Cuando se acerca la celebración de la independencia de Centroamérica, antes de tirar cohetes y organizar ruidosos desfiles, conviene reflexionar sobre lo que el hecho significó en aquellos momentos y lo que debe significar para nosotros en la actualidad.
La independencia se vivió de distintos modos y maneras. Hubo personas que la proclamaron para que no lo hiciera el pueblo por su cuenta. Así reza el acta de la independencia, suscrita por una reunión de notables en Guatemala, temerosos de una insurgencia popular que les dañara su situación socioeconómica.
Otros la vivieron con esperanza; deseaban cambiar el sistema de castas, la esclavitud e incluso la explotación de los pobres, especialmente de los indígenas. Desde la confianza en la cultura autóctona, muchos acompañaron la independencia con alegría. Por supuesto, hubo personas que no se enteraron o tardaron en darse cuenta. Y algunos, pocos pero poderosos, vieron en la independencia una oportunidad para desmembrar Centroamérica en diminutos países, centrados en los intereses locales.
En la actualidad, continuamos honrando la fecha, pero lo que fue una independencia básicamente pacífica se celebra ahora como un evento militar. Los desfiles ocupan la mente de los niños. El Ejército se presenta, también desfilando, como salvaguarda de la República.
Para otros es una oportunidad para resaltar los logros del Gobierno de turno o para impulsar el nacionalismo. No faltan, no obstante, los que reflexionan sobre las tareas que implica una independencia en los campos económicos y sociales.
La responsabilidad está ahora en nuestras manos; despreocuparse de los problemas existentes es la mejor manera de mantenerse sujeto a otros. Independencia es hoy autonomía y capacidad de lograr el bien común con justicia y libertad.
En el pasado, quienes quisieron vivir la independencia como transformación de una sociedad en la que predominaban la explotación y la falta de libertad lograron la abolición de la esclavitud. Pidieron también medidas para el desarrollo de las comunidades indígenas, tratando de liberar a los pueblos originarios de impuestos dañinos y opresivos.
Si quiere desarrollar su independencia, a la sociedad salvadoreña le toca enfrentar todo aquello que signifique abuso o exceso de poder. El régimen de excepción que se vive desde hace más de un año supone el encarcelamiento y empobrecimiento de personas de la franja más vulnerable de la población. El subempleo, la amenaza a sindicatos, el clima de polarización, el endeudamiento cada vez mayor, el encarecimiento de la canasta básica implican amenazas para la autonomía de las personas y del país.
Independencia, por el contrario, supone soberanía alimentaria, eliminación del hambre, salarios dignos, capacidad de diálogo y de encontrar caminos comunes en la convivencia nacional.
Celebrar la independencia pensando en el país será siempre más positivo que los cohetes, los desfiles y los espectáculos propagandísticos. Celebrarla es optar por El Salvador y por su desarrollo, es tener un proyecto de realización común en beneficio de todos y generador de amistad social. Preguntarnos con honestidad cómo celebrar la independencia más allá de los clichés y la exhibición de armas puede dar inicio a uno de los cambios que hacen falta.