Recientemente se canceló el Instituto Nacional de la Juventud (Injuve), una institución que, pese a recibir escasos recursos y no destacar por un manejo transparente, transmitía una preocupación, al menos formal, por la situación de los jóvenes en el país. Sus pequeños logros estuvieron relacionados con los deportes y algunas tareas comunales aisladas.
El Injuve servía para decir que las autoridades se preocupaban por los jóvenes, aunque sus resultados fueran magros en un contexto en el que la juventud era víctima de la delincuencia o se sumaba a ella con la intención de sobrevivir, poblaba mayoritariamente las cárceles, tenía serias carencias educativas y encontraba pocas oportunidades de desarrollo en el mercado laboral.
Y la situación de las mujeres jóvenes era todavía peor: expuestas al abuso machista, condenadas muchas a ser madres adolescentes y a trabajar en solitario por la manutención y desarrollo de sus hijos. Mientras una minoría de la juventud logra escalar posiciones sociales a base de herencia, esfuerzo o recomendaciones, al resto le queda una triple opción: conformarse con la transmisión generacional de la pobreza o la vulnerabilidad, emigrar hacia el norte u optar por salidas contrarias a la ley.
Con la eliminación del Injuve, todo queda igual, pero se dificulta implementar políticas públicas dedicadas a promover y mejorar la situación de los jóvenes. Incluir esta institución en una dirección recién creada que realizará múltiples funciones difícilmente facilitará la formulación de acciones que rompan la tradición de abandono de la juventud.
En los cuatro años del Injuve durante el Gobierno actual, sus logros fueron igual de reducidos y parcos que los de las anteriores administraciones. Las medidas aisladas que la gestión de Bukele ha tomado en beneficio de los menores de edad, en especial de los que están escolarizados, no resuelven el problema de una juventud sin perspectivas de encontrar un futuro digno.
Los estudios sobre la población salvadoreña señalan una tendencia clara al envejecimiento de nuestra sociedad. En treinta años, el número de adultos mayores se habrá duplicado; habrá menos jóvenes y, por tanto, aumentará la carga para quienes estén en edad laboral. Además, no hay perspectivas de una pensión digna. Una política orientada a los jóvenes debe insistir no solo en prepararlos, sino en abrir posibilidades de emprendimiento y trabajo digno. Pensar que la inversión extranjera, el turismo y las remesas solucionarán los problemas socioeconómicos y productivos de El Salvador es una ilusión vetusta que no ha conducido más que a desengaños.
De Rubén Darío mucha gente conoce la poesía que comienza diciendo “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver”. Ese tesoro, sin embargo, hay que cultivarlo. No puede ser que los jóvenes se pudran en la cárcel, se consuman en trabajos mal pagados y sofocantes, o se vayan del país para huir del maltrato y la pobreza. La supresión del Injuve es signo de un profundo desinterés por el futuro, porque solo habrá futuro si se invierte adecuadamente en la juventud. Los esfuerzos por atender a la primera infancia no darán resultados si no tienen una continuación seria y bien planificada en una política de juventud que tenga en cuenta los problemas de este sector en la actualidad y en los próximos años.