El libro de Laura Quintana, profesora de la Universidad de los Andes, y de Damián Pachón, profesor de la Universidad Industrial de Santander, (Colombia) es una apuesta interesante porque en él no solo se reflexiona con densidad y creatividad sobre el mundo de hoy, sino que también es expresión de un pensamiento colaborativo que recoge y dialoga con otras voces, tanto ausentes como presentes. Un libro para comprender nuestro mundo y sus múltiples perturbaciones y desarreglos.
Hacia una filosofía de los espacios afectivos
Como en el mundo literario, la academia filosófica no está exenta de ciertas prácticas nocivas que impiden el trabajo mancomunado. A veces cuesta reconocer el valor del otro, sus aportes, sus contribuciones. Así que la filosofía también está atravesada por prácticas narcisistas que obturan el diálogo y el intento de una mejor comprensión de los problemas del presente que acucian a la humanidad.
Sin embargo, hay excepciones. El libro Espacios afectivos, de los filósofos Laura Quintana y Damián Pachón, es una de ellas. En el libro, por medio de cuidadosas preguntas realizadas por Pachón, la filósofa y escritora va reflexionando sobre múltiples problemas del presente. Por ello es un libro asequible que, por un lado, condensa el pensamiento de Quintana y, por el otro, ejemplifica muy bien el interés por la función social de la filosofía que ha movido la labor filosófica, investigativa y divulgativa de Pachón. Así nos entregan un libro novedoso que «quiebra las formas hegemónicas de decir y razonar».
El texto parte de una consideración clara sobre la filosofía: esta no es una actividad profesoral y repetitiva, dedicada exclusivamente al estudio de la tradición. Es, más bien, una actividad atenta a los problemas del mundo donde la labor del filósofo es crear formas de comprensión novedosas de los fenómenos y de los problemas; donde la filosofía debe pensar el mundo presente con toda sus problemáticas y complejidad, evitando los reduccionismos al abordar las cuestiones y temas. Y evitando el mesianismo filosófico, pues los pensadores no son omnipotentes y la filosofía solo puede contribuir modestamente a transformar el mundo.
Por eso, en el libro se parte de una visión compleja de la realidad, donde esta es presentada de manera heterogénea, compuesta, dinámica, historizada, nunca cerrada del todo, pero con posibilidades de ser transformada por la práctica humana, por el trabajo de los cuerpos, por la mutación de las prácticas cotidianas.
Así, los autores reflexionan sobre el pensar situado desde un espacio atravesado por afectos, la memoria, la historia, pero donde ese pensamiento no queda atado a la geografía, sino que aspira a esa vocación de universalidad que caracteriza a la filosofía misma.
El papel del cuerpo y lo relacional
Los autores también conversan sobre el cuerpo y la manera como todo ocurre en él, pasa por él, de cómo el cuerpo es codificado, normalizado, explotado, dominado, sujetado, pero donde también esos cuerpos pueden descodificarse por medio de pequeñas prácticas, reversiones, cambio de hábitos. Estas prácticas por minúsculas que sean siempre alteran relaciones más amplias que las condicionan.
Dice Quintana en una respuesta: «Cuando cambia un juego de relaciones, cambia un mundo». Al ser la vida humana inevitable e inherentemente relacional, cualquier alteración que se produzca, cualquier resistencia efectiva, reformatea las relaciones implicadas.
Retomando los temas de los libros Política de los cuerpos y Rabia de Quintana, los dos filósofos dialogan sobre los afectos. Estos no son vistos como meros estados que brotan desde una interioridad (sentimientos), como meras pasiones (esa capacidad de ser afectado y de padecer de la que habló Spinoza), o de emociones (esos efectos neuronales y sus reacciones), sino como fuerzas sociales, que movilizan intensidades, poder, valores, que afectan al ser humano.
Los afectos son efectos producidos sobre los cuerpos y circulan en espacios diversos, espacios afectivos que están presentes en escenas, en ciertas atmosferas, en las relaciones del humano con lo no-humano, otros vivientes, con objetos, cosas y tecnologías.
Los afectos tampoco son escindibles de la racionalidad o la reflexión, pues siempre pensamos anímicamente, con pasión, indignación, etc. Por eso, hay afectos como la rabia o el resentimiento que no pueden verse como pasiones tristes, pues eso es sostener una visión dicotómica insostenible del mundo afectivo, como ya pensaba Nietzsche en el siglo XIX.
Los dos afectos mencionados también pueden originar acciones, agencias y despertar capacidades en los sujetos. Por ejemplo, el resentimiento no es mera envidia contra otros, contra quienes me han causado un daño o contra los ricos. Él pone de presente daños pasados, regímenes desigualitarios, estructuras sociales injustas, inequitativas, etc., que se pueden confrontar, superar o trascender.
La rabia, por su parte, no es un afecto meramente destructivo, como el odio o la ira, pues también puede ser digna y movilizarse contra opresiones, injusticias o exclusiones. A estos dos afectos dedican los dos filósofos la séptima conversación.
En el libro, los autores colombianos también dialogan sobre el conflicto y la violencia. En estricto sentido, el conflicto puede desembocar en violencia, pero no es malo por sí mismo, pues hay conflictos que, al manifestarse en la sociedad, ponen de presente y evidencian nuevas demandas, nuevas exigencias de sectores sociales que, al ser atendidas, pueden desembocar en nuevas instituciones o en nuevos derechos. Es decir, el conflicto puede ser productivo y ayudar al cambio social, puede hacer visible lo que se pretendía invisibilizar.
El conflicto es ineludible
Por su parte, la violencia no es totalmente extinguible de la sociedad. Es ingenuo pensar en una sociedad totalmente pacificada, sin conflictos. Eso supone un acuerdo absoluto sobre el mundo tal y como es, pero, como sabemos, el mundo contiene la pluralidad, la diversidad, y mientras estas existan, pueden siempre surgir desacuerdos, problemas, disensos.
A lo sumo, la violencia se puede regular un poco, pues no es posible acabar totalmente con la violencia física, la violencia de instituciones represivas, o las violencias simbólicas de desprecio que circulan en la sociedad. Las violencias simbólicas no son solamente simbólicas, pues se sienten en la carne y tienen efectos materiales. Es decir, también actúan sobre el soma, pues pueden generar miedos, angustias, que afectan la salud de los cuerpos.
Uno de los aspectos interesantes del texto es el análisis del capitalismo como un régimen afectivo. Aquí la idea que expresan los autores es la forma como el neoliberalismo culpabiliza a los individuos por sus fracasos y la manera como las exigencias de éxito y ganancia, al no poderse satisfacer, generan estrés, ansiedad y problemas de salud mental. En este sentido, la depresión no es solo producto de un desbalance químico en el cerebro, sino efecto también de exigencias incumplibles por los individuos. Es la causante, como se sabe, de miles de suicidios en el mundo.
Con todo, los dos autores no cierran las puertas a la emancipación. Todo lo contrario: la sociedad y el sujeto mismo no pueden ser totalmente invadidos por las estructuras o por los dispositivos de poder. El campo social necesariamente presenta fallas, quiebres y poros. En medio de él es posible quebrar marcos de sentido, crear nuevas formas de comprensión, desactivar regulaciones, desatar los cuerpos, cambiar hábitos, generar nuevas formas de relación con otros, establecer formas novedosas de producir lo común, crear instituciones más igualitarias o deslegitimar valores dominantes, etc.
Es posible generar formas de acción política o prácticas económicas distintas que confrontan el orden hegemónico, tal como hacen muchas comunidades campesinas frente al abandono estatal. Así las cosas, si bien el cambio no es producto del voluntarismo, tampoco está totalmente imposibilitado, cerrado.
El texto termina con un ensayo donde Pachón justiprecia la filosofía política de Laura Quintana, y la pone en diálogo con las notables obras de los fallecidos Enrique Dussel y Ernesto Laclau, abordando básicamente el problema de los principios normativos que regularían la sociedad, las instituciones y el papel del Estado en América Latina. Así el texto se mantiene fiel al pensamiento situado del que hablan los dos autores en la primera conversación.