Un grupo de excombatientes y familiares de caídos en Malvinas y el compromiso de restituir la identidad a los jóvenes enterrados sin nombre en el Cementerio de Darwin. Las fases de la identificación, las imposiciones de silencio y las amenaza de la dictadura.
Por: Bárbara Schijman y Natalia Aruguete
Esquirlas en la memoria. Una crónica de la identificación de los soldados NN en Malvinas (Marea, 2024) rescata la lucha de un grupo de excombatientes y familiares de caídos en Malvinas por recuperar la identidad de los soldados sepultados sin nombre en el Cementerio de Darwin. En las dos primeras fases del Proyecto Humanitario, comandado por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), 121 combatientes NN recuperaron la identidad aunque resta identificar algunos caídos y, además, hay familias cuyas muestras no coinciden con los restos de las tumbas exhumadas. Dada la reticencia de Gran Bretaña a colaborar con el proceso, queda pendiente avanzar en la tercera fase del Proyecto Humanitario. Gabriela Naso y Victoria Torres reconstruyen la crónica de los soldados sobrevivientes de la batalla de Monte Longdon, que integran el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) La Plata. En diálogo con Página/12, Naso recorrió algunas de las condiciones en las que combatieron estos soldados: bajo nivel de capacitación, armamento obsoleto, estado de desnutrición avanzado, tormentos padecidos a mano de oficiales y suboficiales y un plan para acallar las voces de los conscriptos y garantizar así la impunidad de las Fuerzas Armadas.
–Esquirlas en la memoria es una frase del universo de Malvinas; representa el sentimiento de los sobrevivientes para con sus compañeros caídos, a los que ellos sepultaron y a quienes llevan como esquirlas en la memoria. La idea surge de una entrevista que le hice a Ana María Careaga, docente universitaria y sobreviviente de un centro clandestino de detención. Ella hace referencia a las esquirlas incrustadas en el aparato psíquico. En otra de las entrevistas que hicimos para el libro, Luis Aparicio –excombatiente de la guerra de Malvinas y parte del CECIM La Plata– decía que llevaba a esos compañeros como una estaca clavada. En esa ocasión hice la asociación: son esquirlas en la memoria, es una deuda, la necesidad de devolverles la identidad. Con el correr de las entrevistas aparecieron esas esquirlas que llevan en el cuerpo y esas deudas que persisten en su memoria; deudas no saldadas, que hacen que esas esquirlas sigan estando allí.
–¿De qué manera se manifiesta en el cuerpo la deuda y la culpa que sienten los sobrevivientes para con sus compañeros caídos?
–Muchos dicen que la guerra los hermanó: la situación extrema de la guerra y las torturas que sufrieron por parte de los propios superiores. Los hermanó también tener que proveerse juntos el alimento. Concluido el combate, apareció el sentimiento de deuda con los caídos: “yo estoy vivo porque la bala fue para allá en lugar de venir para acá”. En el CECIM de La Plata observamos que ellos no se reconocen como héroes; en cambio, consideran que los únicos héroes son sus compañeros caídos que dieron la vida, y buscan permanentemente honrar la memoria de esos compañeros al contar la verdad de lo ocurrido en las Islas desde un discurso no bélico. Sí se reconocen como víctimas de la dictadura y tienen un discurso totalmente anti-gesta heroica.
–En el libro señalan que la guerra los incluye dentro de lo que fue la lógica del terrorismo de Estado y de otras dinámicas propias de la dictadura. ¿Cómo han procesado este sentimiento los excombatientes y en qué medida se constituyó en motor de su lucha?
–En el grupo que conformó el CECIM La Plata hay un vínculo muy fuerte. Por un lado, hay una militancia previa de los que eran más grandes y eso aportó al colectivo; por otro, son jóvenes de la ciudad de La Plata, muy vinculados con la universidad que, además, está ubicada en una ciudad universitaria. Es la ciudad de las Madres y las Abuelas. Todos esos elementos abonaron al pensamiento crítico que desarrollaron. Se trata, además, de un grupo que supo reconocer esa distancia, incluso, durante el servicio militar obligatorio.
–¿Cómo lograron ese reconocimiento?
–Las prácticas de tortura para con los soldados conscriptos fueron naturalizadas mientras realizaban el servicio militar obligatorio. Ese “corre, limpia, baila o barre” es, básicamente, un método de tortura. Una situación que muchos identificaban como tal y, por eso, querían terminar rápido la “colimba”. Fue muy difícil y muy duro para muchos tener que recomponerse cuando ya habían sido dados de baja, porque volvían a ese universo del cual no querían ser parte y con el que no se identificaban. También hay que marcar la diferencia que existe entre excombatientes y veteranos.
–¿En qué reside la diferencia?
–Excombatiente es la reducción de exsoldado conscripto combatiente de Malvinas. Cuando volvieron de las Islas, tuvieron que agruparse para conseguir obra social, pensiones, becas de estudio. Por el contrario, los oficiales y suboficiales regresaron como parte de las Fuerzas Armadas: mantuvieron su sueldo, su obra social y todos los beneficios que les daba su trabajo. También ahí hay una divisoria de aguas muy grande.
–¿De qué manera se resignificó la experiencia de la guerra en el caso de los excombatientes?
–Muchos excombatientes y veteranos consideran que héroes son todos los que participaron del conflicto. Los excombatientes del CECIM La Plata, que es la historia que rescatamos en el libro, consideran que héroes son sus compañeros que dieron la vida, lo más preciado que tiene un ser humano. En sus distintas luchas a lo largo del tiempo, les ocurría que iban a pelear por sus pensiones y les decían: “no, con ustedes no podemos discutir porque ustedes son héroes”. Ellos necesitaban dar esa discusión, concretamente necesitaban las pensiones y el apoyo del Estado. Desde entonces se consideran “antihéroes”, dado que ese otro discurso les impedía avanzar con la conquistas de sus derechos. El colectivo del CECIM La Plata piensa Malvinas más allá de la guerra.
–¿Desde qué perspectiva la piensa? ¿En qué se diferencia de la definición oficial de la guerra?
–Piensa Malvinas como una cuestión que nos atraviesa a los argentinos, una visión geopolítica y estratégica que excede la guerra. Por un lado, se reconocen como víctimas de la dictadura, buscan que se juzguen los tormentos, abusos y amenazas que sufrieron ellos y otros excombatientes en manos de sus superiores. Buscan devolverle la identidad a sus compañeros, aunque también dan la disputa en torno a la usurpación británica, a los bienes naturales que están en juego, a cómo la presencia militar de la base de Monte Agradable atenta contra la Argentina y la región. Esa perspectiva incluye los recursos que hay en el Mar Argentino: el mar es de todo el pueblo argentino y no tiene alambrado. Dan el debate de cómo esos recursos, con una pesca nacional, podrían abastecer a los comedores para que nuestros pibes tengan alimentos de calidad. El CECIM La Plata es una usina de ideas y de proyección a futuro, de defensa de la soberanía; no se anclan en la guerra, piensan Malvinas antes, durante y después.
–Un elemento vinculado con la dictadura son las tumbas NN en el Cementerio de Darwin y, en particular, la lucha por identificar esos cuerpos, que lleva una serie de etapas. ¿Cómo se van tramando esas fases y qué lugar ocupan ellos en el empuje para que ese proceso avance?
–Esta historia comienza con los sobrevivientes del Monte Longdon –muchos de los cuales luego conformaron el CECIM La Plata– cuando fueron tomados prisioneros después del combate y debieron sepultar a sus compañeros caídos. Cuando vuelven al continente asumen la difícil tarea de contarles a los padres lo que les había ocurrido a sus hijos. Primero los llevan a Campo de Mayo, donde les hacen firmar unas actas de recepción diciendo dónde habían estado, a cargo de quién y qué habían visto. En ese momento les reparten cartillas con recomendaciones. Todo esto, amenaza mediante: “miren que sabemos dónde viven, quiénes son sus padres, quién es su familia”…
–¿En qué se tradujo concretamente esa amenaza?
–En una imposición de silencio. No podían hablar de Malvinas salvo en términos de gesta heroica, actos heroicos, que era lo que buscaban las Fuerzas Armadas para reivindicar su imagen. Cuando fueron trasladados al Regimiento 7 de La Plata se encontraron en el playón del regimiento con los padres de sus amigos, que los esperaban, gritaban sus nombres expectantes porque nadie les había dicho que habían caído en Malvinas. De a poco, se contactaron con esos familiares y reconstruyeron la historia con sus compañeros: “¿lo viste? ¿Dónde fue la última vez que lo viste?” A fines de los ‘80, los excombatientes del CECIM se contactan con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para conocer qué aporte podía hacer la antropología forense para identificar los restos de sus compañeros; esos que ellos habían sepultado en los campos de batalla. Hasta ese momento no sabían que habían sido trasladados al Cementerio de Darwin. En 1991, a partir del primer viaje a las Islas de los familiares organizado por la Cruz Roja Internacional, vieron fotos del cementerio y se enteraron de que había cuerpos sin identificar. A partir de 2005, empezaron a viajar para reconstruir la materialidad del cementerio.
–¿Con el propósito de identificar a sus compañeros caídos?
–Sí, sentían esa necesidad pero no sabían cómo hacerlo. A partir de 2006 iniciaron viajes frecuentes gracias a un convenio con la Municipalidad de La Plata. Allí desplegaron una bandera que decía: “Somos víctimas de la dictadura. No puede haber NN en este cementerio”. Ya venían denunciando los crímenes de la dictadura en Malvinas, se reconocían como víctimas y allí fueron además con esa bandera. En 2010 se contactaron con Alejo Ramos Padilla.
–Actualmente, juez federal.
–Sí, en ese momento era abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires. Le hablaron de la deuda pendiente de identificar a sus compañeros, y expresaron que no sabían cómo hacerlo porque no querían que su reclamo afectase el reclamo de soberanía. Ramos Padilla diseñó la estrategia jurídica en base a su experiencia como abogado de organismos de derechos humanos. Finalmente, el 2 de agosto de 2011, los combatientes del CECIM de Chaco y Corrientes presentaron un recurso de amparo en la Justicia Federal y, ese mismo día, entregaron toda la documentación y una carta dirigida a Cristina Fernández para reclamar que el Estado argentino articule los medios necesarios para lograr la identificación de los soldados. El 2 de abril del año siguiente, a 30 años de la guerra, Fernández anunció el envío de una carta a la Cruz Roja Internacional para que intervenga como intermediario neutral ante Gran Bretaña e identificar a los soldados argentinos. Durante su gobierno, hubo avances importantes en Naciones Unidas, pero Gran Bretaña no accedió a firmar bajo el gobierno de Cristina, lo hizo durante la gestión de Mauricio Macri.
–¿Por qué esperó al inicio del gobierno de Macri?
–Porque Argentina venía avanzando con mucho apoyo en Naciones Unidas. El reclamo humanitario durante el gobierno de Macri dejó de ser tratado como una cuestión puramente humanitaria y quedó enmarcado en un acuerdo de entrega de soberanía. Ellos firmaron para avanzar con la identificación después de esa entrega de soberanía.
–¿Cuál fue la reacción del CECIM frente a esa entrega?
–Ese acuerdo fue derogado por el gobierno de Alberto Fernández. El tema era este: desde el reclamo del CECIM y el amparo –que es la línea que sigue el gobierno de Cristina Fernández– se buscaba que no fuera una concesión, y que no afectara nuestro reclamo de soberanía. De allí la intervención de la Cruz Roja Internacional. Pero después con el acuerdo de Macri quedó empañado.
–En el libro citan el documento “Campaña de Acción Psicológica”, donde enumeran algunas medidas relativas a acciones de inteligencia y acciones psicológicas sobre los familiares y los excombatientes. ¿Qué hicieron los excombatientes con esto? ¿Cómo avanzaron en la búsqueda de verdad y justicia?
–Primero apareció esta imposición de silencio: “ustedes no tienen que hablar”. Así como hubo muchos que lo respetaron (excombatientes, en general), desde el CECIM La Plata se creó un colectivo que comenzó a hablar y reclamar desde el comienzo. Pedían que se juzgara a los militares desde el final de la guerra. Las denuncias por casos de torturas, por ejemplo, llegaron muchos años después, en parte porque había una política clara de memoria, verdad y justicia. Fueron aprendiendo de a poco cómo canalizar y llevar a cabo las denuncias, porque tuvieron que atender distintas urgencias: las secuelas, las pensiones y otras necesidades que debieron afrontar en los primeros años. Si con las leyes de impunidad no se podía juzgar a Videla, menos aún los crímenes de Malvinas. Cuando comenzó la política de memoria, verdad y justicia empezaron a canalizar estos reclamos.
–Hay una tendencia a la “desmalvinización” que ha ganado terreno en algunos sectores hace tiempo. ¿Cuál es la respuesta de los excombatientes a este discurso?
–Desde los excombatientes hay un reclamo colectivo por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. Hoy vemos, sobre todo en el gobierno nacional, que se vuelve a utilizar el discurso de la gesta. En Esquirlas en la memoria hay actores que hoy son miembros del gobierno nacional. Vemos que se vuelve a utilizar Malvinas del modo en que se utilizó a fines de la guerra, con el objetivo de limpiar la imagen de los militares y perpetradores de la dictadura. Creo que el desafío está ahí.
–¿Dónde, concretamente?
–En reconstruir Malvinas desde una perspectiva de derechos humanos. Malvinas no fue una gesta. Primero, porque no hay gesta en dictadura. Segundo, por las condiciones en las que los soldados fueron llevados y torturados por sus propios superiores. Y tercero, porque el Estado, que en ese momento era un Estado terrorista y genocida, les impuso un silencio que duró años. Un excombatiente al que entrevisté me dijo: “A mí no me pasó nada, solamente me pusieron un arma en la cabeza porque le di agua a un compañero”. Ese discurso caló tan hondo en las víctimas que les cuesta reconocerse como tales. Vidas atravesadas por carencias muy profundas, acostumbrados en su cotidianidad a la falta de alimentos y al maltrato por parte del patrón. Esa naturalización de las violencias padecidas hace que no puedan reconocerse como víctimas.
Fuente: Página|12