Son macabros

Sus acciones criminales solo son comparables con la satánica vileza y la saña de fieras salvajes que fueron desplegados en los asesinatos cometidos por las peores bandas terroristas conocidas en toda la historia universal: la Mara Salvatrucha y la Pandilla 18, en sus respectivos momentos de mayor poder.

Por: Toño Nerio

Me refiero a los actos realizados por los funcionarios del gobierno de bukele, que están también en su momento de mayor poder. Los crímenes de toda esa gente –unos miserables y otros millonarios- no tienen parangón.

Los soldados y oficiales asesinos de El Mozote, crueles al extremo de arrasar hasta con los niños -como lo hace Netanyahu en este mismo día y hora desde hace cuatro meses- matan y ya. Pero no se deleitan con la tortura refinada para aleccionar a los suyos de lo que les pasa a todos los que amenazan al jefe.

Para acabar pronto y no andar buscando responsables entre toda una maraña de instituciones adulteradas o revisando reglamentos de funcionamiento interno ni escudriñando en el orden jerárquico, hay que decir con toda claridad que, hoy por hoy, en El Salvador ningún funcionario hace nada si no es por órdenes expresas de Casa Presidencial. Y no de cualquier adjunto del secretario o del propio primer consejero presidencial. Nadie hace nada sin una orden directa del presidente de la República.

Y hay que aclarar, además, que cada movimiento se hace en el momento exacto en que de acuerdo al interés político de la familia gobernante y su titiritero debe ser realizado para alcanzar los fines esperados por sus verdaderos dueños y señores.

No antes, no después. Todo está fríamente calculado. Incluso la palabra que va a salir de la boca del presidente es sopesada para que su impacto sea el que se espera de ella.

El grupo de profesionales que dirige a la marioneta presidencial estudia la situación en cada coyuntura y lanza su ataque. Siempre a la ofensiva para marcar la pauta o, como se dice actualmente, para controlar y dirigir la narrativa, y para instalar en el imaginario social un determinado escenario.

Por ejemplo, cuando en 2019 en un “desliz” de bukele en medio de su discurso ante la fanaticada emocionada dijo que, para realizar su proyecto, iba a necesitar por lo menos veinte años. Sus directores de escena habían previsto ese instante porque era en ese estado de paroxismo de masas que el embrión de dictador podía aprovechar de mejor manera la ventaja que le daba su momento de cresta en la ola populista para, de manera premeditada y alevosa, deslizar el mensaje de que ya habían decidido violar la Constitución de la República, perpetuándolo en el poder.

Seis meses después, en otra coyuntura inmejorable, cuando asaltó el Palacio de los Diputados, espetó a la población en general su fatídica sentencia “¡ahora ya saben quién es el que manda aquí!”. Rodeado de una soldadesca armada hasta los dientes, carros blindados de transporte de tropas, francotiradores apostados en la azoteas de todos los edificios, carros de policía frente a las casas de los diputados, helicópteros en los cielos de toda la capital y buses llenos de empleados públicos para fingir un mitin frente al Palacio Legislativo.

La noche siguiente en una frase premonitoria, anunciadora de su siguiente movimiento, dijo: “si no me dan el dinero, volverán los muertos a las calles” y, en efecto, a las cinco de la mañana del día siguiente, fueron asesinados dos conductores de microbuses del transporte público en la zona metropolitana de la capital: uno en San Martin y otro en Apopa, apenas cuando comenzaban el primer recorrido de sus respectivas rutas.

Cualquiera sabe que no existen casualidades en el universo de la política y que el presi –como le dicen sus seguidores-, aunque ellos piensen sinceramente que es el hijo de dios, no llega ni a Nostradamus.

Por abundar un poco en los movimientos que han sido realizados en el preciso instante en que lo necesitan –ya sea para eliminar a una  persona amenazante o para ocultar un escándalo- baste recordar que justamente cuando debido al derrumbe del precio del bitcoin en esa ruleta rusa que es la especulación, “alguien” les dio la orden a algunos sicarios de salir a asesinar a mansalva a los transeúntes que encontraran a su paso.

Casi un centenar de inocentes fueron asesinados. Esa brutal carnicería permitió sacar de las conversaciones populares el ridículo presidencial ante su fracaso rotundo, así como el fiasco de la grotesca maniobra de regalar treinta dólares para enganchar a los incautos, utilizando la misma estrategia de los vendedores de drogas al menudeo con los alumnos de las escuelas.

Y no solo les funcionó la cortina de humo sino que la matanza permitió imponer la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional, las manos libres para el manejo oscuro del presupuesto nacional y diseminar en todas las almas un sentimiento de terror, estableciéndose el terrorismo de Estado.

Desde esa deleznable masacre de inocentes -la peor ocurrida en todos los tiempos de la República- los abusos en contra de las personas han ido en aumento de manera que nadie había conocido con anterioridad. Ni siquiera en los tiempos más oscuros de la tiranía de los militares ningún gobernante despreció así la vida y la dignidad humanas.

El régimen mortífero que se ha instalado en Casa Presidencial, sin embargo, tiene una característica que lo diferencia esencialmente de todos los anteriores y lo coloca en un sitio que es particularmente peligroso para toda la sociedad: representa los intereses del crimen organizado internacional.

Aparte de sus acuerdos con los pequeños jefezuelos de las bandas terroristas, que han podido conocerse gracias a las intercepciones de llamadas telefónicas, videos de altos funcionarios ingresando a las prisiones para reuniones con los liderazgos de pandillas reclamados por la justicia estadunidense, la protección de jefes criminales que han sido acompañados por personal cercano a la presidencia de la República para resguardar su seguridad en la huida hacia el extranjero, las últimas alarmantes noticias dan cuenta del riesgo en que se encuentra el país por esos gobernantes esquizofrénicos que en las fotos son Hyde y en secreto Mr. Jekyll.

En efecto, se trata de la historia de dos primos, Ernesto y Alejandro, ambos de apellido Muyshondt. Ambos de una de las familias de largo abolengo y a últimas fechas integrantes del círculo cercano a la familia bukele.

El primero fue el sucesor de bukele como alcalde de la capital de San Salvador. Conocedor de primera mano de los turbios manejos de esa administración que le heredó millonarias deudas, supo además de sus acuerdos con las pandillas que asolaban la capital.

Cuando Ernesto se quedó sin empleo, al perder las siguientes elecciones, fue a Washington para ofrecerse como asesor de seguridad de la Organización de Estados Americanos. Habló con el Secretario General, Luis Almagro, en sus oficinas, sin pedirle permiso a bukele ni informarle de sus intenciones.  Al regresar a El Salvador, bukele aterrorizado por lo que pudiera decir lejos de su control, lo puso en prisión, en la que ha permanecido desde el 4 de julio de 2021. Sin proceso ni condena judicial, varias veces ha estado al borde de la muerte por torturas y falta de atención médica. Actualmente sus captores lo tienen recluido en las celdas del Hospital Nacional Psiquiátrico como loco de alta peligrosidad.

Dos años más tarde cayó en desgracia su primo Alejandro, que era el asesor presidencial de seguridad nacional hasta el día de julio que destapó la cloaca de narcotráfico y lavado de dinero en el Congreso. La Asamblea Legislativa es presidida por el mismo socio de bukele que fue detenido en una bodega de narcóticos propiedad del hoy presidente y que funcionaba bajo la fachada de una discoteca llamada Code, que fue clausurada hace dos décadas por la División Antinarcóticos de la Policía Nacional Civil (PNC).

La denuncia de Alejandro no solo no prosperó sino que quien fue puesto en prisión el nueve de agosto fue él mismo. El diputado más rascuache entre los denunciados por el asesor de seguridad de bukele, llamado Erick García, lo acusó de ser un espía de la oposición. Ipso facto, bukele publicó todo un expediente de traición y a partir de entonces nadie volvió a saber de Alejandro. Ni la familia, ni médicos ni abogados pudieron hablar con él.

Tiempo después el gobierno presentó una fotografía en la que el desaparecido sostenía en las manos un diario mostrando la fecha como prueba de vida, en el más puro estilo de los secuestradores. La mirada perdida hizo pensar en la ausencia o grave afectación de las facultades mentales del prisionero de los bukele.

La semana pasada se supo que había muerto. Su cuerpo finalmente fue entregado a la familia. Presentaba fracturas en las costillas, una operación en el cerebro que indica que le fue practicada una lobotomía, agujeros como de punzón o destornillador y ningún órgano dentro de la cavidad torácica y abdominal. Lo habían vaciado.

El viacrucis de la familia a la hora de querer sepultarlo fue inenarrable. En el Hospital Dr. José Antonio Saldaña, donde supuestamente murió, no existía ningún papel que diera cuenta de su estancia ni causa de muerte. Cero expediente médico. En la sede fiscal tampoco y, encima, intentaron intimidar a la familia y su abogada. En el Instituto de Medicina Legal, donde a la mamá le fue entregado en cuerpo, tampoco había nada que comprobara que el muerto estaba muerto. La funeraria no podía proceder a darle sepultura.

La odisea de una familia rica para poder darle un trato digno al cuerpo de Alejandro da cuenta de lo que significa caer en manos de unos seres extremadamente perversos, del todo macabros. Las medidas para conservar sus secretos más oscuros no reconocen ningún límite.

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