Si el planeta mantuviera su ritmo de crecimiento económico actual (algo ecológicamente insostenible), harían falta más de 200 años para erradicar la pobreza.
El cálculo anterior fue elaborado por Oxfam y está incluido en un reporte que se publica en coincidencia con el inicio del Foro Económico Mundial de Davos, la gran fiesta donde los multimillonarios y los gobernantes neoliberales se reúnen para celebrar el modelo económico que ha generado la mayor concentración de la riqueza en todo el transcurso de la civilización humana, así como para desviar la culpa de la devastación social y ecológica hacia cualquier factor que no sea el sistema mismo.
El organismo internacional ilustra los efectos de este modelo: de 2020 a la actualidad, los cinco hombres más ricos del mundo han duplicado sus fortunas, mientras 5 mil millones de personas son más pobres que al comienzo de la pandemia de covid-19.
En 2010, el hombre más adinerado acumulaba 53 mil millones de dólares, y el top 5 sumaba 211 mil millones. Hoy, la mayor fortuna personal es de 251 mil millones, y junto con las cuatro que le siguen alcanza 879 mil millones de dólares.
Si los números se ajustan por inflación, se refleja que en menos de 15 años se triplicó la cantidad de dinero en manos de sólo cinco individuos. Las cifras, obscenas en sí mismas, explican por qué no resulta descabellado que en 10 años surja un billonario.
La primera conclusión que se desprende de estos números es que la realidad refuta de manera incontestable el mito neoliberal de que el crecimiento de la economía se traduce de forma automática en reducciones de la pobreza, y por tanto basta con dejar actuar a las fuerzas del mercado para solucionar todos los males del mundo.
Lo que se observa, en cambio, es que el libre mercado
es una ficción alimentada por los privilegiados y sus voceros a fin mantener adormecidas a las inmensas mayorías que son empobrecidas y precarizadas para financiar a la plutocracia. La segunda lección reside en que el enriquecimiento no es, como sostienen los economistas ortodoxos, el resultado de la innovación y la optimización de procesos, sino del expolio.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, dos instituciones plenamente comprometidas con el neoliberalismo, reconocen que durante la crisis desatada por el coronavirus las grandes empresas de muchos sectores concentrados aumentaron los precios para incrementar sus márgenes, lo que disparó el costo de la vida a escala global.
Al mismo tiempo que encarecían sus productos y servicios, usaron su poder monopólico para disminuir los salarios en términos reales (el crecimiento nominal menos la inflación).
Los datos de la Organización Internacional del Trabajo son elocuentes: entre las 20 mayores economías del mundo, sólo México, China y Rusia impulsaron un crecimiento real de los salarios en 2023.
El abuso global de las grandes firmas se reproduce en el contexto local. La Comisión Nacional de Salarios Mínimos (Conasami) mostró que 68 por ciento de la inflación en el país durante 2022 fue producido por alzas en las ganancias empresariales, no por el valor de los insumos o de los sueldos.
Peor aún: de acuerdo con un estudio realizado por investigadores de El Colegio de México y la Universidad de Massachusetts Amherst, en 2021 casi 80 por ciento de la inflación se debió a incrementos en las ganancias de las empresas. Es decir, mientras millones de trabajadores (formales e informales) luchaban contra las consecuencias de la pandemia de covid-19, las corporaciones inflaron los precios, no por aumentos en sus costos de operación, sino por mera codicia.
Es un hecho aceptado que toda empresa se guía por el imperativo de maximizar sus utilidades, pero resulta igualmente válido que la sociedad se pregunte sobre la moralidad de hacerlo en medio de una de las máximas catástrofes sanitarias de la historia.
En suma, el sistema económico mundial vigente es una gigantesca máquina de sustraer riqueza de abajo y trasladarla hacia arriba de la pirámide social. Dicho de otra manera, presenciamos la más brutal guerra de clases registrada, y el bando de los propietarios está venciendo sin miramientos a los trabajadores.
(Editorial La Jornada)