Ecuador | ¿Por qué nos dominan las oligarquías?

Vero Silva es una socióloga y Carol Murillo también es socióloga, ambas son ecuatorianas y ambas están preocupadas por lo que está pasando en su país. Las dos son científicas y, como tales, críticas de la sociedad ecuatoriana y de su historia.


Por: Miguel Blandino


Carol tiene un programa que se llama Otra Mirada, y en él conversa con personas de interés, justamente porque manejan datos de la realidad y de ellos obtienen conocimiento de primera mano y cuentan con herramientas de análisis suficientes como para explicar lo que está ocurriendo en su sociedad, intentando evitar que sus inclinaciones personales interfieran con el análisis. Discurso mesurado, racional, pero entendiendo que no siempre se puede ser por completo aséptico ideológicamente.

En Otra Mirada, desde la izquierda, Carol pregunta y le pide a Vero sus respuestas y explicaciones y a través de ellas se van dibujando los rasgos de una sociedad que para cualquier ciudadano resultan conocidos, propios, con independencia del país que sea.

La última vez que ambas conversaron lo hicieron en torno y bajo una pregunta marco: ¿Por qué nos gobierna la oligarquía en el Ecuador?

Desde la entrada nos atrapa, porque esa es una pregunta que se puede hacer uno en todas y cada una de nuestras sociedades “nacionales”.

Somos tan similares que, al vernos en conjunto, me convencen de que somos lo mismo y me llevan a pensar hasta el propio origen de la sociedad que surgió en nuestro continente, después de 1492.

Es decir, nos veo como fragmentos de una misma cosa, sí, pero no como pedazos de algo que se rompió después de ser una unidad y que al despedazarse dejó de ser por completo lo que antes era, para volverse algo del todo diferente, sino que nos veo como fractales.

Durante poco más de tres siglos, primero como parte del Reino de Castilla y después como parte del Reino de España –antes de 1516, Castilla y Aragón eran dos reinos distintos, y solo al heredar ambos tronos Carlos V, nieto de Isabel y Fernando, fue que nació España como entidad única- fuimos una unidad desde el punto de vista político y económico pero sobre todo en lo social y más aun culturalmente.

El continente nombrado americano era uno, regido por una misma corona, con excepción de manchones pequeños en el norte y el Caribe, en donde había territorios gobernados por las casas inglesas de Tudor primero y Estuardo después, o por los Borbones de Francia, y un gran espacio dominado por la Casa de Braganza.

Administrativamente en casi todo el continente existían virreinatos, capitanías, provincias, etc., en los que todos los habitantes estaban sometidos a una misma soberanía: la del rey de España. De ese dominio vertical y completamente centralizado en todos los ámbitos –desde el político hasta el cultural y religioso, como hemos dicho- vienen las raíces de nuestra semejanza y nuestra identidad.

Por ahí, talvez, podemos ir avanzando en la respuesta de por qué hay una oligarquía en cada país: porque cambiamos la corona pero nos quedó su forma de dominación.

Aunque, no solo de España nos quedó esa herencia. También, si nos remontamos a las formas de gobierno y a la organización social y política preexistentes en todo el continente –al menos en las sociedades anteriores a la conquista que tenían un mayor desarrollo económico, político y social-, es probable que nos topemos con una razón y una explicación de una profundidad mucho mayor o, al menos, por su antigüedad, mucho más arraigada en el alma de los individuos. En todas esas sociedades existía el mando único y era común la conducta abusiva y de mano dura de los jefes de unos clanes familiares crueles e inhumanos. La estratificación social dividía a la gente en los explotadores y los explotados.

La indiscutible verticalidad del mando, la centralización de la toma de las decisiones fundamentales, la unilateralidad del discurso en aquellos estados teocráticos, eran tanto o más acentuadas que las europeas, que ya contaban con una experiencia de cuatrocientos años de parlamentos que le limitaban el poder al rey.

Estirando el concepto -si se me permite-, desde antes de llegar los europeos ya teníamos en la cúspide de la pirámide social a unas especies de oligarquías como grupo dominante y gobernante, con dominio absoluto e indiscutible sobre vidas y haciendas de la población “de a pie”.

De hecho el endónimo o autónimo –o sea el nombre que se daban a sí mismos muchos pueblos existentes antes de la llegada de los europeos a nuestras tierras- significaba “nosotros somos los verdaderos hombres”, rechazando automáticamente el reconocimiento del otro y de su derecho a existir en libertad y con autonomía, arrogándose el derecho de atacarlo y esclavizarlo.

La fortaleza militar posibilitaba y era la principal razón -como hoy bajo el gobierno mundial del imperialismo de los Estados Unidos- de la riqueza y el bienestar de gran parte de la sociedad más poderosa. Un ejército fuerte garantizaba la obtención de riquezas arrebatadas a los pueblos que eran sometidos al saqueo de sus bienes naturales e, incluso, a la esclavización de sus hombres y mujeres en edad productiva o aptos para el servicio militar.

Así se explica el odio de los pueblos sometidos que arrasaron furiosamente a los que siendo imperialistas fueron sus victimarios: los chichimecas que fulminaron hasta sus raíces al magnifico imperio de los toltecas; los tlaxcaltecas que destruyeron a los tenochcas aprovechando la ventaja tecnológica de unos pocos españoles; la rabia de millares de soldados nativos que acompañaron a los doscientos blancos del ejército invasor de los Alvarado para destrozar al Reino de Kuskatán.

La frustración de los pobres explotados y la manipulación de sus necesidades por parte de los “tlatoanis” -los que tenían el dominio de la palabra, los palabreros- que les prometían el cielo y la tierra, los embarcaba en aventuras a cambio de la promesa de mejoría que no era otra cosa que un círculo vicioso que los condujo siempre a nuevas frustraciones y a niveles de pobreza mucho mayores.

Todavía hoy, a quinientos años de distancia, podemos ver a los aborígenes mayas o nahuas de Guatemala que acompañaron a los hermanos Alvarado, sumidos en la última grada de la sociedad guatemalteca, como ocurre con sus hermanos tlaxcaltecas.

Pero no solo ellos, sino también así están los criollos que traicionaron a sus connacionales en la post independencia, y viven sometidos a la fuerza por traidores vendepatria, cipayos del imperio que les deja ejercer el poder local, si no ponen trabas al saqueo de los bienes naturales y a la explotación de la mano de obra local barata.

Esos traidores son los que desde hace siglos han roto todo intento de unidad de nuestro pueblo de tamaño continental. Son esos oligarcas los que mantienen separadas las parcelas de unas “naciones” que no lo son.

Hace una semana Andrés Manuel López Obrador conversó en Tapachula, Chiapas, con su homólogo guatemalteco, Bernardo Arévalo, en una muy auspiciosa reunión. En ella trataron asuntos de seguridad en la zona fronteriza, así como de la migración, el Canal Interoceánico y la ampliación del Tren Maya.

Durante la conferencia de prensa, la canciller Alicia Bárcena mencionó que en la agenda también está incluido Belice y trascendió que la ampliación del Tren Maya podría extenderse hasta Honduras y Nicaragua. O sea, cinco países trabajarán juntos.

Debido a la política de auto exclusión del gobierno salvadoreño, las ventajas de esta integración regional no van a alcanzar al país más necesitado del área. La pregunta es ¿Por qué El Salvador no quiere caminar junto al resto de la región?

En realidad, esta posición del gobierno de bukele no es ninguna nueva idea. No será la primera vez que El Salvador traiciona a los suyos en aras del interés de los yanquis.

Hace 202 años El Salvador fue la única provincia de la antigua Capitanía General de Guatemala que se negó a formar parte del imperio que apenas comenzaba a construir Agustín I. El argumento era que El Salvador quería ser República y no estar sometida a un imperio, pero para ello se humillaban y rogaban ¡ser anexados a Estados Unidos! O sea, no queremos ser vasallos de nuestros hermanos, sino de los anglosajones.

En la historia oficial que fue diseñada y financiada por el imperio británico –que no quería que le surgiera una competencia fuerte- se distorsionó la imagen personal y, sobre todo, las intenciones de Agustín de Iturbide, que quiso gobernar bajo el título de emperador.

El imperio británico que estaba en pleno ascenso, optó por financiar la fragmentación del antiguo reino español, comenzando por la defenestración de Iturbide y su posterior fusilamiento; el aislamiento de Bolívar; el asesinato de Antonio José de Sucre; la traición contra Francisco Morazán y su fusilamiento; la traición y fusilamiento de Gerardo Barrios; el exilio en Francia al que tuvo que recurrir José de San Martín, para evitar ser capturado y extraditado a Inglaterra donde lo esperaba la prisión perpetua.

Todo el siglo XIX Inglaterra conspiró contra la unidad de la vieja América hispana. Después, todo el siglo XX, y hasta hoy, los Estados Unidos han continuado financiando cipayos con el mismo fin.

“América Latina no se encuentra dividida porque es subdesarrollada. Sino que es subdesarrollada porque está dividida”, decía el historiador argentino Jorge Abelardo Ramos hace más de medio siglo.

¡Ay, bukele, Milei, Noboa, siervos de sus oligarquías y cipayos del imperio: esta película ya la vimos! Ojalá que los pueblos puedan recordarla y busquen su unidad escogiendo gobernantes que no sean traidores.

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