La seguridad pública, un tema de trascendencia histórica

Nuestra sociedad ha padecido desde siempre los males del verticalismo, la intolerancia, la exclusión y la marginación, sustentados en la negación a la movilidad social y los privilegios de clase.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*

Para asegurarlos, las élites han desnaturalizado las instituciones por los medios a su disposición, apropiándose la riqueza pública mientras incentivaron la violencia social.

La evidencia se halla en el crudo control interesado que de nuestra sociedad se mantiene ahora por intermedio de la milicia, con el argumento de que solo por la fuerza se es capaz de imponer el imperio de la ley.

Mediante esta aparente seguridad se pretende impulsar el emprendedurismo de la población, sin así lograrlo.

No se logra, porque la tal seguridad es aparente, pues se sustenta en la militarización de la sociedad, con los males que supone, sin atacar las causales estructurales de la violencia, afirmándose positivamente que solo abrazando al fascismo es posible la paz social.

Ello supone por supuesto que, para lograr imponer tal control de la sociedad es necesario desmontar la institucionalidad, como efectivamente sucede ahora en nuestro país, pues es ella un impedimento para hacer efectiva la paz social por ser según este discurso, excesivamente proteccionista de los derechos de la ciudadanía, lo que, de acuerdo al mismo, es una causal originaria de la violencia referida.

En decir, en la lógica fascista del discurso oficialista, tanto los derechos de la ciudadanía como la propia institucionalidad de la República son los causantes verdaderos de la violencia criminal que padecemos, lo que legitima violentar los primeros, desmontando a su vez los segundos, que, de acuerdo a esto, son la garantía que asegura a la delincuencia su impunidad.

Tal lógica por supuesto es falsa, pues las causas de la violencia social no se encuentran en los derechos constitucionales de la ciudadanía, que son una extensión de las también obligaciones ciudadanas que la Constitución señala, y que la mayoría cumplimos, no así las élites que hacen de su evasión un deporte.

Tampoco en la institucionalidad, que teóricamente debe medirnos a todos por igual, sin que nunca sucediera, por lo que es fundamental para las elites desmontarla, ya que constituye un obstáculo a sus intereses.

Lo cierto es que tanto la violencia como la paz social, son episodios transitorios y artificiosos, porque responden a los intereses de las elites, evadiendo por extensión abordar las causales estructurales reales, con la complicidad de los aparatos político y judicial.

Así la exclusión y la marginación social, como los privilegios de clase se agravan y profundizan, asegurándose las élites más privilegios, mientras se abandona a su suerte a la población.

Entonces, el sometimiento del hampa y la corrupción nunca fueron la prioridad dentro del esquema de seguridad pública adelantada por el régimen, sino imponer al fascismo, desmontando la institucionalidad y, en consecuencia, profundizando y agravando la injusticia que desde siempre sufrimos.

Conquistar la paz social que anhelamos implica desmontar los males estructurales que padecemos, lo que no lograremos mañana, pero deberemos lograr, si queremos un país para todos.

*Educador salvadoreño

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