EL DESFILE BUFO

Por: MIGUEL BLANDINO
Cada año los estudiantes universitarios acostumbraban salir en un desfile, un día de la semana de las fiestas que la feligresía católica de su ciudad dedicaban a su santo patrono o santa patrona.
En ese desfile llevaban carrozas con estudiantes disfrazados como los personajes más deleznables de la ciudad o, inclusive, del país o del extranjero. Se trataba generalmente de un político, un militar, un policía, un religioso o un acaudalado oligarca.
Igualmente, otros imitaban a los borrachitos o loquitos que deambulaban por las calles y eran conocidos por todos los vecinos.
De manera graciosa, por medio de los personajes humildes, los estudiantes les decían sus verdades a los sinvergüenzas y, de ese modo, imitando a los antiguos bufones de la Edad Media, denunciaban todas las tropelías, abusos y robos que cometían las supuestas personas honorables de la alta suciedad.
Ese era el famoso acto político callejero anual -llamado “desfile bufo”- que todo el mundo esperaba con ansias.
Era un acto de contestación opuesto a la fanfarria oficial del desfile que organizaba la alcaldía municipal y que llevaba encaramadas en sus carrozas a las candidatas a reina de “belleza” (¿según quién?) que en realidad lograban subirse vendiendo votos en sus respectivas colonias o escuelas.
En 1975, el Desfile Bufo de la ciudad de Santa Ana -la más importante después de la capital- estaba a punto de salir aquel 25 de Julio, cuando el campus del Centro Universitario de Occidente fue rodeado por guardias, policías y soldados que les decomisaron violentamente las carrozas y todo el material que tenían preparado. Estudiantes y profesores fueron golpeados y heridos, algunos arrestados y toda la ciudad conmocionada.
El gobernante del país, un peón de la oligarquía como todos por ese tiempo, era el Coronel Arturo Armando Molina, un golpista que llegó al poder por un fraude electoral en el que los militares rellenaron las urnas con papeletas marcadas a su favor y escondieron y destruyeron las que favorecían al candidato del una alianza popular.
El Coronel Molina había hecho toda una campaña para atraer al turismo bajo la farsa de que el país era feliz. El lema era “El Salvador: el país de la sonrisa”.
Ciertamente, el crecimiento de la economía tenía felices a los inversionistas nacionales y extranjeros, porque los bajísimos salarios que pagaban por la mano de obra les generaban ganancias extraordinarias.
El Salvador era el granero de America Central. Sus fábricas de zapatos, ropa, pastas alimenticias, aceite de cocina, jabón, etc. eran las más competitivas en el mercado regional.
Hasta el ejército había demostrado ser el más poderoso al derrotar al hondureño, invadirle el territorio y destruirle toda su aviación en sus aeropuertos militares.
En esos años de gran esplendor para las cuentas bancarias de los multimillonarios, la selección de El Salvador había clasificado sucesivamente para los Juegos Olímpicos y para el Campeonato Mundial de Fútbol y estaba a escasos seis días de haberse celebrado la final del Concurso de Miss Universo. Las misses y la prensa todavía andaban por ahí, haciendo sus negocios de publicidad.
La mayoría de la gente en las ciudades estaba encantada, orgullosa de vivir en el país más poderoso. La propaganda oficial decía que éramos el Israel del continente americano.
La mayoría de la población, sin embargo, no se enteraba de nada. El 70% de los habitantes del país vivía en las zonas rurales como peones agrícolas, con salarios peor que miserables y eran analfabetas, ciegos por esa condición social.
Las misses que todavía andaban por todas las playas y balnearios, hoteles y restaurantes más famosos. Andaban mostrándose con poca ropa para que los periodistas de todos los países participantes del concurso sacaran las mejores fotos desde los mejores ángulos y crearan una hermosa nube de ensoñación para hombres y mujeres por igual.
Por esa razón fue que el Coronel Molina no podía permitir el desfile de los estudiantes de Santa Ana. No podía permitir que unos bufones le echaran a perder su trabajo. Crear la ficción de un mundo feliz le había costado millones de los impuestos.
Por eso no escatimó en recursos para desaparecer el desfile bufo de Santa Ana.
Lo que no imaginó fue la vorágine de acontecimientos que se sucedieron desde ese momento.
La organización más radical de los estudiantes universitarios preparó una respuesta que iba a ser contundente. El 30 de Julio salieron desde el campus central de la UES, en San Salvador, marchando hacia el horizonte y la eternidad los mártires de la mayor masacre nunca vista en la historia nacional de la represión.
De ahí hacia la lucha armada quedaba solo un paso.

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