¿Quién no ha rezado alguna vez enfrentado a una problema de salud? Dejando a un lado cuestiones religiosas, hay muchas personas que creen que la oración de intercesión tiene un efecto sobre nuestra salud. Algunos científicos han mirado qué hay de cierto en ello.
Por: Miguel Ángel Sabadell*
Desde tiempos inmemoriales los seres humanos hemos rogado a los dioses para salir con bien de los vaivenes de la salud. Pero a mediados del siglo XIX, justamente con el resurgimiento de la creencia en los espíritus y la aparición de sectas religiosas como la Ciencia Cristiana, que confían más en el poder curativo de Dios que en la medicina científica, algunos investigadores empezaron a plantearse si rezar por la curación de una persona realmente funcionaba.
En las últimas dos décadas se han realizado una docena de estudios para probar científicamente si la oración tiene algún poder de sanación, pero ninguno ha podido demostrarlo. Uno de los más citados lo realizó Randolph Byrd entre agosto de 1982 y mayo de 1983 con 393 pacientes en la Unidad de Cuidados Coronarios del Hospital General de San Francisco. El grupo de pacientes se dividió en dos: por uno rezaron de entre 3 a 7 intercesores y por el otro, el grupo de control, no rezó nadie. Al final se comparó el estado de salud de los pacientes teniendo en cuenta 26 parámetros. De todos ellos, en solo 6 de esos parámetros los que recibieron las oraciones tuvieron una mejoría entre el 5 y el 7% respecto al grupo de control. Desde un punto de vista estadístico, si solo existen diferencias en 6 de 26 variables el resultado no es en absoluto significativo.
Un estudio polémico
Entre los estudios con resultados positivos el más aireado por los defensores de la plegaria de intercesión fue el publicado en diciembre de 1998 en The Western Journal of Medicine. Se trataba de un estudio doble ciego —lo que quiere decir que ni los pacientes ni los investigadores saben quien está recibiendo la plegaria—, en apariencia impecablemente diseñado. El objetivo inicial de la investigación era comprobar si la oración podía hacer descender el porcentaje de muerte entre pacientes de sida. Como solo uno de los pacientes murió, la investigación poco podía decir al respecto. Así que para no tirar el experimento a la papelera los investigadores modificaron ad hoc el objetivo de su investigación, y en el estudio publicado dijeron que su objetivo había sido medir el efecto de la oración ante una larga lista de síntomas, en la línea de los estudios de Byrd y Harris… sin mencionar en el artículo cuál había sido el motivo real y por qué lo habían cambiado. Algo empezaba a oler mal en San Francisco.
Tampoco mencionaron que durante el curso de su experimento apareció la medicación que acabaría convirtiéndose en el tratamiento habitual del sida, lo que hizo que se elevara la probabilidad de supervivencia de los enfermos. Y tampoco dijeron que uno de los investigadores sabía qué pacientes eran objeto de plegarias y cuáles pertenecían al grupo de control: ya no estamos ante un ensayo doble ciego. Los investigadores ocultaron todas estas irregularidades que solo salieron a la luz en 2002 gracias a una investigación del periodista Po Bronson de la revista Wired.
Estudios en busca de una respuesta
Pocas investigaciones han sido metodológicamente impecables. Entre ellas se encuentran los estudios MANTRA, realizados en 2001 y 2005 con más de 800 pacientes con problemas del corazón agudos: no se encontró ningún efecto. Y en 2006 se publicaban los resultados del estudio más riguroso de todos los realizados hasta la fecha: el proyecto STEP. Costó de 2,4 millones de dólares, una cantidad financiada en su mayoría por la Fundación John Templeton, que apoya la investigación en religión. Uno de sus directores fue Herbert Benson, cardiólogo y director del Mind/Body Medical Institute cercano a Boston, que había estado involucrado en los estudios MANTRA.
Durante 10 años monitorizaron a 1802 pacientes en 6 hospitales diferentes que habían sufrido una operación de bypass coronario. Se dividió a los pacientes en tres grupos: el primero recibió las oraciones de intercesión y se les dijo que estaban rezando por ellos; también se oró por el segundo, pero no se le dijo nada; el tercero no tuvo ningún tipo de ayuda espiritual. Los orantes fueron miembros de tres congregaciones, el Monasterio St Paul, la Comunidad de Carmelitas Teresianas de Worcester, y la Silent Unit, una organización de oración de Kansas City, y se les proporcionó los nombres de los pacientes-objetivo y las iniciales de sus apellidos. Debían rezar según sus propios criterios pero intercalando “para una cirugía exitosa y una rápida recuperación sin complicaciones”.
Mejor no saberlo
Tras analizar las complicaciones aparecidas en los 30 días siguientes a la operación los investigadores no encontraron diferencia alguna entre los tres grupos. Eso sí, un mayor número de pacientes del grupo al que no se le dijo que estaban rezando por ellos sufrió complicaciones mayores, como un ataque al corazón, comparado con el grupo que no recibió ninguna oración de intercesión. Pero lo más interesante apareció cuando cruzaron los datos obtenidos con los dos grupos por los que rezaban. En este caso, un número mayor de pacientes del grupo que sabía que estaban rezando por ellos (59%) sufrieron complicaciones postquirúrgicas, comparado con los del grupo que no lo sabían (51%). La diferencia es significativa, aunque los autores del estudio dejaban la puerta abierta a que se tratara de una casualidad. Pero lo cierto es que, como afirmaron los investigadores líderes del proyecto, este resultado plantea importantes reservas sobre si se les debe decir a los pacientes que se está rezando por ellos. Sea como sea, lo mejor es que si alguna vez se pone enfermo, diga a sus familiares que no le digan que están rezando por usted.
*Astrofísico y divulgador científico
Fuente: Muy Interesante