30 de julio, el despertar de una generación

En marcha conmemorativa de la masacre de estudiantes el 30 de julio de 1975. Fotografía captada el 30 de julio de 2011.

Por esa época cursaba mi primer año de bachillerato, en la sección nocturna del Instituto Alberto Masferrer. Ya que durante el día asistía a mi primer empleo como Técnico Microscopista en la División de Malaria  del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social.


Por: Igor Iván Villalta Sorto*


E l ambiente nocturno en la ciudad de San Salvador,  se transformó de alegre y normal, a una noche lóbrega en  mustia y taciturna, triste y con arrebatos de cólera e impotencia. Ya se propagaban de boca en boca las más tristes historias. Como rutina de todos los días, al llegar a mis clases nocturnas, me incorporo y saludé a los compañeros de clases.

Conversaban, se sentían consternados. Hablaban sobre los acontecimientos sucedidos durante la tarde de ese día y éstas se relacionaban con la tragedia y masacre a los estudiantes universitarios. Uno de ellos, alegaba a manera de justificación de los hechos:

“..Sí ya el gobierno les había advertido de las consecuencias, ¿qué esperaban?,…que ante el desafió que representaban las protestas estudiantiles, ¿los iban a esperar con confetis?…que al retar como estudiantes al gobierno, con sus protestas callejeras,…que se convertían en necios, revoltosos y subversivos,… que se atuvieran a las consecuencias…,” y un montón de estupideces para justificar la masacre.

Aunque me encontraba ignorante de los detalles, de la justificación y propósitos de la marcha estudiantil y otros hechos políticos, y fundamentalmente de las consecuencias que traerían los  acontecimientos para el futuro del país, me inquietaron los comentarios.

No obstante y aun así, no les puse mayor atención. El “compañero de estudios” que justificaba la acción represiva del gobierno, trabajaba para los servicios secretos de La Policía Nacional de El Salvador, ¡obviamente se entendía su posición!

Al día siguiente, los comentarios en la oficina eran aterradores. Los empleados hacían sus propias conjeturas y lecturas de los hechos, trataban de expresar las versiones de los mismos, y explicarse lo irracional de los hechos.

La sociedad civil reaccionó con diversas manifestaciones de repudio, el país entró en un clima de agitación, repudio e indignación. Los ciudadanos pedían cuentas al gobierno de Arturo Armando Molina y su flamante Ministro de Defensa Carlos Humberto Romero (encargado del operativo militar que desembocó en la masacre). Se daba la toma de la Catedral Metropolitana de San Salvador, en lo alto de los campanarios colgaban mantas negras en señal de luto y dolor, y es que todas las personas con dignidad humana nos sentíamos tocados, heridos, por este hecho irracional y bárbaro.

En la plaza Gerardo Barrios (hoy Plaza Cívica), frente a Catedral, se concentraban muchas personas que se reunían para escuchar a los que se encontraban dentro de la Catedral. Los ocupantes exponían los hechos y hacían un análisis de la situación socio política del país. Por mi parte el hecho fue fundamental en la toma de conciencia y exigía un grado de mayor madurez política.

Convencí a mi tío para que me llevara al entierro de Roberto Miranda,  estudiante de medicina que había muerto ese 30 de julio.

Salimos del edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador, caminamos en forma silenciosa sobre la 25 avenida norte rumbo Sur,  al Cementerio General, los trabajadores que observaban la marcha silenciosa, detenían toda actividad como muestras de solidaridad, con esos actos compartían con nosotros el luto y el dolor. Ya entrada la noche llegamos a la calle en donde el cementerio es seccionado, fuimos entrando ordenadamente hasta que todos tomamos posiciones alrededor de la tumba y comenzamos a gritar, las que posteriormente se convertirían en célebres consignas de despedidas luctuosas: ¡Compañeros Caídos en la Lucha!… ¡Hasta la Victoria Siempre! 

En esos instantes no podía imaginarme, cuantas veces acudiría a ese mismo cementerio  a gritar las mismas consignas. Haciéndonos eco de los escritos de Ernest Hemingway:la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”. 

Había asistido a mi primera manifestación de luctuosas despedidas, al sepelio de una persona que no conocía, que no sabía nada de él, lo único que sabía muy bien era que su muerte era innecesaria y que los que asistimos a ese sepelio teníamos claro que nos unía un sentimiento de vergüenza y pena. Y que, por supuesto, algo de nosotros moría con cada asesinado, con cada desaparecido, con cada torturado, a partir de ese momento,  la pregunta que pesaba sobre nuestras cabezas era: ¿que habían hecho estos estudiantes para desatar tanta furia y desenfreno? ¿Cuál fue su pecado? ¿Qué posibilidades de defensa tenían un grupo de estudiantes desarmados contra una tropa de soldados y agentes de élites, armadas hasta los dientes?

Desde ese memento la inocencia e ingenuidad se terminó, la rendición de cuentas se hizo norma, la furia se desató incontenible. Las consecuencias estaban por venir al son de la consigna “Los masacrados serán vengados”.

Termina la paz para los ricos, abrazando una larga y dolorosa guerra de los pobres contra la hegemonía del voraz poder oligárquico.

*Biólogo investigador

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