Un lugar común en espacios académicos es hablar de los beneficios de trabajar con metodología mixta (cuantitativa-cualitativa), sobre todo, dentro de las investigaciones en ciencias sociales, y lo es.
Por: Ricardo Álvarez Sevilla
Sin embargo, en ocasiones pasamos por alto que también en el contraste del dato duro, basado cifras y gráficas, con la información recolectada en campo, resultado de la práctica etnográfica, se pueden desprender hallazgos con una profundidad interesante para la investigación, hallazgos que pueden poner en descubierto, incluso, que la perspectiva ontológica desde la que pretendemos interrogamos la realidad es distinta a la de los sujetos de los que intentamos aprender.
Inclusive, hay ocasiones que los datos estadísticos son tomados completamente como veraces e inapelables, verdades absolutas de una realidad sustentada en cifras. Seré más puntual aún, gran parte del trabajo antropológico que se realiza en México pasa por una necesaria revisión de los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e informática (INEGI), procedimiento que, en principio, me parece muy provechoso para tener un primer acercamiento de la realidad y un ejercicio, sin lugar a duda, necesario para tener un marco de referencia. Pero, como bien dice aquel dicho, “el diablo está en los detalles”.
Observando detalladamente esos datos podemos ver manifiestas, también, las relaciones de poder que se implementan a través de los instrumentos de recolección de información del estado y que pueden fomentar el prejuicio y generar una distorsión desproporcionada de las condiciones reales de vida de las poblaciones que intentan describir. Me gustaría sustentar mis palabras con un ejemplo que ilustra muy bien el problema que les estoy presentando.
Como parte de una investigación que llevé a cabo en el año 2022 en los municipios de Mixtla de Altamirano y la cabecera municipal de Zongolica, Veracruz, realicé una revisión en profundidad de los datos del cuestionario ampliado del censo 2020 de INEGI, dicha investigación tenía por intención analizar las estrategias adaptativas de los grupos nahuas de la región, población que representa más del 90% de los habitantes de dichas comunidades.
Por lo tanto, me interesaba conocer las condiciones de acceso al agua, acceso sanitario, tipos de suelo de las viviendas, entre muchos otros datos respecto a las condiciones de vida y acceso a los recursos en la región. Sin embargo, fue en el dato particular, respecto a los “combustibles más utilizados para cocinar los alimentos”, cuando las alarmas se prendieron. A continuación, les presento la tabla con el indicador citado:
En principio, la tabla es muy interesante pues, como se puede observar en la gráfica, en Mixtla de Altamirano el 96.9% de la población utiliza la leña para cocinar los alimentos. Este porcentaje es muy alto, prácticamente el total de la población prepara sus alimentos a partir de esta materia prima, dato que he corroborado personalmente en el trabajo de campo.
Y esto no es un dato menor, pues el fogón, lugar donde se preparan los alimentos, es un lugar privilegiado en la estructura familiar, al ser aquel lugar donde los integrantes de la familia se reúnen en los días fríos y lluviosos para compartir lo más valorado en estas zonas que es el alimento, y al hacerlo construyen y reafirman lazos sociales. Y esto nos ayuda a entender que la leña, como combustible, es un elemento muy valioso en la Sierra y del que depende la reproducción social de la familia y la comunidad, definitivamente el uso tan alto de este recurso como combustible, también tiene que ver con la disponibilidad de los recursos de la región. Tampoco debemos perder de vista lo relevante que es el fuego dentro de estas comunidades nahuas. El fuego como un elemento sagrado y de alto valor social es un referente muy importante en esas comunidades.
Sin embargo, estos hallazgos podrían verse eclipsados si traemos a colación el último dato que presenta esta tabla, el “No cocinan”. Sustentar en datos duros que el 1.6 % de la población en Zongolica y que el 1.8 de la población de Mixtla de Altamirano “NO COCINAN” es una aseveración realmente poco creíble, nunca verificado en ninguna estancia en campo y que dice mucho del prejuicio y estigma que aún se tiene de las distintas etnias de nuestro país, particularmente la Náhua.
El sustentar en datos duros y publicar para resto del mundo que hay nahuas de la Sierra de Zongolica que “no cocinan su comida”, nos hace pensar que hablamos de sociedades que básicamente se encuentran en un estadio de “cazadores recolectores”, nos hace suponer que estas sociedades ni siquiera han encontrado un recurso tan fundamental como el fuego y que consumen sus productos crudos. Esto es inaceptable.
¿Dónde surge el problema? ¿Cómo se construye ese sesgo en la información que nos conduce a datos tan inverosímiles? La respuesta es relativamente sencilla si uno se auxilia de la etnografía para contrastar los datos oficiales.
La encuesta de INEGI está construida sobre la base de censal de la familia nuclear, estándar adecuado para la población urbana que vive independiente del resto de las familias, aunque estas sean parte de su familia inmediata. Sin embargo, pensar que esta forma de organización social es general a todo nuestro país es un gran error, producto de un desconocimiento del tipo de organización de las familias rurales de México.
La familia de tipo extensa, donde varias familias habitan una misma ranchería o terreno, pero en torno a una casa principal, generalmente la de los padres o abuelos, es un tipo de organización básica de las familias mexicanas en condiciones no urbanas, de hecho, en las propias urbes podemos ver este tipo de organización también. Y este es el caso de la gran mayoría de las viviendas en las zonas montañosas de la Sierra de Zongolica, donde vemos una distribución de varias casas dentro de una misma ranchería, las cuales están conformadas por familias que conviven y hacen vida cotidiana en la casa de los jefes de la familia extensa. Generalmente, en esa vivienda principal, es donde se reúnen después de la jornada laboral, donde se realizan las reuniones y fiestas y, por supuesto, donde se cocinan y consumen los alimentos en la vida cotidiana.
Por esa razón, en la lógica de esta estructura social, es una respuesta verídica decirle al encuestador de INEGI que en su casa “no se cocinan los alimentos”, pues estos se cocinan en la casa de la madre, de la abuela, del jefe de familia en la casa principal, donde se reúnen las personas de esa familia extensa a convivir a medida que se construye la cotidianidad frente al calor que da el fogón mientras se cocinan los alimentos que comparten, haciendo comunidad. El error no está en la respuesta, sino en cómo se construye la pregunta y a partir de qué referentes.
Finalmente, concluyo con una invitación a la crítica constructiva de las fuentes estadísticas de donde sacamos gran parte de nuestros datos al realizar investigación en ciencias sociales, una invitación al contraste etnográfico de los datos duros sacados desde la base de los censos, y por supuesto, una invitación a la denuncia sistemática de datos absurdos, resultado de una visión hegemónica que pretende homogeneizar las formas de organización de las distintas culturas de nuestro país. De esta manera será más fácil enfrentar el prejuicio y el estigma. ¡Estemos atentos, colegas!
*ENAH – México