POR: MIGUEL BLANDINO.
Yo no sé realmente si fue que se me salió el racismo que vive escondido en mi alma como el tapón de un corcho de botella de champan, o fue la reacción normal que produce un excelente chiste cuando el contraste entre dos realidades es verdaderamente chocante.
Lo cierto es que no se me brincó el otro yo del Doctor Merengue en el instante justo en el que aquella muchacha que me presentó mi prima Julia extendió su mano y dijo «mucho gusto, Clarita» ¡Se llamaba Clarita! Y era la negra más negra que mis ojos habían visto hasta ese entonces. Por supuesto que hipócritamente como manda la buena educación me contuve, políticamente correcto (me dobla de la risa ese concepto adoptado por los salvadoreños), imperturbable como lo hubiera hecho el personaje más famoso de Guillermo Divito, el Willi, el argentino más conocido de la primera mitad del Siglo XX (antes de Quino, obviamente)¿Qué país no tuvo un periódico respetable publicando sus caricaturas?
Lo mismo me pasa cuando veo a bukele, hombrecillo miserable con pretensiones de líder. Me desternillo de la risa ante don macabro.
Viene a mi memoria el poema del querido cura trapense granadino, Ernesto Cardenal, diciendo:
«No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo.
Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la derribará un día…»
Me da risa la propaganda bukelista difundiendo como la gran cosa la inauguración de la tapadera de una alcantarilla en el municipio de Ilopango… ¡Miserable!
MISERABLES
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