al abuso, como el machismo, a la mujer le afecta también la carencia de leyes o normas protectoras. Un ejemplo básico es el de la situación de las trabajadoras del hogar, excluidas de derechos laborales de un modo sistemático. Desde el año 2011, la Organización Mundial del Trabajo ha invitado a todos los países a firmar el convenio 189, que garantiza que las trabajadoras del hogar tengan todos los derechos laborales, como el derecho a pensión, a sindicalizarse, a la seguridad social, etc. Ningún Gobierno salvadoreño desde esa fecha ha querido firmar dicho convenio a pesar de las peticiones tanto de agencias internacionales como de la comunidad nacional de derechos humanos.
Las salvadoreñas que migran padecen mayores infortunios que los hombres, hay menos mujeres pensionadas que hombres y el trabajo del cuido en el hogar no proporciona derecho a pensión, a pesar de ser fundamental para el desarrollo humano. Hace ya algunos años un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de la ONU decía que las mujeres, además de otras tareas, pasan la vida cuidando. De niñas cuidan a sus hermanos pequeños, de casadas a sus hijos y con frecuencia a sus padres, y ya ancianas cuidan a sus nietos. Ese aporte tanto laboral como social y humanitario no tiene ningún tipo de reconocimiento estatal cuando la edad las vence y necesitan ser cuidadas.
Su representación política es insuficiente y está, al menos en la Asamblea Legislativa, por debajo de los estándares básicos de representación justa. Algunos partidos políticos en el país, no todos, se ponen como meta tener un 30% de representación del género que se encuentre en minoría. Esa cuota es todavía machista. Si queremos lograr una cierta equidad de género en la representación pública, la cuota debe ser al menos del 40%. Salvo en el Consejo de Ministros, en el que se alcanza un 30% de representación femenina, en los otros poderes del Estado no se llega ni a esa proporción inequitativa.
Los feminicidios continúan dándose, y aunque el delito se ha vuelto imprescriptible, las raíces culturales de un machismo violento no se combaten adecuadamente. Las redes sociales están con frecuencia llenas de insultos a las mujeres sin que haya un control adecuado de esas expresiones, protagonizadas algunas de ellas por funcionarios o exfuncionarios públicos. La desigualdad salarial continúa siendo una realidad en diversos trabajos. Mientras las mujeres tienen en general un promedio de calificaciones académicas universitarias superior al de los hombres, cuando llegan al mundo laboral todavía se encuentran con peores salarios o con mayores dificultades para el ascenso en sus empresas. Trabajar en favor de los derechos de la mujer, unirse a muchas de sus reivindicaciones, apoyar sus manifestaciones públicas es una exigencia ética que no debemos olvidar. El día de la mujer no basta. Lograr la paridad de derechos en un año sería ideal. Y luchar por lo ideal es siempre lo más decente que debemos hacer.