La Santa Sede firmó un acuerdo provisional (2018) con el Gobierno de la República Popular China para designar en forma conjunta los obispos en China Continental, con la Asociación Católica Patriótica China (ACPCh), una estructura religiosa considerada cismática, impulsada por el Partido Comunista Chino (PCCh) para dar asistencia espiritual a los católicos de ese país (10 millones), después del triunfo de la Revolución (1952), que expulsó a los misioneros extranjeros, a la vez que se define como un estado ateo, el mayor del mundo. Este acuerdo fue renovado en 2022 y es rechazado por el cardenal emérito de Hong Kong.
Por: Elio Masferrer Kan
El Vaticano es parte de un club cada vez más reducido que mantiene relaciones diplomáticas con la República de China (Taiwán), el relicto político insular, que es defendido por los Estados Unidos, en un complicado ajedrez político. A su vez, la Santa Sede es el único estado del mundo que puede mantener relaciones diplomáticas con «las dos Chinas». Un éxito indiscutible de la diplomacia vaticana liderada por Francisco.
Los patrióticos católicos trasladaron a un obispo reconocido por ambas partes, a la Diócesis de Shangai, la más importante, sin consultarle al Vaticano, quien manifestó su molestia. Un paso cuidadosamente estudiado que «tensa la cuerda» sin que necesariamente la rompa.
La República Popular tiene problemas religiosos más complicados, conflictos con la minoría musulmana (95 millones), con los cristianos pentecostales que construyen iglesias independientes relacionados con centrales misioneras de los Estados Unidos y los grupos budistas de Fung Lon, que el Comité Central del Partido define como un cult (secta destructiva) y tiene a su liderazgo asilado entre Canadá y Estados Unidos.
Recientemente la diplomacia china se anotó un triunfo diplomático impresionante; reconciliar Arabia Saudita, sede de los Lugares Sagrados del Islam y de mayoría sunnita con la República Islámico de Irán de mayoría chiita, considerados idólatras por los sunnis, ambas potencias petroleras. A la vez, han logrado mantener relaciones «constructivas» con sus vecinos talibanes de Afganistán, fundamentalistas sunnitas, quienes en los ochenta del siglo pasado contribuyeron a la caída de la Unión Soviética, aliados con los Estados Unidos. También se han dado tiempo para proponer un plan de paz en Medio Oriente, sugiriendo la creación de «dos estados» en el conflicto entre Israel y Palestina. Tratando de mediar en la Tierra Santa de las tres grandes religiones monoteístas.
La diplomacia china ha desarrollado una estrategia viable para tratar de conciliar entre las potencias medianas que a su vez son expresión de las grandes propuestas religiosas más potentes del mundo, como el cristianismo y el Islam, que involucran a cerca del 40% de la población mundial, acercando y reconciliando a enemigos de siglos.
Tanto la diplomacia católica como la china se basan en experiencias milenarias y de la conciencia, a diferencia de los occidentales, que piensan que «el tiempo es oro», ellos parten de que las diferencias se resuelven con el conocimiento mutuo y la construcción «de la confianza» en el marco de la «conciencia de las diferencias» y la aceptación mutua de los diferentes.
En un mundo de contradicciones aparentemente irresolubles como son los conflictos religiosos, los «teólogos ateos» del Partido Comunista Chino y los diplomáticos pragmáticos católicos han construido espacios de diálogo abandonando el espíritu de las cruzadas medievales, «de muerte a los infieles». Como dicen los evangelios «Dios escribe derecho en renglones torcidos».
*Doctor en antropología. Profesor investigador emérito ENA-INAH