Libro | Maldad liquida

Zygmunt Bauman, filósofo polaco y Leónidas Donskis, filósofo lituano, ambos de origen judío, escriben “Maldad Liquida”. Dicha obra fue publicada en el dos mil dieciséis. Esgrimen que el mal ha estado con nosotros desde tiempos inmemorables. Lo nuevo en el tipo de maldad que caracteriza a nuestro mundo liquido moderno es, que el mal se ha vuelto más penetrante.

Por: José Guillermo Mártir Hidalgo*

En su forma presente el mal es difícil de detectar, desenmascarar y resistir. Resultado de esto es que el mundo social, es comparable a un campo minado. Lo que se puede hacer es descubrir la fuente del rio, mostrar su cauce y cartografiarlo todo. Anteriormente, el mal pugnaba por estar concentrado y condensado al máximo y administrado por un poder central. En las dictaduras, la fuerza no ha dejado de ser el ingrediente principal en la estrategia de dominación. En la actualidad, el mal licuado queda oculto a simple vista y no se detecta.

Nos presentan que vivimos en un mundo sin alternativas. Se propone una única realidad y se tilda de lunáticos, a quienes creen que existen alternativas. Pero, el mundo nunca ha estado tan infestado de creencias fatalistas y deterministas como hoy en día. Vivimos en una era de miedo, negatividad y malas noticias. En ese mundo, el mal liquido adopta la apariencia de bondad y amor.

Hoy el desvalecimiento y los desamparos individuales, unido al rechazo del Estado de su responsabilidad en materia de educación y cultura, acompañan al matrimonio del neoliberalismo con la democracia estatal, los cuales insisten en la responsabilidad del individuo. La maldad liquida está acompañada de la lógica de la seducción y los mecanismos para desatenderse de las cosas. Los héroes de la maldad liquida tratan de despojar a la humanidad de sus sueños, de sus proyectos alternativos y su poder para resistir. Estos actúan como protagonistas de la contrarrevolución, la obediencia y la sumisión. Nuestra libertad se localiza hoy en la esfera del consumo descarnado y la autorrenovación.

El nuestro es un mundo corporativo y casi medieval, donde el individuo carece de existencia fuera de una institución que lo enmarca y lo moldea. Por tanto, la naturaleza liquida del mal está en una sociedad determinista, pesimista, fatalista, cargada de miedo y pánico que, tiende a tener en alto anticuadas y engañosas credenciales democrático-liberales. La democracia consigue efectos orwellianos aplicando medios huxleyanos. En ella la tecnología y las redes sociales, se han convertido en nuestras formas de control y separación. Basta con dar con el modo de mantenernos en un sistema en que, no haya posibilidad de esconder nada a las estructuras del Estado.

La forma controlada de manipulación de la consciencia y la imaginación esta revertida de ropaje de democracia liberal. Por este medio, se permite la esclavización y el control hasta de las voces críticas. El desmantelamiento sistemático de la red de instituciones dedicadas a defender las víctimas creadas por una economía cada vez más desregulada y movida por la codicia, ha conducido a la caída de confianza en la capacidad de las instituciones democráticas.

Los autores entienden el contenido del mal radical, a la presencia del demonio en política. El diablo aparece como pérdida de memoria y sensibilidad que desemboca en psicosis de masas. El mal radical está en el rechazo deliberado de la autoestima, la dignidad, la memoria, la sensibilidad humana y de nuestra capacidad para asociarnos y para sentir compasión los unos con los otros. La “promesa de prosperidad” radicaba en una vida futura desprovista de molestias e incomodidades. Esa promesa fue depositada en manos de los poderes facticos de turno: los Estados y sus plenipotenciarios delegados. Hoy ese confort significa bienestar y satisfacción individuales elevado a la categoría de causa y razón legítima. Este cambio capital es una de las fuentes principales de la forma “licuada” de mal social. Su desregulación, diseminación y privatización imprimió su sello, en todas y en cada una de las variantes del mal. Igualmente, el auge y difusión del fundamentalismo religioso es causa de la violencia liquida actual y el temor a una catástrofe inminente, hace sentirnos incapaces de evitarla, por lo que se ha convertido en peligro que amenaza la sostenibilidad de nuestro planeta.

Las adiáforas son pensamientos y acciones neutrales, en cuanto a valores que están eximidos de evaluación. La adiofarización ha adquirido un significado y una aplicación adicionales. Los objetos adiaforizados, son desechos de la racionalidad instrumental y del cálculo racional. De esta manera, se relegan a la categoría de víctimas colaterales de las campañas y de las políticas. La maximización del placer y el bienestar, reduce al ser humano a una mera estadística y relega su sufrimiento a los márgenes del Producto Interno Bruto (PIB). El Estado, entonces, se limita cada vez más a los discursos y prácticas de aseguramiento policial y militar, con dosis cada vez mayores de control disciplinario y técnicas de vigilancia.

En el siglo veintiuno vivimos un ejercicio efectivo del poder, esto significa licencia para abandonar la libertad individual, las libertades civiles y los derechos humanos. Las dos mercancías de la política moderna son el odio y el miedo. El escritor soviético, Mijaíl Bulgákov, situó el miedo como fuente del mal. El populismo que es la traslación de lo privado a lo público, con la habilidad de explotar el miedo al máximo, llegó a nuestros países y se asentó firmemente en ellos. Trata de explotar el miedo real de una persona a cualquiera que personifique nuestras propias inseguridades e incertidumbres como miedo al islam y a los musulmanes, miedo a los inmigrantes, miedo a los gais y lesbianas, etc. Además, vivimos una cultura del olvido, donde hay una muerte a la memoria histórica y una debacle del pensamiento crítico. La traición ha ahuyentado la fidelidad y la tendencia es devaluar la duración y a ennoblecer la fugacidad. Las situaciones más explosivas y peligrosas de nuestro mundo son, el descontento profundo con el tiempo actual y la consiguiente tentación de repetir o restablecer la historia. La transformación del ser humano en unidades estadísticas, es uno de los síntomas de la barbarie moderna y ceguera moral. Esto se expresa en que cualquier esfuerzo por aliviar la penuria y angustia de los pobres y desocupados, es “tirar” el dinero de los contribuyentes. Lo único que importa es la economía, si la democracia no garantiza una política de austeridad, peor para ella.

El auténtico problema es que vivimos en un mundo sin alternativas. Ese mundo se proclama como la única realidad. Aunque, nunca ha estado tan inundado de creencias fatalistas y deterministas. El ambiente se ha generalizado de miedo y fatalismo. Al final, los autores llaman al optimismo, esto significa que el mal no es más que algo pasajero e incapaz de destruir nuestra humanidad. Significa también, la convicción de que siempre hay alternativas.

*Psicólogo salvadoreño

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