POR: MIGUEL BLANDINO
Francis Fukuyama anunció la muerte de las ideologías y la inauguración de una era de liberalismo eterno, de capitalismo universal y sin sobresaltos. Según el estadunidense-nipón, aquel momento inaugural -funesto para nosotros, los comunistas- era el fin de la historia. La prédica pretendía ser el postrer epitafio, la negación rotunda del postulado marxista que sostiene que el motor de la historia -y su partera- era la lucha de clases.
Al caer la Unión Soviética y desintegrarse con ella también todo el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) -y de ese modo la cooperación y complementación que daban fuerza a las economías socialistas-, cayó el modelo alternativo al burgués, el socialismo, que aspiraban alcanzar y seducía profundamente a enormes poblaciones tercermundistas, subordinadas y dependientes, que eran y siguen siendo parasitadas por los consorcios que forman ese sistema mundial que Lenin bautizó como el imperialismo, la fase superior (y última) del capitalismo.
Según Fukuyama, con la derrota soviética al término de la Guerra Fría, la lucha de clases llegaba a su fin, porque lo que la atizaba era tan solo la ideología marxista-leninista que propagaban los comunistas financiados desde el Politburó del PCUS.
Al desaparecer la fuente de financiamiento de la propaganda comunista –según esa lógica- automáticamente iban a languidecer hasta desaparecer las contradicciones y con ellas la inestabilidad política y social. Solamente algunos políticos interesados en su sobrevivencia y otros viejos nostálgicos mantendrían el pensamiento revolucionario, pero al morir, con ellos se irían a la tumba los últimos vestigios de la que fue en su día el más potente instrumento de organización y movilización de los trabajadores.
Fidel Castro Ruz era uno de los sobrevivientes en el poder, a la sazón ya viejo –“adulto mayor”, dicen los hipócritas que siempre procuran hablar correctamente-, era motivo de burlas por aferrarse a la idea de mantener inalterable el proceso de construcción del socialismo en su país. No solo de burla, sino de endurecimiento de las medidas de bloqueo y aislamiento a su país para doblar por la fuerza a su pueblo y derrocarlo.
Fidel estaba convencido de que a pesar de la victoria burguesa el sistema socialista era el más justo, porque aseguraba la distribución de la riqueza producida por toda la población trabajadora, sin excluir a los que todavía no podían trabajar ni a los que ya no podían trabajar. Fidel no dudaba que en Cuba no debían existir unos viviendo en la opulencia mientras otros se quedaban sin participar en el desarrollo social.
“De cada quien, según su capacidad. A cada cual, según su necesidad”, la ley económica fundamental del socialismo era lo que Fidel propugnaba, para satisfacer las
necesidades crecientes de una población con aspiraciones en permanente crecimiento y expansión, no solo en el plano material –comida, vestido, calzado, vivienda, etc.- sino en la dimensión más elevada de la especie, lo cultural, lo espiritual.
Para ello, como es evidente, se necesitaba fundar bases firmes que fueran el sustento del crecimiento permanente de las capacidades. Y la primera, la fundamental, comenzó a impulsarse desde el principio: la educación.
Pero no es posible esperar buenos resultados en el plano educativo con una población estudiantil desnutrida y enferma.
De esa manera, las primeras decisiones del gobierno que encabezaba Fidel, fueron en la dirección de crear un ejército de alfabetizadores, la Brigada Patria o Muerte, compuesta por mil obreros que el 19 de septiembre de 1961 partieron de la Estación Central de Ferrocarriles de La Habana rumbo a Baracoa, para comenzar a poner fin al analfabetismo que aniquilaba las esperanzas del campesinado y los pobres en Cuba.
En la mente de Fidel estaba claro que no puede existir desarrollo social, económico, cultural, científico, tecnológico, en pocas palabras, no se puede elevar el espíritu humano, sin educación y no pueden alcanzarse los mejores resultados sin la salud.
Y con los alfabetizadores re-nació, volvió a la vida, en la mente de los urbanos y de la dirigencia revolucionaria -como contrapartida- el conocimiento y re-conocimiento de la medicina tradicional que anidaba en los hogares campesinos ¿Qué mujer campesina y qué hombre del campo no conoce las propiedades curativas de las flores, las hojas, raíces y ramas? ¿Quién no sabe en la montaña el valor terapéutico de las grasas de unos animales y de los reconstituyentes del caldo de la iguana o del garrobo?
Simbiosis de saberes. La solidaridad entre trabajadores de la ciudad y del campo, estaba respaldada y sustentada en la voluntad de la dirigencia que tenía en sus manos la administración del poder del Estado, el poder popular.
A los veinte años del triunfo revolucionario, una sociedad cubana culta y con absoluta conciencia de sus responsabilidades consigo misma y con la humanidad, estaba en condiciones de comenzar a forjar un nuevo escalón para el desarrollo económico y social: ya estaba lista para formar a todos los profesionales necesarios para atender las necesidades dentro y fuera de las fronteras de Cuba.
La primera piedra de esa construcción la puso Fidel, y fue la creación del Destacamento Médico “Carlos J. Finlay”, para el cual el Comandante llamó a toda la sociedad a aportar voluntariamente el trabajo necesario en todas las ramas con la idea de crear la escuela de personal de salud que necesitaría la población cubana del futuro y tener un excedente para auxiliar a los pueblos del mundo que lo requirieran.
Tres mil estudiantes fueron seleccionados después de recibir decenas de millares de solicitudes y hacer un escrutinio, desde la comunidad de vivienda y de estudios de cada aspirante, consistente en analizar su responsabilidad cívica y su comportamiento ético, además de lo estrictamente académico, en términos de rendimiento de cada uno.
Para todos ellos se prepararon con trabajo voluntario los médicos que iban a ser sus profesores, se construyeron los edificios, se fabricaron los libros, cuadernos, lápices y ropa, se cultivaron los alimentos y prepararon quienes iban a cocinar para aquellos estudiantes, profesionales de la medicina, la enfermería, la biotecnología médica, etc.
Pocos años más tarde la población entera contaba con servicios profesionales en cada cuadra de las ciudades y del campo. Y Cuba daba asistencia médica en decenas de países y desarrollaba sus laboratorios de biotecnología para la producción de medicamentos de alta gama, para curar desde el vitíligo hasta el cáncer, con medicinas como el Interferón y hace pocos años hasta la vacuna contra el COVID19.
Pero la formación profesional no se detuvo en la formación para la salud. Por el contrario, la juventud cubana comenzó a desarrollar sus conocimientos en matemáticas y física, idiomas y robótica, con lo que pusieron las bases para el desarrollo de la industria en el campo de la cibernética y las ciencias aplicadas de la comunicación.
Educación y salud gratuita de alta calidad. Pero no únicamente en ciencias y tecnologías, también en todas las y artes, por ejemplo elevaron la formación musical hasta el nivel de doctorado. Conocí en 1986 a un joven negro que en el tiempo capitalista de antes de la revolución su destino era ser jardinero, pordiosero o delincuente, pero estuve con su familia el día que recibió su Doctorado en Percusiones, después de arduos años de estudios en la Escuela Superior de Artes. En 1958, su padre se ganaba la vida con las maracas en las calles con otros dos músicos callejeros. Su madre era parte de la servidumbre de una casa de ricos en El Vedado.
Las artes en general, como expresión de la más sublime condición humana, eran ya a menos de treinta años de revolución algo tan cotidiano en las conversaciones y en la vida diaria de la ciudadanía. Mi querida y recordada Lesbia Echerri –hipoacúsica- y su hermana y hermano, así como la madre de todos ellos, Normita, tocaban el piano de su casa y cantaban solo porque sí, porque eran felices, pobres de dinero, pero felices.
Pero desde diez años antes, a partir de las olimpiadas de Montreal, Cuba ya era la primera potencia hispanohablante en los Juegos Olímpicos, una indiscutible muestra y resultado directo de que ya su población contaba con indicadores de salud superiores a muchos países del llamado primer mundo. Educación y Salud, bases del desarrollo.
Cuando eran moda Fukuyama y su discurso, Fidel preguntó ¿Cuál es el país capitalista en el que los seres humanos viven felices y exporta felicidad? ¿Estados Unidos? A ver.