Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa.
Era Domingo de Ramos el 2 de abril de 1944 y la población salvadoreña, antes más católica que ahora, comenzaba su Semana Santa.
Temprano se supo, por medio de una proclama radial, que había estallado una rebelión cívico-militar ´contra el dictador Martínez, que había mandado con mano dura desde finales de 1931 e iniciado la dictadura militar que sucumbió en 1979. La proclama la leyó el Dr. Arturo Romero, el llamado Hombre Símbolo de la Revolución, una revolución social que nunca ha llegado. En 1944 algunos salvadoreños vieron en la rebelión un nuevo amanecer y el periodista Tiburcio Santos Dueñas calificó la fecha como la aurora del dos de abril.
Él Dr. Romero era un médico educado en Europa con el prestigio de ser muy humanitario e interesado en “la cuestión social”, pero sorprendió cuando, según se dijo, se tomó la pionera radiodifusora YSP, metralleta en mano, para lanzar la proclama y anunciar la rebelión contra el dictador y quizá el comienzo de una revolución que, como ha pasado muchas veces en nuestra historia, se desvaneció en pocos meses.
El audaz levantamiento cívico-militar fue reprimido con el “modelo Martínez” iniciado con la famosa “masacre de 1932”. Hubo varios fusilamientos sumarios de civiles y militares; pero cinco semanas después de que el dictador sofocó a sangre y fuego la rebelión, tuvo que renunciar a la presidencia, el 9 de mayo, ante el empuje de una histórica “Huelga de Brazos Caídos” que tuvo como motor principal un comité estudiantil universitario formado, entre otros, por Fabio Castillo Figueroa, Reynaldo Galindo Pohl, Raúl Castellanos Figueroa, Sydney Mazzini y Jorge Bustamente. Todos ellos con ulteriores carreras políticas prominentes, aunque desde trincheras diferentes y hasta antagónicas.
Un acelerador de la renuncia del sátrapa tropical fue el asesinato ocurrido el 7 de mayo, de parte de un policía, del joven José Wright Alcaine. El joven era hijo de un ciudadano de Estados Unidos y como tal era salvadoreño y estadounidense.
Ese Domingo de Ramos, del 2 de abril de 1944, hubo héroes y mártires por la democracia y la revolución social. También hubo traidores y villanos.
Largo ha sido el vía crucis del pueblo salvadoreño, con incontables estaciones, para lograr su justicia en libertad; pero es bueno recordar que hace 79 años se vivió una aurora de nuevas claridades que, a su vez, inició el colapso de una dictadura que creyó ser para siempre, pero sólo duró 13 años y regó mucha sangre de luchadores sociales que fue semilla para confrontaciones que llegaron después a estas tierras. La fratricida, guerra civil de los 1980 fue el culmen de esas confrontaciones.
Ojalá que en nuestro país no vuelva a tener vigencia aquella frase que se le adjudica a Thomas Jefferson: “El árbol de la libertad debe ser vigorizado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos: es su fertilizante natural”.