Creyentes y laicidad. Las paradojas de las elecciones mexicanas

El Censo de población mexicano de 2020 afirma que más del 90% de los mexicanos son creyentes en alguna propuesta religiosa. Este dato llevó a ciertos equipos de campaña de los candidatos a las elecciones mexicanas del 2 de junio pasado a buscar distintos caminos para cooptar el voto de los creyentes apelando a su adscripción religiosa.


Por: Elio Masferrer Kan*


Dicha estrategia supone que los miembros de una propuesta religiosa votarán por sus hermanos de religión, como ya expliqué en otros artículos es un error de los estrategas de campañas electorales, que “hermano vota por hermano”. Esta hipótesis está inspirada en los sistemas electorales de los Estados Unidos, donde existe cierta coincidencia entre adscripciones religiosas y comportamientos electorales. Los evangelicals (fundamentalistas WASP) y presbiterianos votan por los republicanos, mientras que católicos, bautistas y judíos tienden a votar por el Partido Demócrata.

En México no existe una correlación entre denominación religiosa y comportamiento electoral. Sin embargo, los políticos contratan asesores, en muchos casos extranjeros que no conocen la cultura mexicana y aplican mecánicamente criterios de otros países. Un dato elemental es que el catolicismo se impuso en México con la Colonia española y fue religión de estado hasta 1860, en que la Reforma liberal proclamó la Ley de Libertad de Cultos. Por el contrario, en los Estados Unidos la Primer Enmienda protege la libertad religiosa, desde la Independencia en 1776.

La separación entre la Iglesia Católica y el Estado es parte de los aspectos más dramáticos de la historia nacional, al igual que en muchos países de América Latina. Esta situación lleva a la paradoja de que la mayoría de la población sigue siendo católica, pero mantiene una profunda desconfianza hacia el clero. El anticlericalismo en una condición estructural de los catolicismos latinoamericanos, “creo en Dios, pero no en los curas”. En las recientes elecciones abiertamente la Jerarquía católica se lanzo a respaldar una de las candidatas y fue abiertamente cuestionada por un grupo de laicos en una carta pública. Lo interesante para este análisis es que los católicos no siguieron las instrucciones electorales de la Jerarquía y quienes ellos respaldaban perdieron abrumadoramente las elecciones.

En el mundo no católico pasó algo similar. Las jerarquías evangélicas apoyaban muy discretamente a la misma candidata que la Jerarquía católica, coincidencia que se da en varios países de la Región, pero los creyentes tampoco siguieron las simpatías de sus líderes conservadores, sin que por ello los creyentes evangélicos no sigan siendo conservadores en muchos aspectos. La candidata perdedora manejó un discurso donde reivindicaba abiertamente su catolicismo, e incluso proponía a los obispos católicos, que de ser elegida al día siguiente de su toma de posesión los llamaría para adoptar políticas de gobierno conjuntas. Ese fue su error estratégico, para los evangélicos era vista como “demasiado católica” y los católicos la veían como muy clerical.
Otra estrategia errónea de sus asesores, esta vez influidos por los estrategas brasileños fue presentar a la otra candidata como diabólica y que hacía pactos con demonios. Estas afirmaciones se confrontan con la practica socio religiosa de los mexicanos. En la cultura mexicana no es habitual que se pueda acusar a una persona de este tipo de pactos. Generalmente están constreñidos a situaciones individuales y no a personajes públicos. Si a Bolsonaro le funciona el argumento, en México no es así.

Un tercer ingrediente en la utilización de variantes religiosas fue el origen étnico nacional de la candidata (triunfadora) de que no era católica, cosa evidente pues sus padres eran de origen judío y nunca lo ocultó. El argumento del antisemitismo choca frontalmente con las tradiciones mexicanas de convivencia y respeto entre creyentes y no creyentes. Quienes empleaban este argumento tenían la idea errónea de que México es católico y guadalupano. Sin descartar el papel del culto guadalupano, debemos entender que hay muchos mexicanos que no son creyentes y otros que no son católicos. En mis investigaciones de campo realizadas a fines del siglo pasado la mayoría de los entrevistados negaban que para ser mexicano había que ser guadalupano, en la última encuesta solo el 22%, con estudios de primaria y mayormente de la tercera edad coincidía en descalificar a los “otros”. “Hay muchas formas de creencias” me respondían.

El recurso del antisemitismo era descalificado por los católicos, que en su mayoría repudian a los nazis y ven como apropiado que México declarara la guerra a los países del Eje alemán en la Segunda Guerra Mundial. Los evangélicos tienen una profunda simpatía por los judíos y respaldan la existencia del estado de Israel. El antisemitismo fue un componente ideológico de los integristas católicos que fueron derrotados en la Guerra Cristera (1926-29). El papa Francisco, que tiene una estrategia de ruptura con cualquier forma de discriminación hacia los judíos recibió a ambas candidatas en el Vaticano y puso énfasis en un trato simétrico.

Podemos así concluir que la mayoría de los mexicanos son muy laicos “gracias a Dios”.

*Doctor en antropología. Profesor investigador emérito ENAH-INAH

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