El pasado viernes 30 de junio el tribunal superior electoral del Brasil hizo pública la condena al ex presidente de ese país, Jair Bolsonaro, que lo inhabilita para ejercer cargos públicos hasta 2030.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
La condena responde a los abusos cometidos por Bolsonaro durante su ejercicio, como a las acusaciones sin fundamento que hiciera en contra del aparato electoral, alegando haber perdido las elecciones pasadas en contra de Lula da Silva, por la supuesta corrupción del sistema electoral, acusaciones que realizó sin ofrecer ninguna evidencia ante la comunidad diplomática extranjera.
Debemos acotar que, como todos los regímenes de derecha en la región, la del señor Bolsonaro se caracterizó por sus arbitrariedades, manejo oscuro de recursos públicos, nepotismo, corrupción, exclusión, homofobia, misoginia, profundización de la injusticia, y por, sobre todo, la escandalosa concentración de riqueza entre las élites.
Tampoco debemos olvidar que la administración de Bolsonaro fue heredera del golpismo contra la ex presidenta Dilma Rousseff, consecuente con la intromisión de los EEUU contra las administraciones progresistas que se instalaran en la primera década del siglo en nuestra región, para conservar su hegemonía de la región, acabando con los proyectos desarrollistas latinoamericanos.
Como todo lo surgido de la ultraderecha, tampoco el proyecto ultraconservador y retrograda bolsonarista, resueltamente apoyado por todo el conservadurismo, particularmente el proveniente del pentecostalismo, aliado natural e incondicional interesado de las propuestas militaristas por su corrupta e inconfesable aspiración de ganar espacios políticos, son ahora gracias a los recursos a disposición de la población, reconocibles y por tanto fácilmente señalados siendo como lo es el bolsonarismo, ilegítimo por ser un subproducto del golpismo y el rompimiento de la institucionalidad.
Y es que la conservación del conservadurismo en el poder es proporcional al rompimiento del estado de derecho, a la distorsión mediática de la realidad, a la corrupción imperante y, consecuentemente, a los abusos dirigidos en particular contra las mayorías.
Tampoco estas son completamente inocentes de ello, puesto que habiendo sido favorecidas de un crecimiento económico sin precedentes durante las gestiones de Lula da Silva que sacara de la pobreza a algo más de 19, 250, 000 de brasileños, un hecho sin precedentes para 2003, más 23, 800, 000 en 2011, lo que se corresponde con una gestión transparente, coherente y sustentable, decidió mayoritariamente por Bolsonaro cuando pudo recuperar su democracia, seducida por una mediática oscurantista que promoviera el miedo al progresismo, lo que en primera instancia disparó la pobreza hasta un 30% en su primer año de gobierno y en consecuencia con una política económica dura e inflexible, que concentró la riqueza en apenas el 1% de la población [BID/BM/FMI], mientras deprimió intencionalmente a las mayorías, disparando también la violencia social y la consolidación del crimen organizado.
Ahora y por sus propias inconfesables faltas, cae el bolsonarismo, por lo que queda al pueblo brasilero aprender de sus errores y experiencias, educándose y apreciando los logros de su inigualable historia política, para no ser de nuevo presa de demagogos fascistas como este.
Como el resto de latinoamericanos.
*Educador salvadoreño