Hace unas semanas la diferencia en la intención del voto tenía a Biden dos puntos arriba de Trump, hasta que hubo un atentado repleto de cosas extrañas. A partir de ahí, la avalancha de simpatía hacia el pobre herido lo cambió todo.
Por: Miguel Blandino
E s igual a lo ocurrido en El Salvador con el pobre bukele o en Ecuador con el pobre Noboa. Al pobre bukele los malos no querían dejarlo ser candidato de su partido. Al pobre Noboa le mataron al periodista que iba en cuarto lugar contra Luisa González y de partido con candidato perdedor pasó a ganar la presidencia. Eso de victimizarse da muy buenos dividendos cuando se tiene una población estupidizada por las pantallitas y las prédicas de los pastores y curas.
Los estrategas del Partido Demócrata mantuvieron de pie a la momia repitiendo, como Lolita, aquella vieja canción que hace ya casi medio siglo escribió José Ruiz Venegas, “No renunciaré”. Y aguantó firme -jajaja- el viejito, cantando como un lorito hasta que Trump presentó un vicepresidente que es como él, pero mucho más joven.
Entonces los estrategas demócratas vieron que el plan del candidato republicano es de largo aliento. Vieron que con Trump o sin él e incluso después de los cuatro u ocho años que pueda estar en la Casa Blanca, todavía seguirá vivo el trumpismo a través de Vance. O sea hasta el 2040. Y Biden salió al escenario a cantar otra del mismo autor español: Te voy a dejar. Hasta ahí nada que pareciera importante había ocurrido.
Trump dijo que acabar con Biden hubiera sido fácil si se hubiera mantenido, pero que con Kamala los demócratas se la ponían todavía más fácil. No dijo “porque es mujer”, pero lo pensó y se le notó por el desprecio con el que habló de ella.
Y si es verdad que el papel como vicepresidente de Biden ha sido más bien oscuro, opaco, desvaído, lo cierto es que para el capital financiero especulativo que representa el Partido Demócrata ella es lo que necesitan. No para asuntos del patio trasero como America Latina y los migrantes, sino para darle continuidad a Ucrania y “bajo la mesa”, aunque todo mundo lo ve, seguir dándolo todo por su bastión militar en Oriente Medio: Israel.
Por eso Trump se lanza contra las maras y las drogas y la migración y usa el nombre de bukele. Para distraer de lo que sí es importante para los gringos, hablando de una cosa que les encanta pero que en su enorme hipocresía como sociedad “rechazan”: las drogas sin las que ya no pueden vivir, por el placer artificial que les proporcionan y por las gigantescas utilidades que les permiten mantener las inversiones en Wall Street.
Ninguno de los dos ha mencionado a Israel. Es que el genocidio en Gaza es lo más impopular. Pero hay una cosa que cualquiera sabe: la hija de Trump está casada con un judio que tiene negocios personales con Benjamin Netanyahu y su gobierno criminal. Esa es una piedra en el zapato.
Mientras tanto, Kamala mantiene una enorme distancia respecto de Israel porque como universitaria sabe y siente lo que ha estado vibrando en los campus todo este año. Los campamentos por Gaza están vivos. La competencia ya se puso interesante. Kamala es mujer, es negra y “progre”.
Yo sé que es pura apariencia porque detrás de ella está el poder real, el capital financiero especulativo. Ya los gringos tuvieron a otro negro como presidente, y fue el que más bombas descargó sobre Oriente Medio durante su gobierno y ostenta hasta la fecha el liderato en deportaciones.
Muy blanco el uno o muy negra la otra; muy macho el uno y muy “progre” la otra, lo cierto es que son dos versiones del mismo producto que se llama imperialismo. Más feroz en tanto decadente.
Israel puede ser el tema que hará la diferencia. Ucrania es la apuesta demócrata, Israel es de los dos por igual. Ahí se van a decidir las elecciones, dejar caer a uno o al otro. Ucrania representa muchas ganancias para la economía gringa; Israel, mucho gasto y desprestigio en Gaza.
Si bukele se porta bien, todo va a ser miel sobre hojuelas, porque el crimen organizado internacional es la principal fuente de dinero fresco para la economía gringa. Ni siquiera gastan en hacer inversiones para la producción y transporte de drogas, armas o vehículos robados, o en organizar bandas de secuestradores o de extorsionistas y sicarios. Las pandillas se organizan solas; basta con tener altos niveles de pobreza al sur de las fronteras gringas. Las maras hacen todo el trabajo sucio. Pero el dinero hay que lavarlo.
Para administrar la lavandería es que pusieron a bukele. Le van a tolerar todo si se ubica en el papel de lavandero y no se le suben los humos y cree que puede chantajear a Washington con sus ínfulas de soberanía o de amistad con China: lo pueden acusar de ser proveedor del fentanilo.
A bukele no lo van a tocar por lavado de dinero, pero sí por su inclinación hacia China.